⟁ DE MARK
Soy de esas personas que sueñan toda la vida con cambiar la realidad. Moldearla a su alrededor. Desear algo y obtenerlo. Ese es el truco. Pero llega un momento en el que tienes que aceptar que no está funcionando…
Me perdí en mi propio apartamento. Ahora, cuando voy a la cocina, termino en la sala, y cuando busco el dormitorio, ya no existe. Maldito pasillo misterioso y ese molesto sonido de “criiic”. Simplemente, algo se desplazó en el espacio. Simplemente, ya no tienes razones para creer en la realidad. Es como cuando fumas marihuana muy potente por primera vez: de repente pierdes el punto de anclaje, ese que te permite estar seguro de que no estás cayendo en un agujero negro en ese mismo instante.
Luego te acostumbras a ese estado. Tal vez también me acostumbre a mi apartamento…
Ahora en la cocina siempre suena una conversación. En un idioma desconocido. Nunca lo había escuchado. Pero llega un momento en que esa conversación empieza a repetirse. Como si fuera una radio invisible que no puedes apagar.
Cada vez miro más hacia el pasillo. Hay algo en él que me atrae. Esa planta… Está viva, así que si entro al pasillo, probablemente no me pase nada. El papel tapiz. Tan extraño. Su diseño me resulta familiar, pero no puedo recordar por qué.
A veces me llegan ciertos sonidos. Tal vez en ese lugar, en esa casa donde existe ese pasillo, hay una ventana abierta. Los árboles susurran. Las hojas crujen. Y eso me llama.
Leí en alguna parte que los problemas en tu vida son buenas señales. Porque cuando el universo quiere elevarte a un nuevo nivel mental y físico, tiene que hacerlo de forma estresante. Divorcios, pérdida de empleo, bancarrotas, operaciones... esa es solo una parte de la lista de desgracias que en realidad te están llevando hacia una nueva vida.
Así que deberías alegrarte por la desgracia: es el preludio de los milagros en tu vida. Fácil decirlo, pero ¿qué felicidad puede haber en mi vida después de la muerte de la mujer que amo y… de la criatura que llevaba en su vientre? Solo se me ocurre una cosa: encontrarla otra vez. A Ágata.
Estoy de pie frente a la ventana de la cocina, terminando lo último que quedaba en el refrigerador. Afuera está soleado y claro. Desde la ventana de la cocina —es de día. En la sala— ya es de noche. ¿Por qué? Nadie me lo dirá, y trato de no pensar en ello.
Veo por la ventana del departamento de enfrente a la chica de cabello negro y al chico que vinieron a devolver la esfera. Se abrazan y toman té junto a la ventana. Incluso desde aquí puedo ver lo felices que son. Eh…
Nos vemos. Levanto la mano, intentando sonreír, y les digo adiós con un gesto. Ellos, algo sorprendidos, me saludan con un “hola”, pero yo niego con la cabeza y repito: “adiós”.
Lo más curioso es que junto con el dormitorio también desapareció toda mi ropa que estaba en el armario. Ahora tendré que salir quién sabe a dónde con pantalones de estar por casa y una camiseta rota…
Frente a mí otra vez está ese papel tapiz extraño y la maceta. Criiic, criiic. Nada de esto es casualidad. ¿Saben por qué? Porque soy la clase de persona que siempre soñó con cambiar la realidad, hasta que entendí que YA lo estoy haciendo. Desde mi infancia, cada paso, cada pensamiento, cada imagen que tengo de mí mismo moldea el espacio a mi alrededor, hecho de invisibles cuerdas de energía. Ya el siglo pasado, los científicos descubrieron que una simple mirada humana afecta el resultado de un experimento.
Y ahora solo queda hacerse una pregunta: ¿qué es exactamente lo que tanto deseaba?
¿A dónde lleva este pasillo?
Doy un paso adelante y el sonido de “criiic” desaparece de inmediato.
Eso es todo. ⟁
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Editado: 08.08.2025