No toques a mi perro

NO TOQUES A MI PERRO

La jornada laboral en la oficina había sido tan rutinaria como cualquier otro mísero lunes. Lleno de llamadas, correos, papeles, firmas, juntas y atención al cliente que se llena del humidificador de olor a lavanda junto al aire acondicionado. Al ser gerente tengo todo bajo control.

El empezar la semana con esa usual monotonía y pocas ganas de existir acompañado de varias dosis de café cargado, era lo normal en la vida adulta.

¿Quién hubiera imaginado que una simple y trágica llamada, cambiaría todo?

—Seyren Loryvane… Atropellaron a tu perro. Regresa de inmediato, está grave.

Fueron las palabras que mi vecino dijo, las cuales provocaron que mi último café del día, cayera y se esparciera en esa pulcra oficina. El estallido de esa taza, fue tan fuerte como la sensación que abrumaba mi pecho.

Una ambivalencia de miedo, desesperación, adrenalina, pánico, que me hicieron correr de inmediato, sin decir ni avisar ni una sola palabra.

Lo único que deseaba era ver, sostener, proteger y salvar a Duvane, mi perro Border Collie, de tres años. Prácticamente mi hijo, mi todo.

El que me recibía cada día después del trabajo en ese vacío departamento, mi compañero de vida el cual crié desde cachorro, el que le ponía color a mi mundo y daba significado seguir adelante. Una motivación para existir, y el dueño de mis cuadros con sus fotos por doquier, incluso en mi fondo de pantalla del celular.

Debía sobrevivir, debía sobrevivir. Más le vale al responsable, ya que sería capaz de lo inimaginable por dañar a mi bebé.

Mis manos temblaban al manejar, el aromatizante a limón me asqueaba y al llegar a la escena de los hechos como si estuviera hipnotizada, en modo supervivencia, no pude evitar gritar de horror y tirarme al suelo con un claro ataque de ansiedad al verlo luchar por su vida.

Había tantas personas alrededor que mi visión se nublaba acompañada de las lágrimas. Nadie está absuelto de los giros del destino, en vez de preguntar: “¿Por qué?”, preguntaba, “¿Para qué?”.

La sangre lo rodeaba en su pelo blanco con negro, sus ojos perdían su brillo habitual y la opresión en mi interior fue indescriptible, desgarradora. Estaba helado en el asfalto, y parecía como si su cuerpo agradeciera mi tacto, mi llegada, como si se sintiera a salvo en mi presencia.

—Duvane… Estoy contigo. Te juro que van a pagar por esto —apenas pude articular al sostener entre mis brazos su frágil cuerpo, sentir su suave pelo, grabarme su mirada con una inocencia infinita y con las pocas fuerzas, sentí su lamida en mi mano y vi su cola moverse.

Se habían dado a la fuga, sin embargo, habían tomado fotos a las placas. Esto no se quedaría impune. Lo juraba con mi vida, pagaría a sangre fría quienquiera que haya sido.

Repetía sin parar en mi cabeza en lo que llegaban los de la veterinaria ante la emergencia, y en la espera, la fría noche me hacía compañía.

Después de días de recuperación en donde Duvane seguía internado, y gracias al cielo, no tendría secuelas, habían detenido al responsable y sin dudarlo, dejé todo para enfrentarlo, conocerlo, encararlo.

Fueron las noches más infernales que pasé, sin dormir, con pesadillas y al pendiente del celular ante la clínica en donde estaba mi perro. Lo único que me ayudaba eran las dosis altas de pastillas para dormir, al menos por unas cuantas horas.

La incertidumbre me carcomía por completo que apenas podía comer sin vomitarlo todo por los nervios, si seguía así, podría parecer un cadáver andante. Sin embargo, al tener la cita con el culpable para presentar cargos en su contra, tenía un objetivo claro sin siquiera conocerlo: Haría de su vida un infierno.

Y ahí estaba, frente a frente en la sombría sala de interrogación que hacía lucir mi cabello castaño más oscuro y mis ojos verdes cubiertos de ojeras, mantenía un olor a humedad. Tan gélida que mi ropa de invierno apenas cubría el frío de mis huesos, con una única luz, en frente del hijo de puta que casi me arrebata lo más preciado de mi vida, el cual se mantenía sereno, sin remordimiento. Incluso podría jurar, una suave sonrisa se dibujaba en su rostro y la sombra, la hacía resaltar.

Su nombre es Strovann Corvynine. Un joven en sus treintas, un oficinista más, que no luce capaz de cometer tal hecho, porque por más que los estigmas ante los criminales son marcados y con el tiempo se han ido desvaneciendo de a poco, no se acerca ni un poco al típico estereotipo.

Es totalmente promedio, un hombre rubio de ojos pequeños y oscuros, con varios lunares, que verías en cualquier calle caminando sin llamar la atención con esa ropa simple, casual, rasgos agradables y nada sobresaliente en su físico.

Según la oficial Shadovar de estatura baja y morena, sus antecedentes penales están limpios. Igual que sus pruebas de sangre y orina que descartan estupefacientes de por medio. Aunque no pueden decir lo mismo sobre los estudios psicométricos que por ahora, “es confidencial”. Mentiras.

Una persona en su sano juicio, jamás daña a un animal con toda la intención. De manera dolosa en vez de culposa como lo muestran las cámaras de seguridad y el testimonio de los testigos, cuando Duvane se escapó, aceleró su automóvil y aprovechó la oportunidad.

Cometió varios delitos a la vez, un concurso de delitos con el cual es acusado y ni siquiera se niega o súplica al respecto, por reducir la condena, convertirla en fianza, servicio comunitario, libertad condicional. Absolutamente nada.



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En el texto hay: psicopata, venganza, gore

Editado: 03.10.2025

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