No todo el dinero lo compra ©

Epílogo

Helen y Sanders estaban sentados en el jardín charlando después de la corta jornada de trabajo. Ese día era especial para ellos y por eso salieron temprano para terminar de organizar los detalles de la celebración que tendría lugar a partir de la 6:00 p.m. Ya con todo organizado, decidieron tomar un descanso antes de empezar a prepararse.

— ¡Papi, mami!

Azahara corrió junto su padre para saludarlo con dos sonoros besos ambas mejillas. Luego fue el turno de su madre. Se sentó en el regazo de Helen y la abrazó, recostando la cabeza en su hombro. Sanders mirada fascinado la escena, le encantaba verlas juntas.

— ¿Cómo te fue en el colegio, mi Sol?

—Fue bien. Ya solo faltan dos semanas de clases y… —Azahara se levantó como un resorte — ¡Casi lo olvido! Ya vengo —dijo, antes de echarse a correr.

Él y Helen se miraron extrañado. Unos minutos después la niña regresó con un cuaderno y un bolígrafo.

—Es que recordé que nos dejaron una tarea para mañana y tengo que hacerla ahora porque más tarde será la fiesta.

— ¿Y necesitas que te ayuden? —preguntó asombrado, ya que su hija era muy sobresaliente y era difícil que necesitara ayuda.

—Es que hoy dos de mis compañeras iniciaron una discusión sobre el alcance del dinero. Una afirmaba que con dinero se compraba todo, mientras que la otra decía que no. En fin, todas nos pusimos a discutir en el aula sobre ese tema y por eso la profesora nos dejó de tarea una pregunta que dice: ¿El dinero lo compra todo? Escribe tu respuesta y la de un adulto. ¿Podrías decirme que piensas sobre eso, papi?

Su hija volvió a sentarse en el regazo de Helen y clavó sus ojos en él esperando una respuesta.

—Por supuesto, mi Sol.

Sanders pensó un momento. Repasó mentalmente algunas de sus vivencias más impactantes en los últimos siete años. Pronto pudo formular una respuesta clara.  

—No, mi Sol, no todo el dinero lo compra —. Sonrió a su mujer —. El dinero compra la educación pero no te hace educado. Con dinero puedes tener miles de amistades pero no puedes comprar un verdadero amigo. No puedes comprar la lealtad ni el respeto, eso se gana. No compras la salud una vez perdida. No compra la integridad…—continuó con la lista hasta que llegó a la que en su opinión era la más importante —. Sobre todo, mi Sol, no puedes comprar el amor verdadero ni garantizarte la felicidad. He aprendido que hay cosas que no cuestan nada pero valen todo, porque lo realmente valioso de la vida, son las cosas que no puedes comprar —concluyó.

Las dos se le quedaron viendo en silencio con diferentes expresiones, su hija con admiración y Helen con orgullo.

— ¡Gracias, papi! —dijo, una vez terminó de apuntar —. ¡            Eres el mejor! —Enseguida lo abrazó con fuerza.

El emotivo momento fue interrumpido por la llegada de la Sra. Techy.

—Miren quien despertó de su siesta —dijo, llevando al hermoso bebé en brazos.

— ¡Hermanito! —Azahara inmediatamente fue a su encuentro e intentó cargarlo, pero este se removió incómodo. No estaba contento.

—Espera, querida. El pequeño Axel tiene hambre.

—Gracias, Techy, ya me encargo —. Helen se levantó para tomar a su bebé en brazos.

—Por cierto, Azahara, Amanda te llamó. Quiere hacerte una pregunta urgente —informó, divertida. Luego dio la vuelta y se fue.  

—Ya voy—. Azahara se acercó a su hermanito en brazos de Helen, quien ya estaba concentrado en alimentarse — ¿Quién es el bebé más bonito? Sí, eres tú—dijo, besándole una regordeta mejilla repetida veces, lo que lo hizo reír mostrando su desdentada encía —. Cierto, voy a llamar a Amanda.

La niña empezó a alejarse, pero frenó repentinamente. Regresó y entonces se detuvo a secretearle algo al oído a Sanders. Cuando terminó miró brevemente a Helen con una amplia sonrisa antes de irse corriendo.

—La última vez que ella hizo eso fue en nuestra boda, cuando nos despedimos antes de irnos de luna de miel —le reprochó.  

Sanders sonrió sin una pizca de culpa en su expresión. Recordaba muy bien lo que su hija le secreteó al oído en ese entonces.

“Quiero una hermanita, papi”

—Es normal, muchos niños desean tener hermanos y pues… —Se encogió de hombro.

—Me dejaste embarazada en la luna de miel, Sanders ¡así que ni lo sueñes! Hoy cumplimos un año de casados y Axel cumplirá tres meses en unos días.

— ¿Lo lamentas? —preguntó, aunque sabía la respuesta.

— ¡Por supuesto que no! —exclamó, exaltando al bebé.

—Eso pensé —. Levantándose, fue hasta el lado de su mujer y se agachó. Acarició el suave cabello negro del bebé, el resultado de su amor. Sonrió encantando mirando los ojitos verdes de su hijo que se cerraban y abrían somnolientos, entre leves sonrisas.




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