Un nuevo sol naciente se asomó por la ventana e iluminó la habitación de Bianca en casa de Amanda. Tres meses antes, Franchesco le dijo que podía quedarse en su casa el tiempo que fuera necesario, hasta que de alguna manera encontrara la forma de irse de Albani.
La mañana comenzaba con el restaurante donde Bianca había querido trabajar junto con los hermanos mientras encontraba forma de resolver su situación. Llevaba semanas con ellos, ayudaba en la cocina tanto como atendiendo en las mesas. Curiosamente los Bonaccorsi no volvieron al lugar, Amanda había dicho que era triste porque ellos dejaban buenas propinas.
Bianca había pedido disculpas un millón de veces, pero aunque ellos le dijeran que podía estar tranquila, ella seguía sintiéndose culpable. Esos días, Bianca se convirtió en una gran amiga para Amanda, así como también de Franchesco...
—¿Lista? ¿En serio quieres acompañarme? —indagó él.
—Claro, Sabes que deseo salir siquiera unos momentos de esta isla —rio Bianca.
Franchesco era pescador, tenía un bote que una vez los Bonaccorsi le regalaron como agradecimiento a sus servicios en la isla. Allí él pescaba lo que sus clientes consumían en el restaurante, era buena la vida.
—Mi hermana nunca ha querido acompañarme, le marea estar en movimiento sobre el agua.
En ese momento Amanda hizo entrada en la cocina y miró a Bianca en ropa corta para ir al mar. Su hermano iba en shorts y franelilla, sus brazos bien ejercitados dejaron que los ojos de su hermana viajaran a los de Bianca que inconscientemente llevaba rato mirándolo.
Ella sabía sobre los planes que estos dos tenían de ir a pescar y como ese día era domingo, no abrían el restaurante, lo que era la oportunidad perfecta para salir un rato. Bianca llevaba su cabello rubio vuelto un moño y su piel estaba grasosa por el protector solar que cubría toda su delicada piel de tez blanquecina.
—¿Solo irán ustedes dos? —preguntó.
Bianca asintió.
—Tu amigo no vendrá, dijo que tenía otros planes...
—Estoy comenzando a pensar que no tiene ningún plan —dijo Amanda divertida—. Desde que Bianca llegó no para de hablar sobre la boda de ustedes dos.
—Una boda falsa —rio Bianca y miró a Franchesco hacer una mueca.
—La gente comienza hablar —dijo el hermano mayor—. A como vamos, terminaremos casados...
Bianca se sonrojó.
Franchesco era apuesto, tenía unos ojos cafés que parecían dos caramelos, una anatomía bien ejercitada y, para completar, sabía cocinar. ¿A qué mujer no le encantaba un hombre que fuera experto en la cocina? ¡Eso era el premio completo! Siendo así, él llevaba una bolsa con alimentos, por si les daba hambre, lo que sería obvio viendo que estarían lejos en medio del mar con mucho sol. Es más, un hombre precavido vale por dos, decían.
«En alguna parte del mundo», pensó Bianca en sus maquinaciones.
—Si no logro salir de esta isla no sé que haremos para callar los rumores...
Amanda exhaló y dejó que el aire saliera de sus pulmones, con una mueca en sus labios. Bianca los leyó y supo que sus esperanzas cada vez se iban a bajo. Pero debía ser fuerte y creer que en cualquier momento la fórmula de salir se abriría paso. Solo no debía dejar de creer.
Días antes, había hablado con aquella mujer que llegó a la isla y no recordaba cómo. Ella le contó que lo único que recordaba era a unos hombres, que la tomaron en medio un camino y la durmieron. Que cuando llegó a Albani estuvo trabajado para la realeza negra hasta que un día se casó y pudo entablar una familia. Pero ahora, en ese momento, ya no recordaba más allá de su vida anterior.
Bianca tuvo un presentimiento de que algo así podía pasarle. ¿Podría olvidar ella su vida anterior? ¿Era posible olvidar a su familia, amigos, amores del pasado, triunfos? No lo sabía con exactitud, pero algo en ella le decía que pronto lo sabría.
—Lo harás —aseguró Franchesco, quien era un hombre con esperanza—. Pero todo a su debido tiempo... Ahora es momento de salir. ¿En serio no quieres ir con nosotros, Amanda?
Ella negó con la cabeza.
—Tengo otros planes... —Y por la forma en la que lo dijo, Bianca y Franchesco no siguieron preguntando.
Una vez en la playa Franchesco se posicionó dentro del bote para que Bianca pudiera subir. Le extendió su mano y así pudo sentarse dentro esta, todo se tambaleaba y Bianca reía porque perdía el equilibrio. El hombre encendió el motor y en el momento que empezaron a moverse la rubia agarró con todas sus fuerzas la madera del bote. No importaba si llevaba un chaleco salvavidas, sentía que esa cosa se abriría a la mitad como el Titanic, y esto no sería una muerte romántica...
—¿Alguna vez viste Titanic?
—Ya te he dicho que nunca hemos visto películas —respondió cuando apagó el motor en altamar.
—¡Pero esa noticia llegó a los rincones de todo el mundo!
—Bueno, sí, algo escuchamos, o por lo menos mis antepasados. ¿Qué tiene que ver? —Bianca reprimió una risa y él comprendió—. ¡Ah!, tranquila no nos hundiremos, es más fácil que nos coma un tiburón...
Bianca engrandeció sus ojos sorprendida. Franchesco reía de lo colorada que se había puesto la rubia. Y entonces, la miró... El sol hacia que su cabello brillara tanto como él, sus ojos azules como el océano que reflejaban su belleza natural. Definitivamente la mujer que Franchesco tenía en frente era una joya de esas que se encontraban en el fondo del mar, pero está a diferencia, estaba en la superficie sacando suspiros a los hombres.
Pero debía dejar esos pensamientos a un lado, pues ella pronto se iría, no era de ese lugar y quería volver a su ciudad con sus cosas modernas. En cambio él, estaba tranquilo en su isla, gozando de ser un pescador y llevar una vida tranquila. Aunque estos días junto a ella hubieran sido todo menos tranquilos. Tanto Amanda como él, amaban tenerla de huésped, ella estaba encantada con el mundo, su pasatiempo favorito era hablarles a todos de sus viajes y de las cosas que conocía. No hacía mucho en una crisis que tuvo, había comenzado hablar en francés.