Eran las 6 de la mañana de un lunes cuando Noha despertó extrañamente animado. Él odiaba los lunes, pero ese día se sintió diferente; tal vez fuera el sonido del pequeño gorrión posado en el árbol de su patio trasero o el aroma a lavanda que entraba por su ventana. Con una sonrisa, se levantó para comenzar su día. Como nunca, ordenó su cama de la manera que a su madre le gustaba. Se extrañó un poco que su padre no hubiera ido a golpear su puerta para despertarlo. A sus veintitantos años, aún vivía con sus padres, pero estaba trabajando para cambiar eso. Todavía en pijama y algo somnoliento, se dirigió al baño. Restregando sus ojos, ya un poco más despierto, notó que el espejo del baño no estaba; alguien lo había quitado. Se quedó mirando el espacio vacío donde debería estar el espejo, pero su cabeza comenzó a dolerle. Era un dolor insoportable que solo se detuvo cuando apartó la mirada. Con un suspiro de alivio, se metió a la ducha, se bañó rápidamente para evitar pelear con su hermana por el baño, como todas las mañanas, pero ella nunca apareció. Una vez listo, lavó sus dientes, pero siempre con la mirada baja, quería evitar aquel dolor de cabeza. Una vez listo, se dirigió a su dormitorio para vestirse, pero cuando abrió el armario, notó que tampoco estaba el largo espejo que cubría la puerta. El dolor comenzó de nuevo, pero al igual que antes, paró cuando apartó la mirada. La situación era cada vez más extraña. Se vistió rápido y caminó hacia la cocina, pero donde su familia debería estar, como todas las mañanas, tomando el desayuno, no había nadie. Los llamó con un grito, pero nadie respondió. ¿Dónde habían ido? Se preguntó. Con un gesto de enfado en su cara, abrió la nevera para prepararse algo de comer, pero estaba completamente vacía. No podía ser; él recordaba perfectamente que su madre había ido de compras el día anterior. Rascándose la cabeza, confundido, tomó su teléfono queriendo llamarla para saber qué estaba pasando. Lo intentó varias veces, pero en cada intento, el buzón de voz era lo único que escuchaba. Pasó lo mismo cuando lo intentó con su padre y luego hermana, toda la calma y animosidad con la que había despertado desapareció. Se sintió perdido y solo, y un silencio sepulcral invadió la cocina. Inquieto, quiso salir de aquella casa que de pronto no se sentía suya. Tomó sus llaves y salió, cerrando de golpe la puerta. ¿Qué debía hacer? No recordaba un lugar específico donde debiera estar. Miró para todos lados, como buscando una respuesta. Su cabeza volvía a doler terriblemente; sentía que iba a estallar cuando escuchó que alguien decía su nombre. Alzó la mirada y vio a una mujer parada donde comenzaba aquel bosque que siempre lo aterrorizó de pequeño. Le hacía señas para que se acercara. Confundido, caminó hacia ella. Cuando estaba por llegar, la mujer corrió adentrándose en el bosque.Noah intentó alcanzarla hasta que la perdió completamente de vista, pero aún podía escuchar su voz llamándolo. Desorientado, siguió caminando a tropezones; se sentía mareado y su cabeza parecía que iba a estallar. Siguió así hasta que el bosque se oscureció por completo y solo se veían las estrellas. Asustado, sintió cómo algo lo empujaba con fuerza. Noah cayó al piso; con las pocas fuerzas que le quedaban, se levantó y corrió, queriendo ponerse a salvo, rogando que su pesadilla terminara. La voz de la mujer se podía escuchar con más fuerza y enfado, y lo que fuera que lo perseguía estaba cada vez más cerca. En aquella oscuridad, Noah no pudo ver aquel barranco; su cuerpo rodó, golpeándose con las piedras. Ya sin fuerzas, se quedó en la fría tierra, cerrando los ojos y esperando su muerte. Pero lo único que sintió fueron unas manos zarandeándolo con fuerza. Noah abrió los ojos con miedo, encontrándose con la misma mujer por la que se había adentrado en aquel bosque. Ahora se encontraba en un enorme jardín rodeado de flores de lavanda, y la mujer lo levantaba del piso con rudeza y mal genio. No entendía nada de lo que estaba pasando. Dejándose guiar, fue llevado a una habitación y sentado con brusquedad en la cama, mientras la mujer se quejaba de tener que repetir lo mismo de todos los días. Tomando su mano, Noah le preguntó dónde estaba y qué había pasado con su familia. Rodando los ojos, la mujer lo levantó con violencia y lo puso delante del espejo. En cuanto se miró, toda su memoria se aclaró: no era aquel joven de veinticinco años, sino un anciano de ochenta años con un severo Alzheimer. Su mente estaba atrapada en su recuerdo más feliz: él conviviendo con su familia, tocando su cara y con lágrimas en los ojos se preguntó cuánto más tendría que soportar aquello: tener que pasar por el dolor de saber que estaba solo, que su familia había dejado de existir hacía mucho tiempo, sin nada de empatía. La mujer encargada de cuidarlo le ordenó quedarse quieto hasta la hora de comer y salió cerrando con llave la puerta. Noah se recostó en la cama y cerró los ojos, quedándose dormido. Sus recuerdos ya comenzaban a desvanecerse y, al despertar, volvería a repetir aquel triste patrón.