No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 32

Parado en el altar, Sanders estaba con los nervios de punta. Veía el reloj en su muñeca de forma insistente. ¿Y si no llegaba? Quizás fue mala idea precipitarse. Después de que le pusiera matrimonio a Helen, él insistió en que fuera lo más pronto posible. En un principio sugirió que fuera en dos semanas, pero Helen alegó que era muy poco tiempo para organizar todos los preparativos. Entonces propuso un mes, usando algunas artimañas para  convencerla. Sabía que Helen no querría algo escandaloso, y no se equivocó. Horrorizada ante la idea de una boda con cientos de invitados, prensa y ostentosidad, Helen estuvo de acuerdo en que para lo que tenía en mente no necesitaba tanto tiempo.

Echó un vistazo a los pocos invitados. No pasarían de quince personas, entre los cuales en su mayoría eran empleados y los familiares de estos, incluso, algunos ex empleados, como era el caso de José, Maura e Isabel, estas últimas eran las madrinas de Helen, mientras que Mason y Jorge, eran sus padrinos. En ese mes trabajado sin descanso, esos dos le habían demostrado que eran muy capaces, por eso cada vez estaba más convencido que había tomado la mejor decisión en darle el nuevo ascenso.

De los presentes, el único que le incomodaba era Richard, pero este se había disculpado con ambos y Helen lo invitó a él y su padre, el Sr. Walker. También invitaron a Gustav Dreier, pero este muy amablemente declinó la invitación, explicándole que iba de viaje con su esposa, la cual estaba desbastada ante la sentencia de su hija, Elizabeth Dreier. De todos los implicados en el intento de robarle a la niña, Elizabeth fue a quien más años de cárcel le sentenciaron, debido a que sus cómplices Samara Brown, Lorraine Fantin y Simona Long, la señalaron como la mente maestra del crimen, lo cual no fue difícil de comprobar. A eso se le sumó que también Cartel la acusó de planear el desfalco de Products N’EFORE.

—Oiga, Sr. Nichols, no se preocupe. Le aseguro que vale la pena la espera —dijo Mason, sacándolo de sus pensamientos.

Iba a responder cuando la música de entrada sonó. Giró para ver como entraba su preciosa hija luciendo como toda una princesa con un vestidito blanco hasta la rodilla forrado en tul y un lazo dorado en medio de la cintura, llevaba una canasta decorada con florecitas rojas de la cual sacaba y esparcía pétalos de rosas delante de ella. Azahara lo miró ofreciéndole una sonrisa de oreja a oreja. No cabía duda de que su pequeña estaba rebosante de felicidad. Le devolvió el gesto con ternura antes de levantar la mirada y entonces pudo verla.

Su mente quedó en blanco.

Ya no escuchó la música que resonaba ni los murmullos de admiración, tampoco se fijó en Tony, quien la llevaba del brazo. Solo podía verla a ella, a su mujer. Sus preciosos ojos felinos se clavaron en los de él y simplemente fue como si solo existieran ellos dos.

Estaba fabulosa con aquel vestido de novia hecho en gasa y satén. El corte tipo A con una apertura lateral hacía hondear con elegancia la falda al caminar dejando entrever una preciosa pierna calzada en unos tacones de aguja dorados, dándole la impresión de ver a una diosa griega. Pero lo que más le gustaba era el corpiño de hombros caídos y bordado florar que le confería un toque elegante y sensual debido a sus transparencias. Era una combinación perfecta con el peinado, un recogido alto con algunos mechones sueltos que enmarcaban sus facciones. El maquillaje era natural, siendo sus ojos lo único destacado. Se alegró que no llevara velo, así podía disfrutar de verla a plenitud.

¡Estaba para comérsela!

El corazón le palpitaba con tanta fuerza con cada paso que ella avanzaba hacia él, que por un instante pensó que se detendría. « ¿Esto es estar enamorado?», se preguntó internamente. Helen finalmente llegó a su lado.  

—Creo que hablo en nombre de Hans Rogers —Tony le entregó la mano de Helen —. Cuídala y amala como debe ser, muchacho. No espero menos de ti.

Helen le dirigió una breve mirada de gratitud a Tony.

—Te aseguro que es mi propósito, Tony —respondió sin apartar la mirada de ella.

Tony asintió con una sonrisa en los labios, luego le dio un beso paternal a Helen en la frente y se retiró a su lugar.

—Aquí estás… —susurró él para que solo ella lo oyera.

—Por supuesto. No iba a perderme mi boda.

—Me alegro que no te la perdieras—. Levantó la mano de ella que sostenía y se la besó con galantería —. Estás… deslumbrante, Helen. Estoy anonadado ante tu natural belleza.  

Ella desvió la mirada al tiempo que su rostro se tornaba rojísimo.

—Bien, par de tórtolos —intervino el padre —. Lamento la intervención, pero ya es hora de comenzar.

Sin perder más tiempo, el padre empezó la ceremonia. Mientras este hablaba, ellos dos se sumergieron en su propio mundo. Al menos él dejó de prestar atención a todo lo que no fuera ella y solo ella.

—Es evidente que la pregunta sobra por cómo se miran—bromeó el padre, haciendo reír a los invitados y sacándolo de su ensoñación—, sin embargo, debo tomarles la palabra.




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