Bianca se encontraba a punto de combatir con su prometido el rey, Leonardo Bonaccorsi. Todos en el salón estaban atentos, observando desde los rincones. Mientras todo se preparaba, Bianca tenía una charla con Johan el entrenador.
—Llevas entrenando conmigo tres meses, te concidero capaz de darle batalla a Leonardo.
Ella temblaba ligeramente.
—Yo... no... ¡es el rey! Seguro lleva toda una vida entrenado, solo míralo...
Observó a Leonardo posicionado en medio de la alfombra, hacía flexiones mientras esperaba a su prometida, seguramente, para darle una paliza. Cuando llegó, traía el uniforme real, ahora solo llevaba una camisa blanca y pantalones negros.
—¡Bianca, fuiste tú la que le diste una bofetada la otra vez! ¡Bueno, esto casi lo mismo, solo que ahora sí le darás una buena patada en el trasero!
Bianca se ruborizó con la idea.
—Bien, confiaré en ti... —asintió, con la idea en mente, de vencer a Leonardo—. Pero de todas formas... debes estar cerca.
Johan, se sorprendió, por lo preocupada que Bianca se encontraba de enfrentar al rey.
—Bianca, ¿no confías en tu prometido?
En ese momento Bianca se detuvo a pensar: "¿Por qué le temo a Leonardo?" En realidad, no había un motivo por el cual debía temerle, de hecho, él aunque pareciera increíble, estos últimos días se había comportado amable. Ignorando que estaba secuestrada, claro.
—Tienes razón —asintió Bianca convencida de que él no le haría daño—. Leonardo no le haría daño a su prometida... ¿no?
El entrenador, le dedicó una sonrisa confortadora, e hizo una reverencia, para después abrirle paso para que fuera con su prometido.
Diez minutos después, Bianca intentaba hacerle una llave a Leonardo, pero este la tumbó sonoramente en la alfombra. Ella jadeó, pero de inmediato se levantó y con una patada en la pierna de Leonardo, logró, que cayera al suelo. Antes, que ella terminara de ponerse de pie, él se arrodilló y la abrazó cayendo los dos, uno encima del otro. Claramente Bianca encima de él.
El cabello rubio de Bianca, por encima del rostro de este hombre, que mantenía una abierta sonrisa, con picardía.
—¿En serio creíste que le ganarías a tu rey? —inquirió él con una ceja levantada.
Ella también dibujó una sonrisa en los labios.
—Yo no soy el que está debajo... del otro —se sonrojó al comprender la escena y que había sido mal interpretada por Leonardo, que reía para ellos dos.
Pero entonces, él la abrazó fuerte y se balanceó ágilmente para quedar ahora él, encima de ella.
—¿Ahora quién está debajo del otro? — él miró sus labios... y ella, miró los de él.
Toda la sala estaba en completo silencio, con sonrisitas tímidas al estar presenciando tal escena comprometedora, del rey y la futura reina.
Bianca observó el gran cuerpo masculino que tenía encima de ella. Todavía sin contacto alguno, sentía una intensa sensación a ganas de tocarlo, abrazarlo, y tal vez, incluso, besarlo.
¿Pero que le estaba pasando, acaso se estaba volviendo loca? Es que ese hombre te seducía sin hablar, con su sola mirada hacía que tú cuerpo temblara, que tus labios se secaran y anhelarán saciarse con los de él, que eran perfectamente voluminosos, carnosos, que te llevaban a mirarlos y querer devorarlos.
Si no fuera porque los presentes comenzaron a aplaudir, Bianca pudo haber besado en ese momento a Leonardo. Sí, era cierto, que lo odiaba, por su culpa estaba encerrada, pero no podía seguir negando que había una atracción que la estaba llevando a volverse loca si pronto no llevaba a ese hombre a las nubes.
Bianca Visconti no era una mujer que se mentía a sí misma, no. Ella debía aceptar lo que estaba sintiendo por ese príncipe negro, oscuro, con su mirada azulada, lleno de gracia con sus perfectas facciones varoniles.
Leonardo se levantó y le tendió la mano a Bianca para que ella la tomara, pero ella se negó y se puso de pie por sí misma. Ahora todos comenzaban a salir de la sala y quedaron a solas, Bianca antes de salir a darse un baño en su habitación, miró por última vez a Leonardo que sonreía mirándola, definitivamente se iba a volver loca con ese hombre, estaba segura que nadie nunca le había hecho sentir así de confusa. Tomó su bolsa donde guardaba el informe y salió del salón, debía descansar, al día siguiente tendría clases con armas de fuego.
—Su majestad —dijo Johan, una vez quedó solo con el rey—. Necesito hablar una cosas con usted.
El rey, asintió y le permitió seguir hablando.
—Con todo respeto, debo hablarle, sobre cierta conducta de mi estudiante, su prometida.
—¿Qué ha hecho mi prometida? —inquirió, extrañado. "¿Ahora en qué problema se metió Bianca?", pensó, Leonardo.
—Nada de lo que deba preocuparse, se lo aseguro. De hecho, es una de las mejores en esta área. Bueno, no me quiero desviar del tema —tomó un poco de aire antes de seguir, la mirada que generaba Leonardo era intimidante—. He notado que Bianca siente cierto temor por usted. Ha pasado hoy, antes que peleara con ella...
—¿A dónde va con esto, Johan?
—Mi señor, creo que no es normal que la futura reina se sienta intimidada con usted, quien va a ser su esposo. Debería ella sentirse segura con usted. Yo... le debo recomendar que trate un poco más con ella, ya que estarán casados para todo la vida, ¿no?
Leonardo se quedó pensando por un rato, después de ese tiempo, dijo:
—Bien. ¿Se le ofrece algo más?
—No mi señor... espero y tome en cuenta lo que le he dicho —hizo una reverencia y se fue del lugar.
"Ya que estarán casados para toda la vida", aquel recuerdo, de la voz del comandante hizo eco en su mente.
Al llegar a su oficina, Angelo se encontraba esperándolo. Llevaba puesto su uniforme diario, era elegante, digno de su puesto como consejero del rey.
—Mi señor, ¿se encuentra bien?