No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 27

Helen sostenía una humeante taza de café en las manos mientras soñaba despierta con una sonrisa boba en los labios. Cuatro días pasaron y aún no creía que estuviera saliendo oficialmente con Sanders. Hasta ahora sólo Azahara lo sabía, ya que dos días atrás los había visto besarse de nuevo.

Recordó el momento.

Ella y Sanders estaban en el despacho de la mansión en la noche y mientras ella buscaba algo distraída, él se le acercó sorpresivamente y le estampó tremendo beso, al cual por supuesto ella correspondió felizmente.

— ¡Ah, no los entiendo! ¿Por qué se siguen besando si no son novios? —Se quejó Azahara, la cual no se percataron cuando entró—. Me confunden y juegan con mis sentimientos —añadió llevándose una manita de forma dramática al pecho.

Ella y Sanders se sonrieron con complicidad.

— ¿Se lo dices tú o se lo digo yo? —le preguntó Sanders.

— ¿Decirme qué? —preguntó la niña, impaciente.

—Escucha, mi niña...—Se acuclilló a la altura de Azahara— Tu papi y yo decidimos ser algo más que amigos… —Esperó un momento a ver la reacción de la niña, la cual miró de uno a otro al tanto abría sus ojitos de par en par. 

— ¿Eso quiere decir…?

—Que Helen y yo somos novios, mi Sol.

Azahara se quedó estática por unos segundos y con la boca abierta, luego, lentamente se le fue dibujando una anchísima sonrisa.  

— ¿Estoy soñando? —preguntó y empezó a pellizcarse.

Helen río porque fue lo mismo que dijo Sanders.

—Lo mismo pensé yo, mi Sol. Y no, no es un sueño.

El chillido que lanzó Azahara fue ensordecedor.

— ¡Gracias! ¡Gracias, Diosito! —Azahara la abrazó con efusividad —. Por fin Diosito escuchó mi deseo. ¡Me hace tan feliz!

Lo siguiente que pasó no se lo esperaba. Azahara, aquella pequeña criatura a la que tanto amaba, fue donde su padre y tomándole una mano se la besó.

—Gracias, papito, por no rendirte y que ahora mi Helen estará en nuestra familia... —La pequeña la miró y casi se le derrite el corazón al ver esos ojitos a punto de desbordarse en lágrimas—. Bueno, oficialmente, porque para mí mi Helen es mi familia desde siempre…Así lo siento en mi corazoncito.

Helen no soportó el desborde de ternura que le provocó la adorable reacción de la niña. Acercándose la levantó en brazos y la abrazó con fuerza, llenándole luego el angelical rostro infantil de besos, hecho que hizo reír a carcajadas a Azahara.

Unos brazos la rodearon desde atrás haciéndola regresar al presente.

—Buenos días, novia mía —susurró Sanders en su oído causándole un exquisito escalofrío.

Colocó la taza de café sobre la encimera antes de girarse para abrazarlo pasándole los brazos por el cuello. Le encantaba hacer eso, especialmente entrar los dedos por el sedoso cabello color azabache.

—Buenos días, novio. —La sonrisa que Sanders le brindó la derritió como un cubito de hielo en el desierto.

— ¿Me das un poco de café?

—Claro. Ya te lo paso.

Intentó alejarse, pero Sanders la apretó más a su cuerpo, le levantó la barbilla y dijo:

—Quiero probar del tuyo.

Y la besó largo y tendido.

—La mejor mezcla que he probado—dijo después —. Tu boca es tan adictiva como el café, incluso más.  

—Sanders…

Volvió a besarla haciéndola olvidar lo que quería que decir.

— ¡Oh, por Dios! —exclamó Tony —. Lo siento, es que me sorprendió.

Helen miró a Tony quién había estado de vacaciones y apenas regresaba, a su lado lo acompañaba la Sra. Techy, quien sonreía con aprobación.

—Bienvenido, Tony —dijo Helen, separándose de Sanders quien no parecía querer soltarla, para ir a saludar al recién llegado. 

—Con todo el respeto que se merece, Sr. Nichols. Espero y sea serio, porque mi niña aquí se merece lo mejor y no está para jueguecitos.

Helen se enterneció ante la evidente advertencia tipo paterna, sería algo que diría su propio padre.  

—Por supuesto que es serio —Aseguró Sanders entre irritado y admirado, sosteniéndole la mirada a Tony.

Tony sonrió.

—En ese caso… ¡Ya era hora! —Tony rió —. En serio qué estaban lentos.

Helen sintió la cara arder.

— ¿Acaso éramos tan evidentes?

—La verdad es que si, niña —respondió Tony —Hasta José lo notó y hace dos años que no trabaja con nosotros.

— ¡Ay, Dios! Esto es vergonzoso —. Helen no sabía dónde meter la cara.




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