No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 20

Era viernes en la tarde y Sanders estaba revisando informes y concluyendo asuntos pendientes de la semana, cuando la puerta se abrió.  

—Sr. Nichols —Era su secretaria y se veía molesta —. Hay una señora que quiere verlo e insiste, pero no tiene cita.

Sanders frunció el ceño. ¿Quién podría ser?  

—Señorita —corrigió alguien a quien conocía.  

—Elizabeth… —Sanders se levantó de la silla para recibirla —. No te esperaba hoy.

Hizo seña a la molesta secretaria para informarle que todo estaba bien y que la deje pasar.

—Puedes retirarte, Lucía.

—Y por favor, avísale a esta... a tu secretaria, que no necesito cita para reunirme contigo, para que en la próxima, ni se molestes en anunciarme… no será necesario —dijo Elizabeth en un tono bastante autoritario para su gusto. Se había dado cuenta anteriormente que ella era exigente, bueno, más que exigente era arrogante.

Tal como yo hacía unos años atrás.

Por la cara de Lucía, supuso que no fue lindo lo que hablaron fuera, pero no podía culparla. Es cierto que él y Elizabeth Dreier se habían reunido varias veces para organizar y planear un posible negocio, y aunque ya tenían dos semanas viéndose con frecuencia, era la segunda vez que iba a su oficina y lo normal eran las reuniones por cita con su apretada agenda.

—Le informaré, Elizabeth —dijo en tono neutral —, aunque a veces es necesario anunciarse debido a podría estar ocupado y no poder atenderte en ese momento —agregó. No le gustó mucho que ella se tomara tantas libertades.

A la susodicha no pareció gustarle por el gesto de disgusto que hizo.

— ¿Y a que le debo el honor de tu visita hoy? —preguntó cuándo se quedaron solos. Elizabeth tomó asiento —. ¿Quieres algo de tomar?

—Un agua mineral, por favor.

Sanders abrió el minibar y por suerte le quedaba una botella. Cuando le pasó el agua, Elizabeth estaba observando la fotografía de Azahara sobre su escritorio.

—Gracias… así que esta es tu hija.

—Sí, es un encanto, mi Sol —comentó orgulloso.  

—De seguro, igual a su padre.

Sanders tomó asiento nuevamente.

— Y hablando de padre… ¿Cómo está el tuyo? —Ya hacían dos semanas y aun no veía al Sr. Dreier. No le molestara trabajar con su muy atractiva hija, el problema era que no avanzaba. Quería respuesta.

—Pienso que está muy bien —contestó ella sin muchas ganas.

—Ya veo…

—Si quieres saber sobre sus planes de hacer negocios contigo, lo está analizando a través de los informes que le he enviado estas dos semanas, mientras resuelve sus problemas.

—Entiendo.

—Bueno, el motivo por el que estoy aquí es para mostrarte unos planes que te envió mi padre, quiere saber tu punto de vistas. ¿Tienes tiempo ahora?

Sanders asintió. La verdad ya tenía casi todo listo y además, quería terminar pronto y poder concluir cualquier negociación con Dreier. Durante tres horas estuvieron viendo y analizando diferentes puntos de vista, hasta que Elizabeth bostezó y sugirió una pausa para tomar algo.

— ¿Sabes? Tengo curiosidad por saber si es verdad los comentarios que he escuchado de ti—comentó Elizabeth luego de unos minutos, mirándolo de forma sugerente.

—No puedo decirte si es verdad o mentira si no me dices cuales comentarios escuchaste.

—Bueno, primero que eras atractivo, eso ya lo comprobé obvio —Sonrió—. Lo otro; que eres el mejor amante que una mujer podría tener.

Sanders casi escupe el café que acababa de tomar. No se esperaba eso.

— ¿Disculpa? No sé qué responder a eso.

—Solo era una curiosidad…

—Bueno, eso… —se acomodó la corbata, incomodo ante la abierta insinuación —. Creo que eso depende de la perspectiva de cada mujer.

Elizabeth mordió sus labios con sensualidad. Era un monumento de mujer y no perdía oportunidad para insinuársele en cada encuentro.

— ¿Yo tendría oportunidad de confirmarlo?

Sanders se quedó pensativo. Quizás después de terminar las negociaciones, podría intentar “distraerse” y así comprobar que puede dominar sus sentimientos hacia Helen. Otra vez se preguntaba ¿Cómo había pasado eso? En otros tiempos ya Elizabeth hubiese estado en su cama. No se cohibía a la hora de coquetearle. La risa de ella lo sacó de sus pensamientos.

—Oye, solo es una broma para romper el hielo —añadió. 

Él solo le sonrío a la vez que veía la hora. Ya eran casi las ocho de la noche.

—Debo irme pronto —anunció.

Otra vez creyó haber visto un gesto de furia, pero fue algo muy fugaz.

—Le enviaré esto a mi padre pronto —dijo en tono frío —. Fue un placer trabajar contigo, Sanders. Tan caballeroso como siempre —. Esto último tuvo una connotación irónica.




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