Helen sentía su corazón latir con fuerza mientras salía de allí a toda prisa y en ese momento odio que sus pies no pudieran ir más rápido. Prácticamente corriendo, pensó en la cruel jugada que podía hacer el destino. ¿Por qué tenía que encontrarse con la persona que menos deseaba volver a ver en su vida? Bueno, si hubiese querido verla, pero solo tras las rejas, donde merecía estar. Aceleró el paso según se vio lejos de ojos curiosos. Necesitaba aire fresco y perder a esa mujer de su vista o iba a terminar haciendo algo de lo que se iba a arrepentir. Caminó por un pequeño sendero de rocas que parecía no tener fin. ¿Qué tan grande era esa mansión? Desesperada por ocultarse, por fin se encontró frente a una puerta cubierta de ramas y sin pensar en nada entró. Dentro, notó que se trataba de una especie de invernadero, o al menos eso parecía. No podía verse demasiado bien a pesar de la claridad que desprendía la iluminación tenue de unas lámparas en formas de flores y la luz de una luna llena que se infiltraba sin problemas por el techo de cristal. El lugar de considerable tamaño no escatimaba en diferentes tipos de rosas y flores, por lo que un exquisito olor invadió sus fosas nasales. Dio un rápido repaso y por suerte no había nadie. Avanzó despacio hasta que visualizó una banca y tomó asiento. Desde que se sentó todo el peso de su pasado, la azotó sin piedad alguna. Tragando el nudo que se formó en su garganta, bajó la cabeza y enterró el rostro en sus manos. Intentó mantener a rayas sus emociones.
Fue inútil.
Sentimientos ocultos afloraron. Aquellos que conocía bien. La última vez que los sintió fue con aquella llamada donde se enteró que la compañía donde su padre había dejado parte de sí, había desaparecido antes de ella poder hacer algo por recuperarla y hacer justicia. Por un lado sabía que no había sido su culpa lo que pasó e incluso, en parte solo fue una víctima más de aquellos dos rufianes. Aun así, su mente le era experta en tapar ese hecho con el sentimiento de culpa. Otras veces le pasaba una y otra vez aquellas palabras recriminatoria:
Pudiste hacer más. Debiste insistir, buscar la forma de que te crea.
Después siempre era lo mismo.
Culpa. Vergüenza. Rabia. Dolor.
— ¡Maldita sea! —Gritó, ahogando el sonido por las palmas de sus manos — ¿Por qué tenía que encontrármela esta noche? ¡Maldita sea!
Tragó y respiró hondo. Los ojos le escocían como si se le estuviesen formando líquido ácido y no lágrimas. Cerró los ojos con fuerza, como si así pudiera evitar la angustia. Estuvo lo que le pareció una eternidad luchando por no derrumbarse y entonces sintió su presencia. ¿Cómo supo que era él? No lo sabe. Pero ahí estaba.
—Aquí estas —dijo Sanders, seguido por el sonido de sus pasos al acercarse. Se sentó a su lado y su presencia en vez de mortificarla, de alguna manera logró darle cierta calma, aunque supuso que sería efímera.
Se quedó esperando el aluvión de preguntas, pero no. Él solo se quedó quieto como si de una aparición se tratase. Levantó la cabeza con lentitud y miró de reojo a su jefe. Sus ojos se encontraron y no sintió aquella habitual invasión de su espacio personal. Por lo general cuando su pasado regresaba, le gustaba tener privacidad total.
— ¿Me ha seguido? —quiso saber ella luego.
—Digamos que te vi perder el color del rostro y parecías a punto de un colapso… así que pensé que era buena idea saber si estarías bien.
—Ya —levantó el rostro al cielo y cerró los ojos. Hacia una noche preciosa —. Supongo que no quería que diera un espectáculo, descuide, no pasará. Estoy lejos de la multitud.
—Vaya…—fue la respuesta de él. El tono en el que se expresó le llamó la atención.
— ¿Qué pasa?
—Es solo que la opinión que tienes de mí es…terrible. ¿No podrías solo pensar que quizás estaba preocupado por ti?
Ella lo observó con atención y no había sarcasmo, de hecho, él parecía dolido. De acuerdo, eso no estuvo bien.
—Si no es el caso… lo siento —se disculpó, avergonzada.
Odiaba su incapacidad para ceder el llamado beneficio de la duda, ¿pero quién que la conociera de verdad la culparía? Justo un juicio precipitado y no hacer suficiente caso, la tiene en la situación que se encontraba en ese momento.
— Está bien, eso solo quiere decir una cosa… —siguió diciendo Sanders.
— ¿Qué? —preguntó, cuando dejó la frase a media.
—Que he hecho un buen trabajo creando la imagen de egoísta que tengo. Esa imagen de “robot sin sentimiento” me ha ayudado mucho a llegar hasta aquí.
Helen contempló a Sanders con nuevos ojos. Él parecía tan…sereno. Sentado con los brazos apoyado sobre el banco donde ambos estaban sentados, levantó el rostro al cielo y sonrió como para sí mismo antes de mirarla.
Editado: 22.08.2019