No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 6

Sanders se detuvo un momento al bajar las escaleras. La fiesta había empezado. Se ajustó la corbata mientras repasaba el lugar con la mirada para cerciorarse que todo estaba tal cual había ordenado. Observó a sus invitados, solo personas de la alta sociedad; mujeres vestidas con lo más exquisitos vestidos de diseñadores famosos que adornaban con costosa joyas de rubíes y diamantes. Los hombres no eran la excepción, también iban ataviados con elegantes y costosos trajes de diseños. Se adentró en la fiesta y representó al perfecto anfitrión.

Allí, rodeado de tantas personas, Sanders resaltaba como ninguno. Su gran atractivo físico, imponencia y elegancia, atraía a las mujeres como moscas a la miel, y provoca en partes iguales admiración y envidia en los hombres. A eso se le sumaba los temas de conversación, los cuales demostraban la gran capacidad y conocimiento de los temas a bordo. No cabía duda de que este tenía su puesto a nivel empresarial bien merecido. Después de una hora, Sanders se retiró con el pretexto de que tenía una llamada importante que atender.  Pasó por el lado de un mozo que servía bebidas y tomó una copa. Se escabulló a una esquina donde podía ver todo sin ser visto, para tomar un respiro.  Aunque era una fiesta, estuvo muy pendiente especialmente de algunos empresarios en los cuales vio futuros y convenientes negocios.

Observó a su alrededor mientras se llevaba con lentitud la copa a los labios. Tomó unos cuantos sorbos de la costosa bebida, y por una fracción de segundos, se sintió fuera de lugar. Al contemplar a aquellas personas, a las cuales en su mayoría ni conocía, lo invadió una extraña y a la vez, reconocida sensación. Soledad. Cerró los ojos con fuerza a la vez que apretaba la fina copa «Pero, ¿en qué estoy pensando? No dejaré que una tontería así me afecte ni mucho menos que las palabras de una don nadie me hagan dudar de mí », se reprendió mentalmente. Molesto consigo mismo, se dirigió al segundo nivel de la mansión, que era el único lugar donde no tenían acceso los invitados. Caminó distraído y sin darse cuenta pasó por la puerta de la habitación de la pequeña Azahara, que se encontraba entreabierta. Sin ser consciente del porqué, entró silenciosamente. Trató de convencerse que solo echaría un vistazo y cualquier inconveniente con “su hija”, tendría la excusa perfecta para reñir a Helen. La habitación olía a limpio y talcos para bebés. Había una lámpara infantil con diseño de media luna de luz tenue encendida, por lo que había poca claridad. Se acercó a la cuna en el centro y al mirar dentro se dio cuenta que la niña no estaba, fue entonces cuando se percató del ruido procedente del cuarto de baño y se acercó.

Sanders se recostó en el marco de la puerta en silencio, ni Helen ni la niña percibieron su presencia. Vio a una sonriente Azahara chapoteando en el agua de la bañera mientras Helen, aunque estaba de espalda a él, supuso que le hacía carantoñas para hacerla reír. Se quedó allí, como hipnotizado por la escena que supuso, sería como el de una madre y su bebé. Pensó que era un ambiente cálido y hogareño.  Sacudió la cabeza para evadir tales pensamientos.

Sintiéndose como un intruso, decidió irse.

— ¿Acaso se perdió, Sr. Nichols?

Escuchó que decía Helen. Sanders apretó los puños, aunque estaba de espalda a ella, sabía que lo estaba mirando. Podía imaginar esa expresión petulante en su rostro. Suspiró pidiendo paciencia y lamentando que lo haya visto, ¿o no? En el fondo quizás eso era lo que quería, una guerra verbal con la descarada de su empleada.

Se giró para quedar frente a ella.

—No hay manera de perderme en mi propia casa, no hagas preguntas estúpidas —contestó con desdén

Helen levantó una ceja y sonrió de medio lado.

—No me refiero a perderse en la casa, me refiero a perderse en su propio mundo. Al parecer, su esperada fiesta no está llenando sus expectativas. No parece divertirse.

—Sí que eres una entrometida. ¿Cómo sabes que no me divierto si estás aquí? —sonrió con arrogancia — ¿Acaso has estado observándome?

—No es necesario observarlo mucho para darme cuenta de la falsedad en su sonrisa… aunque sus invitados se ven peor que usted.

— ¿Qué quieres decir?

—Simple, ellos no solo tienen una falsa sonrisa sino que sus ojos están llenos de envidia y codicia. Parecen buitres esperando a que su presa caiga para devorarlo.   

Sanders escrutó a Helen con la mirada. La niña estaba en silencio total, alternando su atención de uno a otro.

—Realmente eres una entrometida muy astuta. Bueno yo…

—Sr. Nichols, ¿dónde está? —alguien interrumpió

—Parece que lo buscan, su alteza real —dijo Helen, tomando a la niña en brazos.

Helen vio como Sanders tensaba su fuerte mandíbula y la veía con una expresión indescifrable.

Entró las manos en sus bolsillos, sonrió a media, dio la espalda y se marchó.




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