Nobleza Negra

10: Lein

Bianca seguía en su vestido recostada en un rincón de su habitación ahora en el castillo. Había amanecido hace horas pero no tenía ganas de levantarse. Una vez Leonardo llegó al castillo le prohibió regresar con Franchesco que ahora necesitaba su ayuda para asimilar que su hermana se había ido a la fuerza. 

A su lado se encontraba una bandeja con el desayuno que apenas observó. No tenía hambre mucho menos quería probar la comida de ese lugar. Pero al poco rato su estómago rugió y debió tragarse el orgullo en forma de pasteles. 

—Temía que todavía no hubieras comido —dijo Leonardo llegando a la habitación por tercera vez.

Bianca no lo miraba a sus ojos, su mirada estaba puesta en un rincón donde se hallaba una mesita que contenía una vela ya bastante derretida.

—Quiero vivir para hacerte la vida insoportable.

Leonardo levantó una ceja.

—Ya lo haces —bromeó, pero no causó efecto en la rubia—. El hombre que te lastimó no volverá a hacerlo. 

Ahora sí obtuvo la atención de Bianca que lo miró curiosa sin quitar sus facciones odiosas.

—¿Qué le hiciste?

—Quiero que algo te quede muy claro, Bianca —se acercó un poco a ella—. Nadie puede, o debe tocarte. Ni siquiera yo puedo hacerlo para que venga otro imbécil y lo haga. Tú eres mi prometida, estás bajo mí protección.

—Gran cosa —bufó.

Leonardo tuvo que respirar despacio, tomando paciencia con ella.

—Mucha gente querrá dañarte y si eres fuerte como dejas ver, no te dejaras por nadie. Ahora bien, debo irme a una reunión con el gabinete fuera del castillo.

—Espera —detuvo a Leonardo, antes que saliera—. ¿Qué le hiciste a ese hombre?

—La verdadera pregunta es: ¿Qué no le hice? —los ojos de ese hombre parecieron brillar y Bianca tuvo que cortar su mirada con él. Al poco rato la puerta se cerró. 

Bianca se levantó del suelo y rendida fue hasta la cama que al tocarla sintió que estaba sobre grumosas nubes tan blandas y suaves como algodón. Minutos después yacía abrazada en los brazos del señor Morfeo.

Cuando se levantó se encontró con un vestido que llegaba a sus talones, era azul celeste digno para andar dentro del castillo sin el que tenía que era enorme y con corsé. Se cambió en el cuarto de baño que era de ensueño, se imaginó Bianca, que de ese tamaño era su antigua habitación en Milán. 

Continuaba preocupada por su amiga que ahora estaba en manos de un mafioso. Bianca, antes, había escuchado sobre estos hombres, algunos llegó a conocer en las fiestas donde iba cuando era modelo, cabe destacar que nunca escuchó nada bueno de ellos.

No entendía por qué el rey de esta propia isla no pudo salvarla de ese hombre. Tal vez solo había fingido hacerlo, Leonardo era un imbécil. Pero ya estaba cansada, con dolor de cabeza por culpa de ese idiota. Ahora estaba en el castillo y eso significaba que se encontraba cerca de los secretos que guardaban los gobernantes de Albani. Como por ejemplo: ¿Cómo era que las personas llegaban a la isla y luego no recordaban como?

Fue hasta la puerta que era el doble de grande que ella, con dos compuertas. Al abrirla observó dos guardias custodiar, enseguida no pudo evitar dibujar una sonrisa.

—¿Qué? —los guardias esquivaron su mirada y sus facciones estaban rojizas—. Díganle a su intento de rey, que no hace falta tenerme vigilada. Como si hubiera forma de esconderse de él en esta isla... 

No respondieron. Se imaginó Bianca que lo tenían prohibido por eso de no hablarle a la nobleza. Todo un rollo, estos imbéciles dictadores.

—¿Qué hora es? —silencio—. Es una orden.

—La seis de la tarde, mi lady —dijo uno de ellos, era el más joven, rubio y apuesto, en ese uniforme. "El más sensato", pensó Bianca mirándolo.

—¿Leonardo llegó? 

—No se ha presentado todavía en el castillo. ¿Necesita ayuda con algo? 

—Así es, necesito ver a la reina madre. 

Habían varias cosas que Bianca necesitaba preguntar, sobre su nueva vida como prometida de su hijo. Así es, sin más, la rubia había aceptado su destino. Un destino, que la esperanzaba con encontrar la libertad, un día de estos.

—La reina madre ha salido de Albani está tarde. 

¡Vaya! Y a ella sí la dejaban encerrada como blanca nieves en el castillo. Bien bonita la situación. Sintió rabia porque quería ir a otro lugar, tal vez visitar a Franchesco, oh, ese hombre debía estar destruido con lo de su hermana. Y Gustavo, él parecía que tenía algo con Amanda... 

¡Vale! Ahora quería darle cuatro bofetadas a Leonardo de nuevo. Pero es que todo era culpa de él, si no los hubiera invitado, seguro esto no fuera sucedido. ¡En qué rollo estaba metida! Bianca le rogaba al cielo para que le iluminará el camino y algo bueno sucediera...

—¡Bianca Visconti, su majestad! —se inclinó un guardia que recién llegaba al pasillo de paredes color mostaza—. Necesitamos su presencia en la habitación real. 

¡Habitación real! ¿Había dicho habitación real? ¡La de Leonardo!  

—¿Se ha vuelto loco, Leonardo? Todavía no estamos casad... 

—¡Oh, no me mal entienda! —se disculpó el guardia y Bianca quedó en blanco—. El rey ha sufrido un accidente de camino y ahora su estado de salud está comprometido. 

Ahora Bianca estaba roja de la vergüenza. Había pensando en... y, todos la habían escuchado. "Que me trague la isla en este momento, que pase un huracán y me lleve bien lejos", decía en sus pensamientos, avergonzada por su mal interpretación del asunto. 

Pero tuvo que levantar la barbilla y fingir que aquel mal entendido no había causado tal efecto en ella, así fuera todo lo contrario. Y dijo:

—¿Para qué se solicita mi presencia en la habitación real? 

—Hemos traído un médico del pueblo, debido a que el del castillo se fue junto a la reina madre, por si algún imprevisto. Pero el rey, no le gusta que un civil, ni siquiera nosotros, entremos a su habitación. Pero viendo que usted es...




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