Nobleza Negra

11: «La novia de la isla»

Bianca había perdido la noción del tiempo, y Leonardo, todavía no se bebía el medicamento. El hombre estaba ardiendo en fiebre, pero era un orgulloso, o un inmaduro, las dos cosas posiblemente, pensaba Bianca. Si Leonardo, no se tomaba por voluntad propia el medicamento, se lo haría ingerir a la fuerza con ayuda de algún guardia. 

—Leonardo, toma el medicamento, mira estás con fiebre —llevaba rato sin delirar, tal vez eso era buena señal—. Solo un poco siquiera...

Él abrió los ojos y dibujó una sonrisa de niño travieso.

—¿Por qué sigues aquí? Ya estoy mejor —su piel estaba rojiza—. Ve a tu habitación, no te preocupes por mí.

Bianca cruzó los brazos sobre su pecho.

—Yo... no estoy preocupada por ti —mintió, ella no era tan vil como para dejar a su enemigo morir—. Lo haré, me iré, pero primero necesito que ingieras el medicamento.

Leonardo cortó la mirada con ella y miró mejor el techo. Bianca continuaba de pie cerca de él esperando que se decidiera para irse a dormir.

Al fin dijo:

—Bien —Bianca volvió a respirar, aire puro—. Pero, con una condición.

¿Con una condición? ¡Tenía que ser una broma, era su salud no la de ella! Pero bueno, siquiera había accedido a beberse el medicamento.

—Dime, Leonardo... —estaba cansada.

—Si me regalas un beso, bebo el medicamento.

Bianca enrojeció.

—Tiene que ser una broma...

—No lo es.

Este hombre era único en el mundo, pero no de una buena manera, él podía fácilmente, sacar a Bianca de sus casillas. 

Ella no lo pensó dos veces, estaba agotada a más no poder, tomó fuerzas y fue hasta la mejilla de Leonardo, esto era impropio de ella, cuando estaba por clavar el beso, el muy muergano giró su rostro y sus labios hicieron contacto con los de él que ardían por la fiebre. 

Se imaginó de mil maneras como sería besar a Leonardo, no mentía, pero está había sido una mala jugada de parte de ese astuto hombre.

Él la miró a sus ojos cuando ella despegó sus labios, de ese tierno beso, una fuerza acogedora sintieron los dos al estar tan cerca. Y el dijo:

—No te vayas... —sus ojos estaban desorbitados, la fiebre estaba subiendo.

Bianca obvió sus palabras, y tomó el medicamento, él arrugó el ceño, tan tierno se vio cuando tomó por fin el medicamento. 

Cuando Bianca se iba a levantar él volvió a tomar su brazo con fuerza y le dijo, con voz lo suficientemente audible:

—No te vayas... —estaba delirando, no era él, parecía la mirada de un niño.

—No me iré, Leonardo, recuerda que lo prometí.

Él sonrió.

—Bien... —sus ojos se fueron apagando poco a poco, pero antes de dormirse tiró con fuerza a Bianca, que después de un grito ahogado cayó sobre su pecho semidesnudo, llevaba una camisa desabotonada, en el abdomen una venda donde estaba la sutura. 

El sueño le ganó a Bianca y quedó dormida sobre el pecho de ese hombre que dormido parecía un ser de luz. Hubo un momento en el que se despertó y estuvo pendiente por si la fiebre empeoraba, pero luego, volvía a dormirse por voluntad propia en el pecho de Leonardo Bonaccorsi.

Era de madrugada cuando murmullos despertaron a Bianca, sintió el cuerpo tibio de Leonardo sobre su mejilla y al despegarse, su piel reclamó volver a esa posición comprometedora. 

Leonardo, murmuraba palabras, que Bianca hasta ese momento no alcazaba a comprender, lo observaba debatirse en un sueño que a simple vista se veía como una pesadilla. 

—No, déjame... déjame... ¡déjame! ¡Déjame! ¡Suéltame, idiota! ¡Madre! —¿Qué debía hacer ahora? Tocó sus mejillas y estaba ardiendo en fiebre, enseguida fue hasta el cuarto de baño, que en comparación al de ella era el doble de grande, volvió con una tasa de agua y un toalla para humedecerla, y ponerla sobre su piel. Una vez la toalla húmeda hizo contacto con él, pudo ver como su cuerpo se erizaba. 

Minutos después, él respiraba ruidosamente, Bianca contempló el hombre que tenía de frente, era tierno, de facciones finas, perfectas, los antiguos reyes crearon un buen linaje. Muchas veces conoció hombres hermosos, pero Leonardo era único de una manera que todavía no lograba entender. 

Por inercia, tal vez, ella llevó su mano hasta su cabello y acarició las sedosas hebras color azabache... sentía satisfacción con cada toque, ¿cómo explicar esa sensación, si ninguna descripción le haría justicia? Su dedo se deslizaba por las facciones de Leo, sin darse cuenta de cómo, estaba sonriendo al hacerlo, nunca en su vida había estado en esta situación. 

Leonardo, al parecer dormido, tomó a Bianca entre sus brazos y ella no hizo esfuerzos para apartarse. De hecho, se durmió casi al instante, había sido una larga noche.

Las puertas se abrieron de pronto, y Bianca saltó de la cama al suelo, exaltada con aquel ruido. Cuando se levantó y miró a la persona que la observaba asombrada, su rostro era de pura vergüenza. 

¡Era la suegra! ¡La había encontrado recostada junto con su hijo! Bajó la mirada avergonzada y sin saber que hacer o decir. Pero gracias al cielo, la reina madre, no dijo nada, y solo fue hasta su hijo y ver qué tan bien estaba.

—Leonardo, hijo, ¿te encuentras bien? —el hombre abrió los ojos y por un momento pareció confuso, pero luego recordó que estaba pasando, y suspiró.

—Madre, me encuentro bien, un doctor estuvo al pendiente de mí —¿El doctor?, se indignó Bianca. La madre de Leonardo, la miró y comprendió cuán equivocado estaba su hijo.

—Me alegro —dijo con regocijo—. Ayer no pude llegar a tiempo, hubo una tormenta al norte y no pudimos salir. 

—Eso pensé, se acerca la temporada de tormentas, debo asegurar la isla.

—Por favor, primero descansa... —pidió la reina madre—. Ahora, tengo que dejarte. El día de hoy, debes descansar, yo haré el trabajo por ti. ¿Bien?

—No es necesario, me siento mejor —jadeó adolorido al intentar moverse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.