No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 22

 

Helen regresó a casa luego de llevar a Azahara al colegio. Subió para cambiarse de ropa ya que tenía que ir a N'EFORE para reunirse con el Sr. Walker en dos horas. Pasando por el pasillo le llamó la atención que la habitación de la niña estaba abierta. Entró. Sentado en la cama estaba Sanders. Helen se sentó a su lado, odiaba verlo así, tan afligido. Cuando este regreso el viernes y la despertó, lo primero que pensó fue en decirle sus verdades. Azahara estaba tan entusiasmada con la idea de que su padre la vea, sin embargo cuando él no se apareció...No olvidaría esa expresión de dolor y tristeza, aun así la pequeña salió al escenario y como una campeona presentó un discurso en toda su ley. ¡Estaba tan orgullosa!

Al llegar a casa tuvo la esperanza de que encontraría a Sanders y este le daría una muy buena explicación, pero no. Intentando animar a la niña organizó una improvisada noche de películas. Azahara nunca sonrió; mantuvo una expresión desanimada pese a que las películas eran sus favoritas. Acostó su cabecita en sus piernas y se durmió en eso de las nueve. Ni siquiera pidió un cuento, y ella nunca dormía sin que le lea.

Cuando lo vio, en vez de exigirle una explicación solo le preguntó si había valido la pena. No sé le ocurrió otra cosa al verlo hecho mierda. Tampoco ayudó el olor a perfume de mujer, una en específica… ¡Le dio mucho coraje! Y no solo por fallarle a su hija. Sintió la sangre hervir solo de imaginar lo que pudo estar haciendo con esa zorra. Entonces él dijo aquello de que algunas cosas debían cambiar y la miró de una manera que le aceleró el pulso y provocó un sobresalto a su corazón.

—No me ha perdonado, Helen... Está tan decepcionada —dijo Sanders, sacándola se sus cavilaciones.

Helen miró el rincón lleno de regalos. El sábado el llevó a la niña a comer y regresó con un sinnúmero de obsequios, entre ellos una laptop, una nueva versión de la casa Barbie y muchos peluches y muñecas. El domingo la niña siguió igual y Sanders parecía no entender el motivo aún.

— ¿Qué puedo hacer, Helen? —Suspiró con cansancio— ¡Me odia! No puedo verla así... Ella es lo que más amo y aunque no tuve un padre que me amara y de quién tomar referencia, hago lo que puedo.

Helen tenía una idea de lo que él estaba haciendo mal.

—Esto que me acabas de decir ¿se lo dijiste a Azahara?

—No...

—Eso pensé. —Le señaló los regalos —. Eso no es lo que tu hija necesita, Sanders. Ella necesita escuchar una disculpa sincera y sin pretexto. —Recordó algo más —. Y otra cosa… conoce a tu hija. No es lo que Azahara elegiría para regalos —le aconsejó, recordando como Azahara le dijo que su papá no sabía lo que le gustaba a pesar de que le había dicho en una ocasión.

Sanders se quedó pensativo por unos segundos antes de sonreír en agradecimiento.

—Creo que sé que hacer… o algo así.

Los dos se levantaron de la cama.

—Creo que hoy no trabajaré. Iré por mí hija para darle una especie de sorpresa —. Él volvió a verla con "aquello" que ella aludía a su propia imaginación, reflejado en sus ojos antes de decir—: Gracias… Por todo, Helen.

Atrapada en su mirada tardó en contestar.

—No hay de qué…ah—se levantó antes de añadir—: Para eso están los amigos.

Tras decir esta última palabra, la expresión de él se tornó indescifrable. Sin decir más, Sanders salió y la dejo allí, pensando qué acababa de pasar y por qué el repentino cambio. Después de todo eso eran, amigos, ¿verdad?

 

Sanders iba de camino a la escuela cuando el recuerdo de lo que pasó con Helen lo hizo apretar el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Todo iba bien hasta que ella mencionó esa palabra "Amigos". Pudo darse cuenta que usaba lo de "amigos" en ciertas ocasiones, especialmente cuando las cosas se tornaban íntima entre ambos. Supuso que era su forma de poner distancia.

Lo que pasó estando con Elizabeth le sirvió para reconsiderar sobre la relación de "amistad" entre él y Helen, llevando a evaluar si realmente lo soportaría por mucho tiempo.

Llegó a su destino y decidió dejar aquel debate consigo mismo para después. Tenía que hacer las paces con su pequeña.

Entró a la escuela y en dirección inventó una excusa para sacarla más rápido del salón. Mandaron a llamar a la maestra y pocos minutos después le llevaron a su hija, quien al verlo no lo recibió con ninguna emoción. Esperaba poder arreglar las cosas. 

—Vamos, mi Sol. Tenemos algo que hacer —dijo, la niña ni lo cuestionó. Solo recogió sus cosas y sin decir palabra alguna, lo acompañó después de despedirse de la maestra y su amiguita.




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