Noa: La Chica Enigma

Episodio 33

Felipe estaba en coma.

Así sucede: vives y te acostumbras a vivir. Te acostumbras a sentir tu cuerpo en cada momento, a que funcione con normalidad y, en general, no te falle. Eso te da cierta confianza en el futuro. Empiezas a planearlo: piensas en el trabajo que tendrás, en cómo ganarás un mejor salario, tal vez en fundar tu propio negocio. Quizás te hagas rico, un poco o mucho. Comprarás una casa, formarás una familia. Llevarás una vida feliz.

Pero de repente algo sucede, y tu cuerpo, que es la base de toda tu idea de bienestar, pierde su funcionalidad. Te rompes la columna y quedas lisiado, pierdes la mano con la que escribes, te golpea un desconocido en la calle y caes en coma...

— Es alto, de cabello negro, con una mandíbula y frente masivas... Bien vestido... Más de cuarenta años... Estuvo rondando la "Estrella" durante dos días.

Llora. Es la recepcionista del hotel, una chica rellenita. Describe al hombre que buscaba a Noa. Junto a ella está otro hombre, de unos treinta o treinta y cinco años. Tiene una mirada intensa, en la que se esconde una determinación aterradora. No es crueldad, es pura implacabilidad. La escucha.

— ¿Cámaras? ¿Tienen cámaras en el vestíbulo?

— Sí.

— Revisemos la grabación. ¿Crees que fue él quien golpeó a Felipe? — pregunta el hombre. Sus voces resuenan suavemente en el pasillo del Castillo Bajo. En el hospital siempre es así: la gente susurra sobre enfermedades, muerte, diagnósticos inapelables.

— ¿Quién más? Nadie de aquí tenía nada contra Felipe — solloza ella. — No tenía enemigos. ¿De dónde podría haberlos sacado? ¿Acaso era un narcotraficante?

— Aunque hubiera querido, no podría — el hombre sacude la cabeza, pero no sonríe.

— ¡Ese bastardo buscaba a esa chica! Noa. Tengo una copia de su pasaporte.

— Excelente. La encontraremos. Y luego, a él.

— Dios, ¿y qué pasará con Felipe? Si no despierta...

La chica llora, pero el hombre no se apresura a consolarla.

— Ahora Felipe tiene que luchar por su vida. Le dije que viniera con nosotros a las clases de sambo. No quiso. Y ahora no pudo... — el hombre suspira, — defenderse.

Se gira y entra en la habitación. Se sienta en silencio junto a la cama de Felipe y lo observa, sumido en sus pensamientos.

— ¿Para qué demonios te acostaste con esa chica...? Toda la vida te protegí, hermano. Pero esta vez no pude. Pero no te preocupes, a ese bastardo le espera una vivisección...

Felipe respondió solo con el leve pitido de su monitor de pulso.




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