Nobleza Híbrida

VIII

 

Cientos de miradas se posan sobre mí, desde mi lugar puedo apreciar como el salón se abarrota de múltiples cabelleras azuladas, mi cabeza vacila y se queda fija en dos personas que no pertenecen a esa sociedad, los cuales me escudriñan con esos temibles ojos negros. El chachareo se hace más fuerte, hasta que dos mazazos hacen que las personas en el lugar guarden silencio.

Un anciano avanza por el estrado de dos niveles que tengo en frente, se sienta en la planta baja, mientras que en la parte superior hacen presencia los reyes de Aqueser. La luz en el salón se difumina, hasta quedar encendido sólo el foco que tengo sobre mí.

—Adara Megalos, se le acusa de insubordinación y asesinato en primer grado, ¿cómo se declara ante esta imputación? —pregunta el anciano.

Me ha tomado por sorpresa esa pregunta, no pensé que quisieran escuchar mi versión de la historia.

Trago grueso y el silencio en el salón hace que sea más audible el sonido. Mis ojos se vuelven a encontrar con el chico de Zerstodow y ahí está su esclerótica negra, aparto la mirada deprisa y siento como se forma un nudo en mi garganta, balbuceo un poco, hasta que encuentro el aliento suficiente para dejar salir la palabra que de seguro todos los presentes desean escuchar.

—Culpable.

El asombro se hace notar en el salón, detallo las reacciones en los reyes y puedo ver decepción, frustración y otra mezcla de emociones que no logro descifrar. Vuelvo a posar mi vista en el noble de Zerstodow y el desconcierto se apodera de mí, lo primero que pensé al declararme culpable, fue el regocijo que vería en el rostro de ese chico, sin embargo, está furiosos, tanto que no le importa demostrarlo, el entrecejo fruncido, su mandíbula rígida y su boca ligeramente entreabierta, permitiéndome ver sus dientes, llamando mi atención sus afilados y grandes caninos. El carraspeo de una persona llama mi atención y me enfoco en el estrado.

—Bueno, vuestra respuesta nos ha sorprendido, Adara. Pensábamos que lucharías un poco por defended vuestra inocencia, pero viendo que se ha declarado culpable, no nos queda de otra que sentenciadla a... —El anciano es interrumpido abruptamente por un grito.

—¡Mentirosa!

Vuelvo mi vista en dirección al dueño de la voz, pero en una fracción de segundo, me veo envuelta por la bruma negra y una mano me toma del cuello, levantándome de la silla, me aprieta con fuerza, a tal punto que puedo sentir como sus dedos me traspasan la piel y un ardor atroz comienza a circular por mi cuerpo.

Dejo escapar un grito de dolor, alertando a todos a mi alrededor, percibo el ruido de unos látigos y mi cuerpo cae al suelo. Levanto un poco mi rostro para enfocarme en el noble de Zerstodow, quien está inmovilizado por los látigos de agua de los soldados.

—¡Decid la verdad! ¡¿Por qué me encubrís?! —aclama.

En realidad, no lo hago, la decisión que tomé fue más por buscar una salida a mi sufrimiento, que encubrir a un noble cuya presencia me intimida. Balbuceo, intento buscar alguna respuesta coherente a su interrogante, todos me miran expectantes, pero termino bajando la cabeza avergonzada.

—Ella no mató a esos hombres, ¡fui yo! —asevera el chico, llenando de estupor a las personas en la sala e inclusive al otro noble de Zerstodow que lo acompaña—. Además, también la quise matar a ella y aún lo quiero hacer.

—¿Y por qué no lo habéis hecho? —pregunta el rey Eryx.

—¡Mi hijo no forma parte de este juicio! —Se adelanta el otro noble en responder.

—¡Pero estuvo en la escena del crimen y confesó haberlos asesinado, Aidas! —Eryx se levanta de su trono y sostiene su mirada con la del otro—. Responded, joven.

—No tenéis porque hacedlo, Dart.

Esa esclerótica negra me examina de pies a cabeza, de repente se reduce y vuelve a ser del tamaño original del iris, su vista se pierde en una parte del suelo e inhala con profundidad, para luego dejar salir todo el aire con cansancio.

—No lo hice porque... estaba débil e indefensa, tengo un código moral de no enfrentarme con otros individuos cuando no se encuentran en condiciones. A pesar de ser una asquerosa hibrixter, eso no la excluye de mis principios —responde, sin despegar su vista de la mía, esos ojos que me ven con recelo.

—¿Y por qué acabad con la vida de aldeanos inocentes? Sabéis que una de las leyes en Midgadriel prohíbe que utilicemos nuestros poderes contra aquellos que no sean nobles, a no ser que sea por una sentencia o defensa propia. ¿Cómo respondéis ante ello? —interroga el anciano.

El chico vuelve apretar su mandíbula, muestras sus dientes, permitiéndome ver de cerca los colmillos, empuña con fuerza, a tal punto que de sus manos comienza a emanar una sangre negra, la cual, al tocar el suelo, desintegra parte de la moqueta, como si fuese un ácido. Abre su boca, pero las palabras no le salen, se queja, es como si le doliese decir la verdad.

«Claro que le duele, es una profunda apuñalada a su moral. Salvó a una hibrixter y no lo quiere confesar».

—Él... —hablo y de nuevo su esclerótica negra hace presencia, buscando callarme. Aparto mis ojos de los suyos y suelto deprisa—: ¡Lo hizo para salvarme!

Todos posan su vista en el noble de Zerstodow, incluyéndome, me observa desconcertado, sin embargo, no pasa mucho tiempo cuando esta expresión cambia a la ira, el chico suelta un grito y la bruma negra envuelve sus brazos, para dar paso a unas garras espectrales de gran tamaño. Agita su cuerpo con fuerza rompiendo los látigos de agua que lo mantenían cautivo y corre hasta mí.




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