El sol se coló por la ventana y despertó a Bianca que apenas pudo conciliar con el sueño en la madrugada. Estuvo toda la noche preocupada deseando con todas sus fuerzas que llegara el próximo día para ir en busca de su auto y retirarse de aquel extraño pueblo.
Su auto lo habían robado o tal vez alguna grúa se lo llevó aunque eso no tenía explicación viendo que estacionó el auto frente al hotel donde se estaba hospedando. Ella tomo el pomo de la puerta del cuarto de baño y se duchó para calmar los nervios antes de salir. Minutos más tarde estaba lista para salir en busca del auto. Su pequeño compañero de viaje.
Pensó estado afuera, que el pueblo parecía Sicilia esa isla encantadora que añoraba visitar pronto. Caminó hasta una estación de policía y adentro un señor no tan mayor de cuarenta años la miró extrañado.
—Turista... —dijo dudoso—. Buen día, ¿se le ofrece algo, señorita?
Ella asintió dando a entender al hombre, que tenía razón y respiró antes de contestar la situación por la que se encontraba en la estación. Luego de que le contara la situación, la respuesta del señor oficial, la dejó pasmada:
—No tenemos autos en Albani. Lo que me lleva a decirle que nadie sabe conducir. ¿Cómo me dijo que era su auto?
—Mi auto es azul... de un celeste. Me parece imposible que no haya un solo auto por aquí. ¿Entonces para que son las carreteras? —inquirió de brazos cruzados.
El hombre con un lapicero en la mano anotaba cada palabra que ella decía. Bianca le había dado su nombre y le había mostrado su carnet de identidad.
—Los únicos que poseen autos son los Bonaccorsi quienes fueron los que fabricaron las carreteras. Nuestro pueblo usa caballos, a nadie le gusta esos aparatos contaminantes.
—¿Quienes son esos? Tal vez ellos sepan el paradero de mi auto.
El hombre rio.
—¿Qué podrían hacer los Bonaccorsi con su auto? Con la fortuna que tienen podrían comprarse cientos.
Bianca no comprendía. Debía ir de todas formas a casa de esos tal... ¿Bonaccorsi? ¡Da igual! Si ellos eran los únicos que sabían conducir en este pueblo, pues nadie más podía haberse llevado el auto.
Agradeció al hombre por su disque ayuda "policía incompetente", pensó, entonces tomó marcha hacia la plaza del pueblo que estaba de bajada. Podía observar mientras iba caminando la hermosa vista al mar y su playa. Deseando estar allí, pero por primera vez debía dejar la aventura y concentrarse en encontrar su auto y salir de allí.
Era extraño que de pronto recordó no saber por dónde era que había entrado al pueblo. Solo recordaba la parada que hizo y de ahí hacia atrás los recuerdos eran pocos. De igual forma siguió hasta que se encontró en la plaza preguntando a los pueblerinos por esos tal Bonaccorsi.
—¿Qué hace usted preguntando por ellos? —miró la señora, a todas las direcciones, un tanto asustada—. Debe usted no ser de por aquí... Cualquier persona de aquí sabe quienes son...
—Tiene razón —dijo Bianca—. Necesito encontrarlos, sabe que he venido desde muy lejos.
—¿Encontralos? —la señora soltó una carcajada—. ¡Pero si de cualquier parte donde usted se ponga puede verlos! ¡Están allí!
Bianca volvió por segunda vez en el día a quedar pasmada al mirar que la señora señalaba el castillo en la cima de la montaña. La gran estructura se alzaba imponente, sobre todas las casas que estaban a su alrededor.
—Ellos son los dueños de todo esto —volvió a decir la señora—. Nuestro príncipe vive allí en su palacio.
Por como ella lo decía parecía en verdad apreciar a esta persona de la que hablaba. Bianca seguía sin comprender. ¿Había un príncipe? ¿Eran dueños de Albani? Antes de hacer este viaje no supo sobre esto. Pues en realidad Italia no tenía monarquía en la actualidad.
Algo extraño estaba pasando en este lugar, y con las personas que, parecían ver esto como si fuera normal. Para empezar desde que llegó no había señal telefónica, al principio creyó que podía ser temporal hasta que vio que en realidad la tecnología en este lugar era obsoleta. Y además, los pueblerinos vestían como en el siglo pasado. También observó un carruaje pasar por su frente mientras se acercaba a plaza, ¡un carruaje! Definitivamente esto se estaba saliendo de control...
Miró hacia el castillo, y lo lejos que este se encontraba desde su posición. Ya era cerca del medio día y tenía hambre. Se encontró rato después en un restaurante cerca de la playa donde le sirvieron pescado y ensalada. Una amable muchacha como de su edad era encargada de lugar, ella iba de un lado a otro sirviendo a todos. Bianca miraba como lo hacía y admiraba su rapidez.
Unos hombres que vestían elegantes, se sentaron en una mesa desocupada y Bianca observó, como la muchacha encargada estaba nerviosa. Ella con todo y nervios se acercó a los hombres, pero antes de hablarles, pasó algo que la dejó boquiabierta: La muchacha hizo una reverencia como si de una película se tratara. El momento fue extraño y gracioso, tanto que no puedo evitar que se le escapara un risita.
Entonces obtuvo la mirada de todos los hombres y su blanca piel se tornó pálida. En medio de todos aquellos hombres, se encontraba uno más joven, pero este poseía un aura dominante, cuando aquellos ojos esmeraldas miraron a los de Bianca todo su cuerpo colapsó. La sangre le subió a sus mejillas y se pusieron rojizas. Pero este hombre no dijo nada, de inmediato quitó su mirada de la de Bianca con indiferencia.
Bianca que era lenta para comer, tardó mucho más, en terminar su pescado, que los hombres se fueron primero. Al cabo de un rato la muchacha encargada fue a recoger el plato donde ella almorzó y Bianca no pudo resistirse a preguntar:
—¿Quiénes eran esos hombres? No parecen comunes por lo que he visto...
La chica que era una peliroja ladeó la cabeza y sonrió al comprender que de una turista se trataba.
—Ah, por eso tu risita... —Bianca apenada esquivó la mirada de la joven encargada—. Tranquila, no pasa mucho por aquí, que venga un turista. Esos hombres, son los Bonaccorsi. Ellos...