No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 9

En los siguientes días Sanders se dispuso a ignorar por completo a Helen. Cuando la vio allí parada en la puerta del baño no se lo podía creer, y al ver su reacción no pudo evitar sentirse alagado ya que ella nunca mostraba otra cosa que una abierta aversión hacia a su persona. Verla devorarlo con los ojos fue como un premio en oro para su orgullo masculino. ¿Y por qué no admitirlo? Su cuerpo había reaccionado de manera inesperada, aunque no era la primera vez. Ser consiente de hasta qué grado le agradaba tener guerras verbales con ella, provocarla solo por verla enojada ya que le gustaba ver sus ojos echar chispa y cuando tensaba sus labios —labios en los que se había encontrado mirando en más de una ocasión— y enarcar sus perfectas cejas con arrogancia. ¡Debía estarse volviendo loco! Todo eso lo había llevado a la decisión de ignorarla, junto con la bebé.

Sanders salió más tarde de la casa debido a que estaba resolviendo un asunto importante que no podían esperar, cuando Helen lo interceptó.

—Buenos días, Sr. Nichols —saludó —. Quiero hablar con usted.

Sanders la escudriñó de arriba abajo. Iba como siempre, con su uniforme demasiado grande y su moño sin una hebra de pelo que sobresaliera. Por la expresión que llevaba imaginaba que se aproximaba una reprimenda, pero él no se encontraba con ánimos para eso.

—Que sea rápido, no tengo mucho tiempo —dijo molesto, señalándose el costoso reloj que llevaba en la muñeca.

Helen resopló.

—Bien, trataré de no quitarle valioso tiempo, señor.

—Empieza… tic tac. El tiempo corre —la provocó.

—Como se supone que debería saber, pronto será el cumpleaños de la niña…

— ¿Y qué quieres que haga con eso? —la interrumpió con total indiferencia.

Helen lo miró como si fuera de otro planeta. Volvió a ver su reloj, ganándose que ella lo acribille con sus ojos verdes.

—Pensé que quizás le interesaría celebrarlo. Es su primer año —explicó con impaciencia.

—Haz lo que quieras, está a tu cargo. Te pago para eso, ¿recuerdas?

— ¿Qué haga lo que quiera? —preguntó, indignada —. ¡Es tu hija!

—Yo no pedí ser padre, además, que sea mía no se ha confirmado.  

La observó bajar la cabeza por un momento.

—Claro, y yo que pensé que podrías cambiar, aunque sea un poco —dijo, decepcionada.

—Yo no tengo nada que cambiar, si fuera de otra forma no sería quien soy ahora.

— ¿Un imbécil que solo piensa en sí mismo? —dijo con rencor.

Sanders se movió tan rápido que hasta a él le sorprendió. En unas pocas zancadas estuvo frente a Helen.

—Escucha bien —dijo, furioso. —No voy a permitir que sigas hablándome así. Si quieres seguir aquí será mejor que te limites hacer tu trabajo y solo tu trabajo, si no estás dispuestas, bien puedes largarte. Ya me las arreglaré sin ti, y hasta estaría mejor sin tus constantes sermones de lo que es correcto y no. ¡Me tienes harto! —Inmediatamente terminó de decir aquello, Sanders sintió que no debió hacerlo.

 

Helen se había quedado quieta ante los gritos de su jefe. Aunque ya él le había demostrado que solo pensaba en sí, esto había sido el colmo. ¡No le importaba en nada su hija! Sintió su corazón contraerse, no por él, sino por la pequeña niña que merecía algo más que el abandono de su madre y el desprecio de su padre. Suspirando con fuerza, intentó tragar el nudo que se había formado en su garganta. Sintió sus ojos escocer por lágrimas de impotencia y decepción.

—Entiendo —dijo con voz enronquecida —, y será como usted quiera, Sr. Nichols. Solo le diré que si no me largo ahora mismo y lo mando al mismísimo infierno…—alzó la mano cuando Sanders iba a hablar para que no la interrumpa —es porque esa niña me importa y no tiene nada que ver con un sueldo.

Sanders se quedó viéndola con una expresión inescrutable. Llevó su mano a los bolsillos de sus pantalones y se quedó en silencio total.

—Ya que ha dejado todo claro, me retiro a mis obligaciones laborales. Con su debido permiso —dijo con exagerada formalidad. Su jefe apretó los labios, parecía tenso.

Pensó que él iba a agregar algo, pero se limitó a asentir solamente.

 

***

Después de aquella discusión Helen se distanció de Sanders y lo trataba con total frialdad. Aunque casi no lo veía porque él seguía con su rutina de trabajar todo el día, se lo había encontrado en un par de ocasiones en el pasillo y solo se limitó a saludarlo con un gesto de cabeza por educación.  

Sanders estaba en el estudio adherido a su habitación planeando una estrategia de un nuevo negocio, pero de vez en cuando se quedaba perdido en sus pensamientos. Había logrado por fin que Helen se limitara exclusivamente a hacer su trabajo, que no lo mirara con reprobación ni le diera sermones, pero en esos cuatro días desde que discutieron se sentía extraño. No le agradó nada cuando ella lo encontró en el pasillo y lo ignoró. En otra ocasión ella le habría enarcado una ceja y sonreído con ironía o sorna.




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