No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 31

Sanders estaba en la cocina con expresión pensativa cuando sintió los brazos de Helen rodearle desde atrás.

—Buenos días —. Ella se escuchaba feliz y eso lo alegró.

—Buenos días, mi Helen —respondió, dándose la vuelta para abrazarla.

—Tienes que buscar tu propio apodo, ese es de mi niña.

No podía quitarle los ojos de encima. ¡Cuánto la amaba!

Mi tigresa… —susurró y ella sonrió con cierta timidez. Quería decirle tantas cosas—. Oye, yo…quiero agradecerte por todos estos días y...por lo de anoche —dijo, viéndola fijamente a los ojos.

Sanders recordó aún emocionado la reacción de su pequeña cuando Helen le leyó la carta dejada por Samantha, de la cual comprendió lo que era el verdadero amor incondicional y, hasta a creer en algo que su yo racional y escéptico en otro tiempo ni lo hubiera dejado vislumbrar:

Los milagros.

—Te aseguro que no tienes nada que agradecer, Sanders. Fue un verdadero honor para mí haber sido testigo de algo tan hermoso. No tienes idea cuánto amo a Azahara. No la llevé en mi vientre, pero la llevo en mi corazón y mi alma. Solo de pensar en el horror de perderla me aterroriza…

Hizo silencio, desviando la mirada de la de él.

—Y aún con todo eso sacaste fuerza para apoyarme en aquél momento… —Él le tomó de la barbilla para que lo mire a la cara y ella clavó sus felinos ojos en los de él —. Gracias por estar a mi lado en todo este proceso.

—No hay nada que agradecer, Sanders —reiteró Helen, levantando una mano y acariciándole el rostro con suavidad—. ¿Sabes que me di cuenta? —preguntó luego.

Él negó con la cabeza.

—Me di cuenta que Azahara nunca hizo una verdadera conexión con Lorraine Fantin a pesar de sus intentos por ser "linda" con ella. Supongo que la pequeña tiene un sexto sentido muy bien desarrollado.

Sanders se sorprendió por la observación. Ahora que lo pensaba, cuando le habían revelado la verdad sobre su supuesta madre, Azahara no se notó tan afectada. La niña se les quedó viendo pensativa, lo que les preocupó en un principio pensando que se había quedado en shock, para luego suspirar con cierto alivio antes de decir:

“Ah, por eso no me sentía bien con ella”

—Tienes razón, mi Sol es muy intuitiva —comentó en acuerdo.

Sonó el pitido de la cafetera que indicaba que el café estaba listo. Sanders besó una última vez a Helen en la frente antes de ir a servir dos humeantes tazas de café. Le dio una a ella y tomó la otra, sentándose luego una al lado del otro en un taburete.

—Tengo que ir a la empresa, Jorge me llamó hace media hora —empezó a decir Sanders.

— ¿Tan temprano?

Eran las 7:06 a.m.

—Sí, él dice que tiene algo que debo ver con urgencia.

Helen frunció el ceño antes de asentir, como si ya imaginaba de qué se trataba. Pero no indagó más, pronto lo sabría.

Apuró el café y se levantó. Le encantaría quedarse, pero tenía mucho que solucionar ahora que no tenía que preocuparse por perder a su preciosa hija. También esperaba que Lorraine accediera a decir la razón de lo que hizo y si había otros implicados, de esto último estaba casi seguro. Mientras más imaginaba cual podría ser su motivo, menos encontraba uno que tuviera sentido alguno.

—Vamos, Sanders —dijo Helen, percatándose de sus preocupaciones —. Ya lo peor pasó, seguro todo se solucionará cuando menos te lo esperes. Lo más importante es que Azahara está con nosotros a salvo de lo que sea que quiso hacer esa...—Se calló. Las últimas palabras las dijo con ira—. Por suerte todo acabó bien, aunque lamento mucho lo de Samantha.

—Yo también lamento eso —dijo, entonces recordó algo —. Ahora que lo pienso, una vez me dijiste que creías que la madre de mi hija la amó, lo que era difícil de creer tomando en cuenta que la abandonó… ¿Que te hizo llegar a esa conclusión pese a la circunstancia?

Helen sonrió.

—Varias, entre ellas que la niña estaba bien atendida y una desalmada no se hubiese tomado la molestia de cuidarla. Otro motivo es que la niña era muy tranquila y cariñosa, eso no concordaba con una niña que hubiese sido maltratada de alguna forma.

«Eso tiene mucho sentido», pensó. Claro, en ese tiempo él solo veía todo desde un punto de vista: el suyo.

Sonó su móvil sacándolo de sus reflexiones.

—Debo de irme —anunció al colgar. Era Jorge.

Ella asintió para luego darle un caluroso abrazo.

—Todo estará bien —repitió Helen—. Ten fe.

Él solo pudo quedarse como hipnotizado con la calidez y seguridad que reflejaban sus ojos. Entonces creyó. Después de todo lo que había pasado en las últimas semanas empezaba a pensar en que había alguien allá arriba que por alguna razón, lo respaldaba. Unas de esas razones principales era haberla conocido a ella y la llegada de su hija.




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