Noa: La Chica Enigma

⌘ Episodio 11

— ¿Noa ha vuelto?

La recepcionista del hotel "La Estrella" miró al hombre con fastidio.

— No.

— ¿Dijo algo? ¿Cuándo regresaría?

La empleada lo observó de arriba abajo. Tendría unos cuarenta años. Alto, en buena forma física, sin barriga, vestido con ropa cara. Corte de cabello corto, ojos oscuros hundidos, mandíbula marcada. Podría considerarse atractivo… si no fuera por la amenaza que emanaba de él.

Aunque, pensándolo bien, muchas mujeres eligen precisamente a ese tipo de hombres.

La recepcionista respiró hondo, reuniendo valor.

— Dejemos las cosas claras, — su voz tembló levemente, pero siguió adelante. — No voy a darle ninguna información sobre nuestra clienta. No sé quién es usted ni qué intenciones tiene con ella… Así que, por favor, o alquila una habitación o lárguese.

El silencio se hizo pesado. El hombre la perforó con la mirada.

— Gorda de mierda.

Escupió las palabras y se dirigió a la salida.

— ¡Voy a llamar a la poli, pinche cerdo!

¡Crash! La puerta de entrada se cerró con fuerza tras él. El hombre salió a la calle, se detuvo un momento y encendió un cigarrillo.

Era una noche cálida de agosto. Desde la avenida cercana llegaban murmullos de conversación. Se oían niños riendo a lo lejos. Los adultos disfrutaban de su descanso después de un largo día de trabajo, sentados en las mesas de un café cercano.

El hombre fumaba en silencio. Pensaba en algo. Pero claramente no tenía intención de rendirse.

Cuando terminó su cigarro, encendió otro. Cruzó la calle y se sentó en una de las mesas del café. Pidió un carajillo y se quedó observando la entrada del hotel. A veces alguien entraba o salía, pero el que más aparecía era el chico que trabajaba allí. Felipe.

El tiempo pasó. La noche oscureció y la ciudad quedó en calma.

Una camarera se acercó a su mesa.

— Disculpe, estamos cerrando.

Él asintió, pagó y se levantó. Pero esta vez no se dirigió a la entrada principal del hotel. Rodeó el edificio y encontró la puerta trasera. Estaba abierta…

El hombre subió las escaleras con tranquilidad. Se detuvo frente a la puerta con el número 51 y miró a su alrededor. Sacó algo que parecía una ganzúa. El maldito cerrojo se resistía. Una gota de sudor le resbaló por la frente.

— No chingues… — murmuró.

Justo en ese momento, el candado hizo clic. Se deslizó adentro sin hacer ruido. Era la habitación de Noa. Vacía, por supuesto. Encendió la linterna de su móvil y comenzó a inspeccionar. En el baño, encontró un mechón de cabello negro largo. Se acercó a la almohada, la tomó entre sus manos y respiró hondo.

Una sonrisa torcida apareció en sus labios.

— Noa… — susurró.

Un segundo después, cerró la puerta y descendió por la misma escalera. Salió del hotel por la entrada trasera.

— Hola. ¿Puedo hablar contigo un momento?




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