Ella lo dejó entrar.
Desde la primera cita, Noa sintió, sin saber por qué, que se ponía nerviosa cerca de Natán. Como si fuera un examen. O simplemente... Todo parecía demasiado importante.
— Bonito apartamento. Se nota que aquí vive gente buena.
— Sí. Es de un señor. Lo conocí por casualidad — dice Noa, mostrando su hogar temporal. — Se fue por un tiempo a visitar a su hermana en la provincia vecina.
— ¿Las flores? ¿Alguien te las regaló?
— Sí. En la cita pasada. — se ríe ella.
— No me gusta regalar cuando lo esperan.
— Me las compré yo misma.
— La próxima vez te las compro yo. Pero será inesperado.
— Te tomo la palabra.
Entran en el dormitorio.
— ¡Cuántos mapas tienes! Genial — dice Natán al ver la colección de la chica. — Cuando era niño dibujaba mapas. Me enseñó mi primo. Lo que menos me gustaba era dibujar bosques — había que hacer esas formas como copas de árboles todo el tiempo.
El chico demuestra esa tarea aburrida, y su interlocutora sonríe.
— Lo que más me gustaba era dibujar cordilleras. Y los ríos que nacen en los valles montañosos. Pero tú me entiendes — ¡tú también dibujas!
— Así es.
Se sientan en la sala. En el mismo sofá. Muy cerca.
— Dibujar, para mí, es como la música — dice ella. — Una expresión de tu esencia sin palabras. A veces es tan difícil deshacerse de las palabras.
— Perdón por haber pensado mal de ti... Es solo que... no sé si esto...
— ¡Lo ves!
Ríen.
— A veces, las palabras realmente lo arruinan todo — coincide él. — Pero la gente está tan enganchada a verbalizar el espacio que los rodea.
Ella lo observa en silencio por un buen rato y finalmente dice:
— Ahora mismo estoy traduciendo una novela. Es maravillosa, pero nadie quiere publicarla. La escribió un chico sueco. Lo conocí por casualidad. Y tú hablas como él escribe.
— ¿Cómo?
— Increíble...
Guardan silencio. En el apartamento reina la calma y el confort. Afuera oscurece. Los rasgos de ambos se disuelven poco a poco en la penumbra.
— Me gusta cada vez más la versión de mí que está contigo — se ríe Nate. — Eres una chica encantadora. No pensé que existieran chicas como tú.
— ¿Como yo?
— Así... Percibes todo con tanta delicadeza. Lo afrontas todo con tanta conciencia.
— Gracias...
— ¿Qué hacemos hoy? — pregunta con actitud.
— No sé. Podemos comer algo. Cocino algo.
Nate se inclina hacia ella:
— ¿Me dejarás besarte hoy?
— No lo sé — responde sinceramente. — Me pongo muy nerviosa contigo. No sé por qué...
— Lo entiendo. Necesitas tiempo. Acostumbrarte a mi olor — bromea él.
— Oh, tu olor...
— ¡Basta! Solo es perfume — se huele. — Espera, tal vez sude un poco.
Se levantan y llenan el apartamento de movimiento. Noa comienza a cocinar. Natán corre a la tienda por comida. Regresa y vuelve a llenar el lugar con sus bromas, historias, cuentos.
— ¡Nate?
— Sí, Buhito?
— ¿Y bien? — susurra el chico por el teléfono.
— ¿Qué? — sonríe Natán, de pie junto a Noa.
— ¿Cómo fue todo?
— Buhito, todavía estoy con Noa.
— Saludos para él — dice la chica.
— Te manda saludos. Y a Oly también.
— Gracias — se oye la voz de Oly por el teléfono, y los cuatro estallan en carcajadas.
— Bueno, dale Nate. Que tengan buena noche... — dice Santi y cuelga.
— ¡Vaya par! — dice Natán y guarda el teléfono.
Y de pronto, Noa lo abraza. Él, algo desconcertado, la abraza también.
— ¿Qué pasa? — pregunta.
— Te encontré por segunda vez por casualidad...
Se abrazan, y Natán comprende que ese abrazo significa más que un beso. Mira por la ventana y ve, en el apartamento de enfrente, en el tercer piso, a un hombre destrozando con furia su casa.
En el rostro de Natán aparece, de pronto, una sospecha...
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Editado: 18.07.2025