Helen se despertó temprano a pesar de casi no haber dormido. No fue el ruido de la fiesta lo que le impidió conciliar el sueño, sino la pequeña que dormía plácidamente acurrucada contra su pecho. Azahara había pasado la noche inquieta e irritada, lo cual no era común en su comportamiento. Cada vez que la dejaba dormida en su habitación empezaba a llorar, por lo que al final se la llevó a dormir con ella. Con mucho cuidado de no despertarla, se levantó de la cama colocándole una almohada delante para que no sienta su ausencia. Se quedó observándola con ternura « ¿Cómo ha podido su madre abandonarla? ¿Cómo puede su padre no estar loco de amor por ella? Aunque claro, a mi jefe no le cabe lugar para nada que no sea pensar en él mismo», pensó.
Sacudió la cabeza para dispersar el aluvión de pensamientos que solo le provocaban ganas de gritar de frustración. Se dispuso a empezar el día con una buena taza de café. Se bañó y vistió en menos de diez minutos y tomando el comunicador para bebé, le dio un beso en la frente a la pequeña antes de salir.
Caminando por el pasillo sus ojos se desviaron a la habitación de Sanders, la cual estaba abierta.
No era normal que él dejara la puerta abierta. Se acercó.
— ¿Sr. Nichols? —Como no contestó entró y entonces lo vio. Acostado con todo y ropa se encontraba profundamente dormido. Una brisa fría se coló por el ventanal entreabierto.
—Supongo que los ogros también se cansan, hasta los zapatos se ha dejado —comentó con humor —Ha sido muy descuidado dormirse así con este clima. —Lo regañó en voz baja. Fue y cerró la ventana, aún no había salido el sol por lo que corrió las cortinas por completo para que pudiera dormir más. Buscó una sábana y después de quitarle los zapatos, lo arropó.
Aprovechando la ocasión, lo contempló a gusto. Una incipiente barba oscurecía su mentón y Helen tuvo ganas de pasar los dedos por ella. Observó sus ojos cerrados, su esculpida boca entreabierta y el tupido pelo revuelto, ¡pero que hermoso era! Lástima que su personalidad no lo fuera. Se acercó más a él y le susurró algo al oído antes de irse.
Sanders se levantó espantado, sentía que había dormido una eternidad. Se sentó en la cama y bostezó. Al consultar la hora en su reloj se sorprendió al ver que eran las 1:05 PM.
—No puedo creer que dormí tanto. —Pasó una mano por su pelo y mentón. Al sacar los pies de la sabana entonces se dio cuenta que no llevaba los zapatos y que estaba arropado.
—Solo hay una empleada tan atrevida como para entrar en mi habitación sin permiso y hacer esto —pensó en voz alta.
Después de bañarse, afeitarse y vestirse, se dirigió a la cocina en busca de Helen.
—Buenas tardes, Sr. Nichols —saludó la Sra. Techy —. Ahora mismo le preparo algo de comer. ¿Le apetece algo en especial?
—No, solo una taza de café y pan tostado —dijo, mirando a todos lados. —Y ¿dónde está Helen?
—Ella está dándole un baño a la pequeña Azahara.
— Gracias, vengo en un momento.
Sanders llegó rápidamente a la habitación de la niña y se fue directamente al baño. Se recostó de la puerta, quedándose en silencio unos segundos. Helen no percibió su presencia, estaba muy concentrada jugando con la bebé.
—Oye, Empleada, pero que atrevida eres —dijo en tono reprobatorio —, mira que entrar en mi habitación sin mi permiso.
Helen dio un respingo.
— ¿Podría avisar? Me ha dado un buen susto. —Lo miró ceñuda — ¿Por qué piensa que entre en su habitación?
—Simple, cuando me desperté alguien me había cubierto con una sábana y me quito los zapatos y, eres la única con el valor de hacerlo.
—En ese caso, ¿no debería ser agradecido? —replicó, volviendo a centrar su atención en Azahara.
— ¿Por qué razón? —Cruzó los brazos a la vez que enarcaba una de sus cejas con arrogancia.
—Eso es obvio, si se duerme así con esta temperatura puede enfermarse y es lo menos conveniente para usted en este momento —explicó.
—Acaso, ¿estas preocupada por mí, Helen? — La pinchó.
—No exactamente —se puso de frente a él —, pero gústeme o no trabajo para usted, y no me conviene cuando se enferma y no produce dinero, ya que usted paga mi sueldo.
Sanders dio un suspiro dramático.
—Así que es por eso. —Aunque no iba a admitirlo, en el fondo le molestó esa respuesta.
— ¿Y que esperaba?
—Pensé que te habías enamorado de mí.
Helen sonrió sarcástica.
—Aún estoy en mis cávales, Sr. Nichols. Es verdad que trabajar para usted podría volver loco a cualquiera, pero aun no me ha tocado.
Editado: 22.08.2019