Bianca estaba quieta sin apartar la vista de ese hombre que tampoco quitaba la suya de ella. Las guerras de miradas entre estos dos comenzaba a ser usual casa vez se veían. Pero Leonardo rompió el silencio:
—Supe que ahora vives junto con tu prometido.
—Veo que alguien ha estado muy pendiente de mis pasos.
Leonardo levantó una ceja con un gesto soberbio, arrogante.
—Ya quisieras, que estuviera al pendiente de lo que haces. Yo lo sé todo... —esto último parecía una advertencia—. Todo lo que hacen en esta isla, cada cosa por lo más mínimo que fuera.
—¿Y en eso entra la vida de una persona que no es de esta isla?
—No sé si te habrás dado cuenta que a pesar de que te dije, que no tenías permitido hablarme, lo has seguido haciendo. Como ahora, por ejemplo.
—Te he hecho una pregunta. Y sí, claro que recuerdo. Pero, ¿no has sido tú quien me ha hablado primero? Ah, no me digas que no te has dado cuenta...
¿Cómo una persona puede ser tan testaruda? Si el rey dice una cosa por más falsa que sea sus súbditos lo creen con todas sus fuerzas. Nunca se le debe llevar la contraria a alguien superior, pero está turista parecía querer ganarse el infierno en la tierra.
—Te crees astuta... —replicó—. No pensé que alguien con rostro angelical pudiera ser tan...
—¿Insufrible, señor Leonardo? Primero me ha dicho mona y ahora insufrible. Ciertamente usted es un hombre cambiante...
—Yo no he dicho nada... Pero me alegro que ambos pensemos iguales.
Bianca estaba boquiabierta.
El hombre semi desnudo la miraba triunfante, era alto y su cuerpo fornido. No había nada que pudiera hacer Bianca, para bajar un poco de las nubes a Leonardo, viendo que él se creía o era un rey.
Pero entonces avanzó hacía él hasta que sus cuerpos estuvieron a centímetros, sorprendiendo a este hombre, que no esperaba tal acto repentino de Bianca. Bianca esperaba que él se pusiera nervioso con su cercanía como lo había hecho con otros hombres, pero se le había olvidado que no estaba con cualquier hombre, sino con el mismísimo Leonardo Bonaccorsi.
—¿Qué intentas hacer, muchacha? —inquirió con una ceja levantada.
—Yo... no lo sé.
Él era imponente delante de cualquier persona, hermoso no como cualquiera, su belleza era única o por lo menos así lo era ante los ojos de Bianca Visconti. Leonardo era como un hielo tan frío sin sentimientos ni emociones, aunque su rostro no denotaba algún rastro de amargura, simplemente podías saber que él era así.
Bianca en un intento de de romper ese hielo en forma de escultura masculina, llevó su mano hasta el pecho desnudo de Leonardo y pudo sentir como este se tensaba y perdía el color de su rostro.
—Majestad, está usted muy frío, debería abrigarse un poco, no queremos un resfriado —aunque Bianca había sonado preocupada, era todo lo contrario porque en sus labios se dibujaba una sonrisa triunfante al poner a este hombre, que carecía de emociones, de algún modo tenso.
Leonardo miraba sin comprender por qué ella era así, a la vez que se debatía en sus pensamientos del porqué continuaba permitiendo que esa mujer lo avergonzara. Pero esto era inexplicable, porque Bianca tenía algo en su mirar, su sonrisa ladeada y su vibra. Aquí el inalcanzable tal vez no era él, sino ella.
Pero eso no podía ser posible porque Leonardo era el rey y ella una simple doncella que por casualidad había llegado a conocer de una manera poco ordinaria. Pero el príncipe negro debía reconocer que el atrevimiento de Bianca Visconti era digno de admirar, no cualquiera podía salir ileso de una situación así, en cambio ella solo sonrió y bajó la mano de su pecho. En ese momento Leonardo sintió como en verdad estaba haciendo frío, parecía que el sol se había ido y el poco calor que quedaba se lo llevaba Bianca en su mano.
—¿A qué estás jugando? —musitó Leonardo, curioso y consternado a su vez.
—Al gato y el ratón.
Leonardo curvó una sonrisa.
—Chistosa, ¿no?
Ella comenzó alejarse...
—Nos vemos, su Majestad —e hizo una reverencia en forma de burla, pero él en cambio de molestarse, solo rio. Ella en serio estaba desquiciada.
—Nos vemos, Visconti.
Esa mujer no era como cualquiera que haya conocido antes, Bianca no se intimidaba en su presencia, sino que parecía jugar en ella. Como si esto solo fuera un juego, pero estaba muy lejos de serlo. De todas maneras Bianca era un acertijo, uno que pronto a Leonardo le dio el interés por descifrar.
La tarde siguió tranquila para Leonardo, que volvió al castillo a cumplir con sus deberes como gobernante de la isla. Estaba leyendo el periódico cuando miró que la noticia del baile de máscaras se había esparcido por toda la isla y las personas especulaban que pronto "El príncipe negro contraría nupcias con la futura reina de Albani".
No sentía nada por ese matrimonio ni sentiría nada por aquello. Antonella era hermosa y solo eso. Albani debía tener herederos pronto debido a que el plan que habían estado organizando desde hace muchos años estaba por materializarse.
—Leonardo —alzó la vista del periódico y miró como Valentino hacia una reverencia antes de llegar a su sitio—. Disculpa que te interrumpa, pero ha llegado la respuesta.
Leonardo ignorando su disculpa dejó el periódico a un lado y se acomodó en el mueble que estaba en el salón real.
—Dime que son buenas noticias...
—Bueno, en teoría sí lo es —dijo con una sonrisa nerviosa—. Pero sabes que son peligrosos.
—¿Quiénes han aceptado venir al baile? Suelta de una vez.
Valentino tragó grueso antes de decir:
—la Cosa Nostra (Sicilia), la Camorra (Campania), la 'Ndrangheta (Calabria) y la Sacra Corona Unita (Apulia). Los mayores y más peligrosos carteles de mafia estarán con su majestad, usted, en el baile de máscaras.
—Dime... ¿qué crees que pase?
—Ellos aseguraron que desean fervientemente conocer la nobleza negra.