No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 18

Eran las seis de la tarde cuando Sanders llegó a casa con un enorme regalo que compró de camino, después de despedirse de Elizabeth Dreier. El recorrido resultó ser muy informativo e inspirador para aclarar las ideas de lo que quería con exactitud. Y en cuanto a Elizabeth, resultó ser una guía amena, aunque a veces parecía no tener un total dominio sobre las funciones de la empresa de su padre, pero supuso que no estaba acostumbrada o que tenía una función específica. Lo que no faltaron fueron las insinuaciones recurrentes y coqueteos, a los cuales él respondió a veces como autónomo y recorriendo a su yo de antaño, así se sentía; como si tuviera un antes y un después.

Entró a casa y fue a buscar a su hija. Esperaba y le gustara el regalo. Buscó por varias zonas de la mansión y al no encontrarla recurrió a la Sra. Techy.

— ¿Sabe usted dónde están Azahara y Helen? —Le preguntó.

—Están en el jardín, Sr. Nichols —informó, escrutándolo con aquellos ojos oscuros que parecían observar demasiado. De vez en cuando le daba la impresión de que podía leerle los pensamientos, una real estupidez.

—Gracias —dijo un poco incómodo —. ¿Cuándo va a dejar de llamarme señor? —preguntó. Aparte de Helen, hace mucho tiempo que le dio autoridad para que lo tutee, pero esta nunca lo había hecho.

La verdad le tenía un gran respeto y porque no decirlo, aprecio, a la Sra. Techy. Era como una especia de figura materna con él y una abuela con Azahara. 

—Algún día, quizás —contestó antes de añadir enigmática: —Vaya, no se distraiga conmigo.

 

Se dirigió al jardín y se las encontró jugando.

—Hola, yo… —No sabía dónde meter la cara —. Las estaba buscando.

Se colocó delante de Azahara, la cual estaba armando un rompecabezas y ni lo miró.

—Escucha, mi Sol —le dijo —, realmente lo siento, pero era muy importante lo que tenía que hacer y…

—Está bien, papi. Entiendo, no tienes tiempo para mí.

—Voy a compensarte el día de hoy, lo prometo —. En respuesta obtuvo un encogimiento de hombros de la niña por lo que se le ocurrió ir al plan B de inmediato—. ¿Adivina qué?

— ¿Qué? —preguntó desganada.

—Papi te trajo un regalo, lo puse en tu habitación—. Azahara ni se inmutó, solo siguió concentrada en lo que hacía —. ¿No quieres saber qué es?

—Ahora estoy jugando con mi Helen, iré luego.

Sin saber que hacer a continuación, le dirigió una mirada suplicante a Helen, cuya expresión era completamente hermética.

— ¿Por qué no vas a ver, mi niña? Tengo algo que decirle a tu padre.

—Está bien, iré —Aceptó la niña sin refutar. Era increíble lo fácil que la manejaba.

— ¿Mi sol? —La llamó cuando Azahara pasó por su lado como si él no estuviera — ¿Me das un beso? —pidió antes de agacharse y señalarle una mejilla.

Azahara se detuvo un momento a sopesarlo, hasta que decidió acercarse y darle un beso relámpago, para luego irse corriendo.

—Vaya, no pensé que se podía molestar así—comentó cuando la niña ya no se veía.

— ¿Y por qué no?  

—Es que siempre se ve tan comprensiva… —Ocupó el lugar donde estaba Azahara antes y sonrió con tristeza al ver el rompecabezas a medio armar.  

Helen sintió una inmensa pena por el hecho de que Sanders parecía no entender que algunas cosas no tenían precio y el tiempo, era una de ellas. 

—Eso es cierto, pero tiene sentimientos y los hiere con cada decepción —. Quizás se enoje, mas algunas cosas había que dejarlas claras — ¿Sabes que me dijo tu hija hoy después que te fuiste?

Sanders negó con la cabeza mientras con agilidad armaba pieza tras pieza del rompecabezas.

—Me preguntó por qué trabajas tanto si ni siquiera gastas el dinero.

—Ella dice eso porque no sabe el precio de los lujos con los que vive, es muy pequeña —justificó.

—Sanders, no se refería a eso. Lo que quiso dejar dicho es que no usas el dinero para divertirte, es como si tu única misión en el mundo fuera vivir para trabajar y no trabajar para vivir.

— ¿Eso te dijo?

Tomó las manos de él en un impulso para que le prestara atención.

—Azahara es una niña muy inteligente y muy madura para su edad, y tú, la subestimas constantemente.

Aun tomados de las manos, Sanders se quedó pensativo por unos segundos, hasta que finalmente y, tras dar un suspiro desalentado dijo:

— ¿Qué puedo hacer, Helen? No me gusta verla así, me siento tan…

—Se llama remordimiento lo que sientes, Sanders —Le dijo sin tapujos —. Sabes que lo estás haciendo mal.

—Hoy no tienes filtros en la lengua ¿eh?—La miró y para su sorpresa no hubo ni ápice de enojo en su tono ni en su expresión—. Aunque quizás sea justo lo que necesito —añadió.




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