No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 8

El pequeño niño de apenas cuatro años se encontraba sentado en el piso de su recamara decorada con tonos alegres y pintorescos. Jugaba con su peluche, un osito vestido con mono y un abriguito azul al cual llamaba Dicky. Tan inocente y sumergido en su perfecto mundo de imaginación. Estaba feliz esperando la llegada de su mamá, le había hecho un lindo dibujo en compañía de Berta, su niñera. Levantó su carita regordeta y miró con sus grandes y expresivos ojos azules la puerta que empezaba a abrirse. Empezó a esbozar una sonrisa, la cual se borró inmediatamente vio que no entraba su mami, sino un hombre extraño. Era alto y delgado, de rostro parecía enojado y hacía gestos raros con su boca de labios finos. El niño arrugó su nariz y lo observó con curiosidad. Ambos se evaluaron con detenimiento.

—Así que tú eres Alesanders… —escuchó el pequeño que decía el extraño.

El niño se sintió cohibido ante aquellos ojos que lo miraban con frialdad.

— ¡Mami! —llamó el niño, abrazando a su osito. — ¡Mami! —Gritó más fuerte, esta vez levantándose del suelo para dirigirse a la puerta. ¡Ese hombre le daba miedo!

El extraño lo detuvo agarrándolo por un bracito con brusquedad ante que lograra salir.

— ¿A dónde crees que vas? —El tono de voz del hombre lo asustó mucho. — ¿Vas a por tu mamita? —le preguntó.

El niño miró hacia a la puerta. Quería alejarse de ese hombre.

—Mami… —susurró en voz baja, llenándose los ojitos de lágrimas cuando el señor lo levanto con brusquedad  del suelo y lo sentó en la camita en forma de coche.

El hombre malo se acuclilló para quedar a la altura del pequeño.

—Te diré algo, mocoso… primero: tu ma-mi-ta ¡NO va a venir! —dijo con una sonrisa cruel. — Segundo: tu pa-pi-to, tampoco va a venir.

Alesanders sintió su corazoncito latir con fuerza. Un sentimiento de desolación empezó a embargar su cuerpecito, empezando a temblar. Abrazó con fuerza a su osito. Su mami y su papi iban a llegar en cualquier momento, ese hombre mentía.

—Mírate, tan poquita cosa —dijo con desprecio —. Te pareces a tu madre.

El niño se aferró más a su peluche. El hombre lo observó con maldad.

—Necesito que me prestes atención —dijo, fijándose en el osito que sostenía el pequeño en sus brazos como si de un salvavidas se tratase. —Así que nada de distracciones —continuó el hombre, quitándole de los bracitos el juguete favorito del niño.

— ¡Es mío! ¡Dicky! —exclamó el pequeño con los brazos extendido para que se lo devolviera.

Empezó a llorar, era un llanto que cualquier ser humano con el mínimo de compasión, le habría partido el corazón.

—Eso sí que no, ¡nada de llanto! —dijo, tirando a su querido Dicky al suelo y pisándolo —Te callas o lo aplasto —amenazó al niño.

El llanto del pequeño niño con cara angelical cesó hasta quedar en hipidos bajos. Los cristalinos ojos puestos en su amado juguete.

—Así me gusta —aprobó el señor —ahora me presentaré, soy Antón Nichols, el papá de tu papá, o sea, tu abuelo.

El pequeño pasó el dorso de su mano por sus ojitos húmedos por las lágrimas.

— ¿Abuelo? —repitió el niño, mirándolo incrédulo.

—Sí, tu abuelo, y de ahora en adelante vas a vivir conmigo.

Alesanders abrió sus ojos horrorizado, lo que complació a Antón.

—No es cierto, vivo con mi mami y mi papi —dijo el pequeño, mostrando algo de carácter por primera vez en la presencia de Antón. —Mi mami va a venir y no lo va a dejar quedarse, usted es malo —agregó con seguridad.

Antón empezó a reír a carcajada.

— ¡Qué miedo! —fingió temblar —. Pero no creo que eso sea posible, ¿sabes por qué?

En niño se encogió en su camita. Negó con su cabeza, haciendo que su abundante pelo negro se moviera.

—Te diré por qué…veras, tus papitos ya no están aquí, se fueron.

— ¿Dónde están? —preguntó, empezando a llorar de nuevo.

—Están muertos, lo que quiere decir que jamás los verás, y tú ahora me perteneces.

 

Sanders se levantó espantado y con el corazón acelerado. Tenía la frente perlada en un sudor frío. Observó a su alrededor para darse cuenta que estaba en su lujosa oficina. Llevó una mano a su cabeza y un escalofrió le recorrió el cuerpo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.