Me doy un último vistazo al espejo comprobando que la condición de mi vestido sea perfecta antes de salir de mi alcoba.
Un vestido que de seguro sacó de sus casillas a Madame Eudora, soy como su maniquí de pruebas, todo nuevo diseño que crea lo quiere exhibir en mí y de seguro que éste ha sido uno de sus más arduos trabajos. La parte superior ajustada a mi cuerpo está decorada sólo con pedrería, gemas parecidas al diamante que se extienden a lo largo y ancho de mi torso, un escote en V se impone mostrando un poco más a lo que yo estoy acostumbrada. Las preciosas piedras se pierden sutilmente a medida que descienden, dando paso a la despampanante seda azul rey que se adhiere en mis mulos hasta un poco más arriba de las rodillas, donde luego cae con libertad y elegancia formando una corta y delicada cola.
Inhalo con profundidad y salgo al pasillo, Cynara y Raissa me esperan a los costados de la puerta, no van vestidas con un atuendo propio, sino con un uniforme, un vestido corto apompado celeste a juego con una boina del mismo color.
—Lady Adara, luce preciosa —La vista de Cynara me recorre de pies a cabeza al igual que la de Raissa.
—Gracias —suelto apenada.
Ambas me guían por el pasillo hasta llegar a las escaleras que dan con el gran salón principal y me detengo cuando escucho el bullicio de los invitados en la planta inferior.
«Vendrán los reyes de los otros reinos a conocerte».
Las palabras de Karsten avivan de nuevo el nerviosismo en mi interior, la histeria está a punto de apoderarse de mi cuerpo. Una cosa es convivir con los nobles de Aqueser, quienes con el tiempo me dieron su amparo y me demostraron su descontento contra la ley del linaje impuro, pero allá abajo hay nobles procedentes de otras tierras que avalan ese estatuto, familias reales que desean verme muerta antes que fraternizar con los de su clase.
A punto de retroceder, una mano se ubica en mi espalda, obligándome a permanecer firme en mi lugar, giro mi rostro para mirar por encima de mi hombro, Karsten me brinda una sonrisa, más no se la respondo, me vuelvo con decisión hacia las escaleras, sin embargo, los nervios impiden que de un solo paso.
—¿Huir no es una opción? —pregunto.
—No —responde—. ¿Recordáis lo que hablamos aquella noche en el bosque perlado?
—Sí.
—Este es vuestro momento, no lo desperdiciéis —Me pasa por un lado, pero se detiene y regresa a mí, dándome un fugaz beso en la mejilla—. Por cierto, estáis preciosa. Bajad como toda una princesa.
Lo veo marcharse por las escaleras y me quedo en el pasillo intentando normalizar mi respiración, mi cabeza me pide un descanso, ha procesado demasiadas cosas y aún no las asimila. Por un lado, está un nuevo Karsten heterosexual, ya no uno homosexual y siente alguna atracción por mí, mientras que yo ni siquiera sé lo que siento por él y, por otro lado, abajo me esperan los reyes de los otros reinos en un salón dividido a la mitad, un cincuenta por ciento me respalda, el otro cincuenta quiere verme muerta.
«Es vuestro momento, Adara, parte de los tres meses que estuvisteis estudiando y preparándote para ser una noble ideal fue para esto, demostrad a las otras familias reales lo que puedes llegar a ser».
Llego al primer escalón y desciendo un pie al siguiente sin bajar la barbilla, desde aquí arriba el salón principal parece un caleidoscopio gracias a la amplia gama de colores que se aprecian, cada familia real viene vestida con el color que los distingue. Uno de los soldados anuncia mi llegada y todas las miradas se posan en mí, unas me escudriñan, otras me compadecen, y hasta algunas me admiran. El rey Eryx se posa a mi lado una vez que llego al último peldaño y me brinda su brazo para que lo sujete. Me siento tan poca cosa con la atención de los invitados sobre mi diminuto cuerpo.
«Vos podéis soportadlo, no bajéis la barbilla por nada en el mundo».
El rey posa una mano sobre la mía y le da un leve apretón, lo volteo a ver y su mirada me da el valor que necesito para avanzar junto a él a través de las personas sin tener que caer ante aquellas miradas denigrantes.
No me puedo doblegar ante ellos en esta oportunidad, tengo que dar un mensaje claro a las otras familias reales y es que me quedaré con el puesto que me otorgó el rey Eryx en su familia y no pienso desistir a ello, no aspiro al trono, pero sí a mostrarle a todo Midgadriel que una hibrixter no es una deshonra como ellos lo creen, no somos un peligro y, sobre todo, que también somos seres que pensamos y sentimos, y no merecemos ser denigrados.
—Adara, estáis bellísima —halaga la reina besándome ambas mejillas.
—Muchas gracias, reina Clarisse, si me permite el honor de halagadla, usted es una de las damas más despampanantes en este salón.
—Gracias, querida, espero no haberte opacado, después de todo, es vuestro cumpleaños y quien debe de brillar, eres tú.
Le sonrío ampliamente y la veo desaparecer entre los nobles mientras saluda algunos que se topan es su camino. En mi andar con el rey presentándome ante otros nobles, cruzo miradas con Miranda, quien me hace una mueca cómica adulando mi traje, me llevo una mano a mi boca para evitar soltar una sonora carcajada frente a todos, según el rey, una princesa nunca debe hacer muestras efusivas en público, siempre se debe mantener al margen de la rectitud, pero el problema radica en que yo no soy una y creo que jamás lo seré, y en caso de llegar a serlo, jamás seré aceptada por los otros reinos, ya muchas de las miradas que me he ganado en mis andanzas por el salón principal desaprueban mi posición actual, que no es más que el de una simple nobleza apadrinada por los reyes.
Editado: 19.04.2021