Nobleza Negra

6: Sei carina

Érase una vez un príncipe que nació rodeado de unos padres amorosos, su reino era una pequeña isla, pero su padre soñaba con algún día gobernar toda la nación. Cuando era niño llevaba una capa azul a todos lados, su madre lo llamaba mi pequeño príncipe azul. A Leonardo siempre le encantó la idea de salir fuera de la isla, de conocer otras personas y paisajes. Su padre quien era el rey en ese entonces, una vez le dijo que afuera solo había maldad, que habían personas que darían la vida por vivir cómodamente en Albani. Pero él no lo podia creer, ¿cómo alguien podía dar la vida por vivir en una isla? Y un día comprendió todo.

La maldad de las personas de afuera llegó a la isla una noche mientras él dormía; se escucharon disparos y gritos de auxilio desde los pasillos del castillo hasta en los rincones del pueblo. Sus padres sobrevivieron, pero desde ese día nada fue igual. La educación de Leonardo como príncipe de Albani fue cambiada por otras cosas mucho más exigentes. Ya no solo era ser príncipe y gobernar una isla, que a pensar de que era incluso más grande que una ciudad, seguía siendo pequeña, y hombres nuevos comenzaron a llegar al castillo. Se escuchaban rumores en los habitantes, que estás personas pertenecían a los cuarteles de las mafias más grandes de toda Italia.

Todo cambió incluyendo a su padre, que ahora poco tenía tiempo para él al solo importarle ejecutar una siniestra venganza en contra del gobierno quien quiso expropiar las tierras que desde la antigüedad le pertenecían a su familia. Tiempo después le enseñó a Leonardo sus planes de como ellos pagarían la muerte de cientos de personas en la isla, y, así con aquel rencor inculcado por su padre, el príncipe Leonardo fue creciendo dejando una capa azul y colocándose una negra. En la isla lo llamaban el príncipe negro y a él le encantaba. La gente al mirarlo pasar bajaba la mirada debido al respeto que este hombre emanaba, el nombre de este grupo de mafia noble fue llamado y reconocido por todos los gánsteres de Italia como: La Nobleza Negra.

                                ***
Leonardo despertó después de una noche tan cansina donde tuvo que ir y poner orden en un pueblo al norte de Albani. Su habitación quedaba en la última planta del castillo donde podía divisar a los pueblerinos andar en lo suyo. Pronto escuchó que su puerta se abría y una joven sirvienta se doblaba en reverencia trayendo en sus manos el desayuno. No llevaba nada más que su ropa interior haciendo que la sirvienta se sonrojara al mirarlo.

Esperó a que ella pusiera el desayuno en la mesita cerca de su cama para entonces cambiarse de ropa por una ordinaria. Este día no pensaba ir a ninguna parte, deseaba descansar un poco debido a que los próximos días serían tan agitados como el mar de Albani en temporada de lluvias. Se acercó al balcón y observó la playa que se veía tan hermosa, lo que provocó que Leonardo quisiera ir a nadar.

Unos brazos cubrieron su pecho y esos labios besaron su cuello.

—¿En qué piensas tanto?

—Nada... —dijo él—. No he escuchado tu entrada, ¿se puede saber por qué los guardias no me han informado tu llegada?

La mujer frunció el entrecejo un tanto decepcionada, pero pronto volvió a sonreír.

—Pronto seré tu esposa... tu reina. —Leonardo suspiró—. No creí que fuera tan malo que la futura mujer de tu vida te regale un abrazo. ¿O sí?

—No es eso. Ya sabes que tenemos que seguir el protocolo.

—El protocolo... claro. ¿Me dirías por qué?

—Porque existe desde antes que tú y yo. ¿Así quieres ser una reina, sin siquiera cumplir con las obligaciones de una? Toda una isla deberá doblegarse ante ti, tienes que merecerlo.

—Tienes razón —respondió apenada—. Pronto será el baile de máscaras y haremos oficial nuestro compromiso. Me encuentro ansiosa, todos me verán lucir un vestido hermoso... Nadie podrá superarme.

Leonardo giró su cuerpo para observarla, era la mujer que desde niños estaba destinada a ser su esposa, era hermosa, su belleza era digna de ser la próxima reina de Albani.

—Así es, nadie podrá superar a la futura reina. ¿Te gustaría ir con Chiara a tomar el té? Tengo cosas que hacer y...

Ella lo interrumpió:

—No debes explicarte, sé que no tienes tiempo para tu futura esposa.

Antonella avanzó por los pasillos antes que Leonardo pudiera hacer algo para detenerla, tendría que regalarle un ramo de flores para contentarla. Tuvo que comer antes de tomar su auto  (modelo antiguo que eran los que usaban en la isla) y entonces parar en la playa que no estaba tan lejos del pueblo. Por suerte estaba solo, nadie molestaría su descanso este día. El mar era el mejor aliado para un día de paz, Leonardo se quitó la camisa y el pantalón para adentrarse a las aguas a nadar. Llevaba semanas sin hacerlo, semanas que parecieron años.

Estando allí nadando, por un instante, recordó aquella joven insolente que le faltó el respeto delante de muchas personas. Aquello todavía le parecía un acto que debía acabar con la felicidad de esa muchacha, pero por extraño que pareciera le causaba gracia tal acto indecoroso en una mujer. Leonardo había visto la fuerza del carácter de esa joven, era una completa extraña entre las mujeres de Albani. Muchos pueblerinos habían estado hablando de lo sucedido, incluso algunos decían que seguramente pronto sería colgada en la plaza principal. Pero aunque él fuera un tirano, no iba a llegar a ese acto a menos que esa mujer volviera a avergonzarlo. Si ella era inteligente jamás se le pasaría por la mente acercarse con suma imprudencia al príncipe negro.

Le llamaban así desde hace mucho tiempo, su padre cuando se enteró antes de morir por una fiebre, le había causado indignación, pero Leonardo lo había dejado pasar ya que le causaba risa que las personas se hicieran esa imagen oscura de él. Aunque no estaban tan lejos de la verdad, porque su crianza había sido distinta a la de todos. Él debía cumplir con la misión de su padre así le costara la vida. Se lo prometió antes de morir y un hijo debía cumplir su palabra. Su madre estaba viva, pero ella poco se relacionaba con su hijo desde que había cambiado los juguetes por armas de fuego, por tratos oscuros con otras personas y un deber alocado para los demás. Quién había sido la reina no volvió a dirigirle la palabra a su hijo a menos que la circunstancia lo necesitara.




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