No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 2

Una mañana llegando a la puerta de la empresa, se le presentó un mendigo a pedirle algo de dinero. Sanders lo repasó de arriba abajo con gesto de desagrado. Era un hombre de algunos 40 años, vestido de harapos, el rostro lleno de mugre, barba desaliñada y aliento a alcohol, esto último fue lo que más molestó a Sanders.

—Oiga, no sea malo, se nota que le sobra el dinero. Deme algo para comer —dijo el mendigo, al tiempo que repasaba con mirada avariciosa el elegante y costoso traje de Sanders.

Sanders lo miró con asco.

—Escucha, alcohólico de mierda, será mejor que te largues de aquí, ¡pero ya! —dijo, con un tono de voz que cualquiera temblaría, al tiempo que lo señalaba —. ¿De qué me vez la cara? Si hay algo que detesto, son las personas como tú, vividores. ¡Si quieres beber, trabaja! —agregó, esta vez con voz más agresiva.

Dicho esto, se dio la vuelta para seguir su camino, mientras murmuraba entre dientes sobre las escorias de la sociedad.

Sanders entró muy molesto a su oficina, y como de costumbre, sus empleados se llevaron la peor parte, pues estaba que nadie se le podía acercar. Él pensaba muy mal de este tipo de personas debido a su pasado, tuvo una infancia donde siempre tuvo que luchar por lo que quería y demostrar constantemente su valía. Su abuelo, Antón Nichols, quien lo crió, no le dio tregua. Siempre se encargó de recordarle que debía ser mejor que su inepto padre, Alexander Nichols y la “vividora”, por decir la palabra más suave, de su madre. Su abuelo nunca lo dejó enfocarse en otra cosa que no sea el éxito, aun a costa de una infancia normal. Sanders apretó con fuerza los puños, odiaba cuando lo invadían los recuerdos del pasado. Decidió centrarse solo en el trabajo.

Ya pasado el día, y unos minutos antes del horario laboral, tocaron a la puerta de su oficina.

— ¿No dejé claro en que no quería que nadie me moleste? —rugió.

—Disculpe Sr. Nichols, pero esto es una emergencia —contestó su asistente, desde el otro lado de la puerta.

—Pasa, espero y sea una verdadera emergencia —dijo en tono amenazante. Empezó a tamborear sus dedos sobre su escritorio mientras esperaba que el asistente diga lo que sucedía.

—Y ¿bien?... —se impacientó Sanders.

—Lo que sucede es que en frente de la empresa hay una ronda de reportero y exigen verle, Sr. Nichols.

— ¿Qué rayos quieren?

—No sabemos Sr. Nichols —contestó el asistente, aún nervioso.

 

Sanders se levantó como un resorte de la silla, se paró frente a la ventana, donde pudo ver que había una considerable cantidad de reporteros, lo que significaba que habría problemas. Dando un fuerte suspiro, se dispuso a bajar. Inmediatamente salió fuera del edificio, lo acribillaron a preguntas.

— ¿Sr. Nichols es verdad que usted golpeó a un indigente por pedir limosna en la mañana? ¿Qué tiene usted que decir al respecto?

Sanders se quedó en shock por unos segundos, pero su expresión seguía inescrutable. Se preguntó cómo se enteraron del incidente con aquel indigente de la mañana, es cierto que le dijo algunas palabras para ponerlo en su merecido puesto, lo que consideraría agresión verbal, pero nunca le agredió físicamente. Sin embargo y según los reporteros, el mendigo lo acusaba de haberlo agredido física y verbalmente. Incluso, uno de los reporteros le mostró una foto donde se mostraba a Sanders señalando a este con expresión furiosa y luego otra del mismo hombre muy golpeado, si no fuera por la barba y la ropa, no lo hubiera reconocido. Sanders pensó en una única explicación, que le habían tendido una trampa. Una acusación como esa podía perjudicar su imagen pública muy seriamente.

—No tengo nada que decir —dijo Sanders luego a los reporteros y periodistas allí presente.

 

Sanders intuía que la situación era más grave y quiso comprobarlo, por eso desde que llegó a su casa, se encerró en su habitación y encendió la pantalla plana. Cambió de un canal a otro, y efectivamente, estaba en los titulares. Lo describían como un ogro sin sentimiento. Vio el mendigo que estaba dando una entrevista desde el hospital, donde describía como Sanders lo había “agredido”, mostrando su rostro golpeado e incluso dejando rodar unas cuantas lágrimas por su curtido rostro.

— ¡Mierda! Esto es malo…—dijo para sí mismo.

Por supuesto que esto afectaría su imagen y junto con esto, sus negocios. Tenía unos tratos que cerrar y con esta situación estaba seguro que se le complicaría, después de todo, quién querría hacer negocios con un mezquino a nivel público. En los negocios era muy importante dar una buena imagen pública y el que le tendió la trampa, lo sabía muy bien.

Pasaron unos días y Sanders aun no encontraba qué hacer para limpiar su imagen. ¡Era cada vez peor! Como si fuera poco, el mendigo, de nombre John Cooper, le demandó exigiéndole una indemnización por los daños causados a su persona. Con la prensa encima de él y su imagen cada vez más arruinada, Sanders por primera vez desde hacía mucho tiempo, se sintió impotente.




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