Nobleza Negra

2: Pasmada

Bianca volvió a la mesa donde estaba sentada luego de que la muchacha de nombre Amanda le había contado que estos caballeros eran dueños, o más bien, los reyes de estas tierras.

—Ellos mueven todo a su antojo, aunque no es tan malo.

Bianca que mantenía la vista en el mar ya que el restaurante era bastante abierto, posó la mirada nuevamente en Amanda.

—¿Alguna vez has salido de este pueblo? —inquirió.

—Pues, nunca he tenido ganas en verdad. No le veo nada de mal en quedarse donde naciste...

—Eso lo dice todo —asintió Bianca comprendiendo, en sus pensamientos—. No digo que este mal quedarse en el pueblo donde naciste, solo veo que como nunca has salido, no sabes de lo que te estás perdiendo y como a diferencia de aquí, es del mundo actual.

—Veo que tú sí has aprovechado el mundo —dice riendo—. ¿De qué me pierdo? No comprendo mucho lo que intentas decirme.

Bianca deslizó su mano por el bolsillo y tomó su teléfono.

—¿Conoces esto?

Amanda tomó el aparato y lo contempló con el ceño fruncido. Parecía como si estuviera viendo la cosa más rara del mundo.

—Lo he visto... claro. Aunque nunca de cerca —lo encendió en el botón y respingó asustada—. Oh... Sabes, mi hermano trabajó unos meses en casa de los Bonaccorsi y me contó que ellos se contactaban con otras personas por medio estos.

—¿Por qué ustedes no tienen estás cosas? ¿Por qué no hay nada de avances en este pueblo?

—Supongo que no lo necesitamos. ¿Está eres tú? —Bianca sonrió porque Amanda había encontrado una de sus fotos en un desfile en Milán. Esa noche llevaba un vestido largo y un peinado elegante—. Te ves preciosa. Y todo a tu alrededor se ve tan... brillante.

—Soy yo, en Milán —le dijo—. Desfilé trajes para compañías, esa noche fue muy especial. Y sí, todo en la ciudad es así de brillante. A eso me refiero con que aquí no hay nada de eso. No comprendo la verdad, estoy comenzando a pensar que viven como exclavos.

—No somos exclavos. Y sí, ya veo que el mundo moderno de donde vienes se ve tan mágico, pero aun así no tengo nada que envidiar. Simplemente está es nuestra vida.

—No hay peor ciego que el que no quiere ver —puso Bianca sus manos en la cabeza—. ¿No les molesta que los Bonaccorsi ostenten de tantos lujos mientas ustedes no tiene ni siquiera una linterna para la oscuridad.

—Algunos hablan como tú, pero la gran mayoría no nos importa. Ellos viven en lo suyo, el dinero que ganamos trabajando es de nosotros. Nada de lo que ellos tienen es por nosotros. Por lo que no veo porque tendría que envidiar.

—Bueno, por lo menos no viven de ustedes. ¿Sabes por qué una señora llamó a uno de ellos, príncipe?

—Me acabo de acordar de algo. Déjame contarte antes, que se me olvide. Ya luego te contesto eso del príncipe —Bianca asintió con una sonrisa, se notaba que la chica era solitaria y el estar hablando le encantaba—. Una vez los Bonaccorsi trajeron al pueblo unas luces, pero todo se volvió un caos...

Bianca abrió sus ojos con sorpresa e hizo silencio para que Amanda siguiera contando.

—Era un poste, dijeron que alumbraría la plaza más que todo. Hombres trajeron muchas cuerdas...

—Son cables...

—Creo... Bueno, total, que cuando aquello se encendió la gente se alarmó y los niños estaban maravillados, pero los adultos asustados. Aquí a nadie le gusta estás cosas modernas, al tiempo tumbaron ese faro y los Bonaccorsi nunca más trajeron otro.

—Bueno, eso contesta una de muchas de mis preguntas. ¿Tú estabas presente ese día?

Ella asintió.

—Era una niña... Al principio me asusté, pero luego observé que no tenía nada a qué temer. Por las noches nos reuníamos en la plaza y contemplaba ese faro junto a los otros niños.

—Yo, soy de Milán, allí hay Miles de estos faros. Quizás algún día puedas ir a visitar.

—Eso me encantaría.

El sol se estaba poniendo y pronto todo quedaría en tinieblas. Amanda lo notó y dijo:

—Bueno, te contaré lo del príncipe... —Bianca se preparó mentalmente para quedar pasmada. Con esta gente no se sabía—. Pasa que Leonardo Bonaccorsi, es el dueño absoluto de todo Albani. Él es descendiente de un linaje de reyes que han existido, al pasar de los años, aquí en estás islas.

Ahora entendía por qué. Pero eso no resolvía una duda:

—Pero es que en Italia ya no hay monarquía, ¿cómo es que aún este hombre sigue teniendo este título sin que el gobierno haya hecho algo?

—Mi abuelo nos contaba a mí y mi hermano, que en esta familia eran más que reyes, pues para sobrevivir a la independencia, tomaron medidas...

Algo le dijo a Bianca que se venía una bomba:

—Ellos... No sé si contarte esto, pues no te conozco y mi abuelo nos dijo que guardemos sus maquinaciones. Porque después de todo, esto solo eran teorías o cuentos de sus antepasados...

Bianca tomó las manos de Amanda y le aseguró que podía confiar en ella. Pues no tenía nada a qué temer, le contó lo de su auto y que estaba llegando a pensar que se volvería loca porque estaba olvidado que hacía en Albani y como llegó a este lugar.

—Yo... lo último que recuerdo, es encontrar un nuevo destino para mí viaje, decía el nombre del «Albani» tras un letrero que decía que esto era un pueblo con muchos centros turísticos. Y recuerdo tomar el mapa que un hombre me vendió en el camino, ya que mi celular no encontraba el destino, entonces... hasta ahí. Luego estaba en el auto, cansada, miré el castillo, luego busqué un hotel como hago de costumbre.

Amanda estaba estupefacta.

—¿Llegaste en auto desde donde sea que te encontrabas? —levantó una ceja.

—Así es, viajo en mi auto por todo el país... Ahora ha desaparecido y algo me dice que tiene que ver con los Bonaccorsi.

Amanda negó con la cabeza y Bianca observó que estaba medio asustada.

—Bianca, no se puede llegar a una isla en auto.




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