Sentado en el lujoso avión privado que lo llevaría a Italia, Sanders aun no creía todo lo ocurrido en el transcurso de las dos últimas semanas. Iba a firmar un contrato nada más y nada menos que con Gustav Dreier. Se recostó en el respaldo del cómodo sillón y cerró los ojos antes de repasar mentalmente lo ocurrido.
Todo comenzó cuando tres días después de lo ocurrido con Elizabeth Dreier y tras no saber nada de ella, una mañana recibiera la inesperada llamada del mismo Gustav Dreier en persona, lo puso en altavoz. Helen, quien lo acompañaba en ese momento, estaba tan sorprendida como él. En un principio estaba cauteloso, pensó que quizás Elizabeth le fue con alguna mentira manipuladora y este quisiera tomar alguna represalia, pero no. El Sr. Dreier le preguntó de forma educada y pasiva si podía reunirse con él, de ser posible, a las 10:00 am. Dudó un momento, y luego tomó la decisión de aceptar. Tenía que aclarar algunas cosas. Se despidieron.
—Eso fue…extraño—comentó Helen luego.
—Lo mismo pienso —. Se removió inquieto en la silla — ¿Piensas que se trate de algo más? No sé, quizás…Elizabeth le mintió y ahora Dreier quiera tomar medidas en nombre de su hija.
Helen se había quedado pensativa antes de negar con la cabeza.
—Creo que es otra cosa. No parecía alguien que quiera vengarse en absoluto —señaló Helen.
—Sin embargo, Gustav Dreier es alguien de cuidado, pese a su tono amable.
—Ya saldrás de duda.
Ambos hicieron silencio por unos segundos, cada quien con sus pensamientos.
—Oye, Helen —dijo Sanders luego — ¿Quieres acompañarme?
Helen dudó.
—Por favor. —Juntó ambas manos a modo de ruego, gesto que le sacó una sonrisa a Helen —Me sentiría mejor —añadió.
Después de lo de Elizabeth, la tensión entre ellos había disminuido mucho y habían vuelto a tener cierta armonía, aunque siempre estaba ahí aquella realidad de que las cosas no eran como antes, él sobrellevaba la situación a la vez que pensaba como cambiarla a su favor.
—Tú no eres de los que temen a un multimillonario —dijo Helen en respuesta —. ¿Para qué quieres que vaya?
«Porque me gusta tenerte a mi lado», pensó. Sin embargo, solo se encogió de hombros y le dijo:
—Me gustaría que estés a mi lado como mí compañera trabajo y…amiga —. Tuvo que hacer un esfuerzo para disimular lo que le costó decir la última palabra.
—Te acompañaría, pero tengo una reunión a las 10:30 am ¿recuerdas?
—Lo olvidé —dijo con pesar.
—Lo harás bien. —Lo animó ella —. Eres Sanders Nichols. Puedes lograr lo que te propongas.
Le sonrió y él se quedó perdido en esa mirada felina que luego ella desvió, pareció ponerse nerviosa. Salió aun con sus últimas palabras resonando en su mente:
Puedes lograr lo que te propongas.
Una hora más tarde Sanders llegó al lugar de encuentro con Gustav Dreier. Este llegó justo a las 10:00 am. Sanders se levantó a saludarle tendiéndole la mano la cual Dreier apretó con firmeza. No esperaba verlo vestido con una simple camiseta blanca y un jean negro. Si no lo conociera por las revistas, TV y porque ya lo había visto en otras ocasiones, no imaginaría que fuera un hombre tan poderoso. Eso sí, no pasaba desapercibido la seguridad con la que se movía y aquel aire de líder que lo caracterizaba. También se notaba que se cuidaba con ejercicios y no aparentaba que pasaba de 60 años. Tomaron asiento y pidieron café cuando se acercó un mesero. A diferencia de Elizabeth, Sanders notó que Gustav Dreier fue muy cortés con el joven y en ningún momento se mostró altanero ni mucho menos arrogante.
—Para serle sincero, Sr. Dreier, me sorprendió su llamada —comentó Sanders con sinceridad —. He intentado localizarlo, pero me fue imposible.
—Lamento eso, Sr. Nichols. Tuve asuntos personales que resolver y estaba incomunicado.
—Sí, Elizabeth me comentó —. No pudo reprimir la irritación solo de mencionar el nombre de esta.
Dreier se tensó de forma tan imperceptible, que si Sanders no contara con suficiente experiencia, ni lo hubiese notado. Este se enderezó en su asiento.
—Sí, es cierto que mandé a mi hija a darle un mensaje…
— ¿Un mensaje? —Se extrañó Sanders —. Me dijo que estaba representándolo.
El Sr. Dreier se había quedado en silencio luego de esa afirmación. El mesero volvió con el pedido. Ambos agradecieron al muchacho antes de quedarse solos nuevamente.
—Lamento cualquier inconveniente que pudo haber tenido con mi hija —dijo, luego de dar un sorbo a su café.
Editado: 22.08.2019