Nunca me perdí en el bosque que conecta al Mancillar con las Trincheras, a pesar de que había una ruta por la que circulaban todas las personas, yo nunca la llegué a utilizar, con el objetivo de evitar esas miradas que me taladraban con el propósito de llegar a mi alma y lastimarla más de lo que ya estaba.
Siempre vagaba a través de la frondosa vegetación, a veces, los ruidos de la naturaleza espantaban al tormentoso sentimiento que me desgarraba por adentro, por fugaces momentos me sentía en paz conmigo misma, era yo con el ambiente que me rodeaba, desde entonces me he considerado como una chica aventurera y salvaje que conoce la biosfera que explora. En este momento me doy cuenta de que nunca ha sido así, ya que estoy perdida y no sé cómo salir del bosque de árboles con troncos blancos, al cual decidí adentrarme con la finalidad de escapar de mis problemas, de lo que quieren que acepte, aquello que me lastimó por años y piensan que olvidaré con unas lindas palabras.
Camino sin un rumbo, nunca lo he tenido, no he tenido algo a lo que aferrarme, no he visto las oportunidades de encontrar un objetivo, meta o sueño, la vida no me lo ha permitido. Las flores azules con forma de campanillas que descienden de los árboles comienzan a brillar, destellando unas luces celestes, dejándome ver un bello paisaje iluminado, las ramas crujen bajo los tacones mientras voy cautivada viendo la hermosura que me rodea. Me siento perdida, pero no es algo que me agobie, dado que me siento en paz y desearía que fuese así todos los días que restan de mi vida, quizá escapar a un bosque y vivir allí hasta mi muerte sea el destino que deba perseguir, después de todo, estoy destinada a estar sola por el resto de mi existencia.
Llego a un campo abierto donde la luna me baña con su brillo y las Cuartigüentitas se abren bajo la única forma lunar a la que lo hacen, en el cuarto menguante, de allí su nombre, una mezcla entre blanco y un escarchado grisáceo bañan el campo y me siento sobre éste, es la primera vez que las veo, antes las había visto sólo en libros. Tomo una entre mis manos y la arranco, pero el escarchado desaparece, quedando solo el blanco.
—Si las arrancáis, el escarchado muere —escucho detrás de mí.
Me giro y presencio como Karsten se acerca a mí, se sienta a mi lado y el silencio se vuelve incómodo, o bueno, sólo para mí, ya que el noble que está junto a mí parece no afectarle, puesto que observa el paisaje sonriente. Pasan los segundos y el sonido de nuestras respiraciones comienzan a desesperarme, la mía irregular y la suya tan apacigua que termina causando estragos en mi interior. Si lo enviaron a buscarme para llevarme de regreso al castillo, ¿qué espera que no lo hace?
—Este es mi lugar favorito, siempre vengo cuando la luna está en su cuarto menguante y traigo una gran cesta de comida y un buen libro que leer para pasar el rato —suelta.
—No veo ni la cesta ni el libro —protesto, aunque se escucha como una patética e ingenua pregunta.
—Sois muy tierna —comenta con una risa—. Intentáis sonar dura, pero termináis ahogándote en tu propia dulzura sin darte cuenta.
—No soy tierna.
—Claro que sí, y eso me sorprende.
—¿Por qué lo dices?
—Bueno, imaginando lo dura que fue vuestra vida por ser una hibrixter, pensé que serías una persona más fría o cruel, pero ha sido lo contrario. Sin embargo, he acertado en algo.
—¿En qué?
—Sois muy cerrada.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, comprendo vuestra decisión de haberte negado a la propuesta de los reyes y me atrevería a decir a que me coloco en vuestros zapatos al sentirte insultada por esa asquerosa petición, ya que, unas palabras bonitas, accesorios de lujo o una vida llena de extravagancias no harán olvidar el cruel castigo que te hicimos pasar —dice y me toma por sorpresa el que piense del mismo modo que lo hago—. Pero, no lo toméis como una redención, aunque lo parezca. Tomadlo como... un efecto catapulta.
—¿Efecto catapulta?
—Exacto, aprovecháis lo que creéis que no es conveniente para ti para llegar a un lugar superior, en este caso, vos sois la piedra y la redención es la catapulta, usadla para lanzaros a lo más alto del cielo y que el mundo aprecie vuestro esplendor.
—Ah... no entendí absolutamente nada tu analogía —asevero.
—Adara, lo siento, ¿me permitirías tutearte? —pide y le respondo con un asentimiento de cabeza—. Lo que te quiero decir, es que, si aceptáis la petición de los reyes, no la veáis como una redención, apartad los lujos y concentrarte en lo más importante que te dará.
—¿Qué es…?
—Posición.
Como si fuera una bofetada imaginaria, la repuesta llega a mi mente y todas las palabras que me ha dicho Karsten se conectan las unas con las otras, no quiere que vea la propuesta de los reyes como una redención —aunque gire en torno a ello—, sino como una oportunidad de demostrar a los otros reinos lo que una persona del bajo mundo, a quienes le prometieron una vida semejante a la del inframundo, puede llegar a hacer y que todo en Midgadriel puede pasar.
—No lo había visto de esa manera.
—Y no te culpo, la ira te ha bloqueado y no has podido razonar. ¿Ya sabéis qué hacer?
Editado: 19.04.2021