No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 28

Sanders iba conduciendo con el corazón acelerado de tal forma que pensó que se le detendría. Helen le sostuvo la mano que llevaba sobre la palanca de cambio y lo miró comprensiva. Desde que recibieron la llamada y salieron de la cabaña a toda prisa, ella se había mantenido en silencio, como si supiera cuando él no podía o quería hablar. Entrelazó sus dedos con los de ella e hizo una mueca que intentaba ser una sonrisa tranquilizadora.

Era consiente que la mano le temblaba cuando estacionó en la mansión. Bajó y tragó en seco antes de entrar seguido por Helen. Al llegar a la sala de estar, Sanders se percató de la mujer de complexión delgada y elegante que se encontraba de espalda. Esta volteó hacia a él como presintiendo su presencia y le costó reconocer a la extraña. La mujer era hermosísima. Mediría cerca de 1.75 m, de rostro ovalado, labios carnosos pintado de rosa oscuro, nariz pequeña, ojos grades marrones, pómulos altos y pelo rubio hasta media espalda, definitivamente, era el prototipo de mujer con las cuales él solía salir. El vestido rosado fucsia de diseñador que llevaba en conjunto con tacones de algunos diez centímetros, más la elegancia con la que caminó, le hizo pensar en una modelo.

—Hola, Sanders —dijo esta, con voz suave —. No has cambiado mucho. ¿Me recuerdas?

La llegada de la Sra. Techy con una bebida le dio tiempo a repasar en la memoria. La siguió escrutando hasta que la recordó.

Lorraine Fantin. Sí, ahora la recordaba. Con ella tuvo una aventura de un fin de semana cuando coincidieron en una gala. Ella era una joven y prometedora modelo de origen francés que se encontraba realizando una sesión de fotos en Los Ángeles para la compañía donde era el rostro de la marca.

—Sí, te recuerdo, Lorraine Fantin —dijo, sin dejar de mirar a la susodicha —. ¿Qué haces aquí?

— ¿No te dijo tu empleada? Vine a ver a mi hija.

—Tu hija…

¿Era en serio? Esa mujer tenía el descaro de presentarse así como si nada.

— ¿Me vas a decir que tú eres la madre de mi hija? —preguntó incrédulo, haciendo énfasis en las últimas palabras.

—Ya sabía que no sería bienvenida —dijo esta, incomoda —, pero ya no lo aguanto más. Necesitaba verla y no solo en los pocos artículos donde aparece junto a ti.

Él cerró los ojos antes de pasarse una mano por la cara en gesto de desesperación. Había pasado años buscando a la madre fantasma, como terminó apodándola después de no dar con ella. Buscó una lista de mujeres que estuvieron presente en su vida en el tiempo acorde con la concepción de la niña y las mandó a investigar. Estuvo en desventaja total por dos razones principales: en primer lugar, siempre usó preservativos con sus amantes, así que no podía investigar a una específica, sino a las diez mujeres con la que tuvo durante ese periodo y segundo; nunca confirmó que la niña fuera realmente suya, así que podría ser cualquier mujer que simplemente haya ido a su casa en unas de las muchas fiesta que realizaba en ese entonces. Era como buscar una aguja en un pajal sin ninguna pista sobre donde nació la niña. Por eso con el tiempo desistió y rogaba al destino que esa mujer no apareciera y si lo hacía, él no se arrepintiera de no confirmar su paternidad.

—Si realmente eres la madre de mi hija… —dijo, dejando lugar a la duda ya que podía ser una farsante —tienes mucho que explicar.

—Soy la madre y tengo pruebas —replicó Fantin, con firmeza —.Y sé que debo explicaciones.

—Bien, pruébamelo.

Lorraine miró sobre los hombros de él y frunció las cejas.

— ¿No podemos hablar solos? Es algo demasiado personal.

Sanders volteó a ver a Helen, quien solo escuchaba sin intervenir.

—Créeme, ella tiene derecho a escuchar —dijo a Lorraine —. Ha estado haciendo el que se supone sería tu trabajo.

—Así que tienes pareja, vaya, eso no me lo esperaba…

— ¿Y bien? —apuró Sanders.

La vio suspirar con fuerza y cambiarle la expresión por una de abatimiento.

—No creo que muchas personas sepan que tú desconocía quién era yo, o sea, la madre de la niña. Tampoco detalles de mi hija, como la pequeña cicatriz que tiene debajo de un hombro o los dos deditos del pie derecho que tiene fusionados, aunque es leve, esa condición se llama sindactilia, y…

Sanders continuó escuchando detalles que solo sabría quien tuvo con la niña antes que él. También le informó que Azahara nació en Francia, entre otras cosas.

—Yo ya sé que hice mal, Sanders —dijo esta luego, sus ojos se llenaron de lágrimas —. No sabes cuando he pensado en mi pequeña estos años.

—Tú me la dejaste sin siquiera una partida de nacimiento ni ningún detalle. No parecía que quisiera que te localizara.

—Yo…

— ¡Papi, mi Helen!

Sanders maldijo internamente. ¡Mierda y más mierda!




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