Nobleza Negra

15: Colapso

Bianca fue sacada del agua por Leonardo, con ayuda de los empleados, que pudieron subirlos a los dos por unas escaleras manuales que tenía el yate. 

—¿Te has vuelto loca, Bianca? ¡Pudiste haber muerto! 

Ella estaba sentada en el suelo con una manta que cubría su cuerpo mojado. 

—¡Solo quería nadar! —replicó a la defensiva, pero era demás, debido a que era tarde, para que nadie creyera que estaba loca.

—No. Te salvas, que no hay tiburones cerca, o eso creo —murmuró algo en reproché que Bianca no alcanzó a oír.

Bianca sonrió y eso provocó que Leonardo se cruzara de brazos y preguntara:

—¿Se puede saber, qué es, lo que tanto te causa gracia? 

Ella levantó una ceja y dibujó una sonrisa más grande.

—¿Acaso te has preocupado por mí? Oh, no puede ser... ¡el rey frívolo de Leonardo Bonaccorsi se ha preocupado por mí! ¡Haré una fiesta es su honor por tal cosa magnífica! 

Ella reía a carcajadas y él arrugaba su ceño, obstinado.

—No da risa... ¡mírate! Yo no soy, el que está mojado y el que parece un loco. 

—No te pedí que me salvaras... 

—¿Hablas en serio, Bianca? —se quedó consternado con la reacción de ella. De verdad, que a veces podía ser insoportable, pensó, Leonardo.

—Así es, no salves, a quien, no quiera ser salvado, Leonardo. Creo que puedes entender eso. —Se levantó del suelo recogiendo su cabello y cruzando las puertas que daban a su habitación.

Leonardo estaba echando chispas. "Las mujeres cada vez están más locas, nadie las entiende, Bianca Visconti no es la excepción".

Bianca aprovechó de estar en su habitación, para ducharse y luego ponerse su traje de baño, después de todo estaba en un yate, por eso fue que la doncella metió esa prenda, ahora Bianca se daba cuenta. ¿Cómo fue que no lo vio? Bueno, con tantas cosas en mente se le pasó. 

«Y a cosas en mente», se trataba sobre ese idiota que estaba en el yate con ella, que no podía sacarlo de sus pensamientos, por más que lo intentara una y otra vez. 

¿Qué estaba pasando?

Tocaron la puerta y ella permitió que el que fuera pasara. 

—Mi señora —era la empleada que la recibió—. El señor Leonardo, la espera para almorzar en la cubierta de arriba. ¿Le informo que la espere? 

Bianca no tenía hambre, no. Pero un rato molestando a Leonardo no le hacía daño a nadie, ¿o sí? Le respondió a la empleada que no le dijera nada.

Ahora Bianca llevaba un Bañador blanco, perlado, que hacía juego con su tersa piel blanquecina, tenía el corpiño en forma de corazón. Bianca, como última pieza, se puso un pareo blanco, largo, dejando a la vista una pierna, la prenda, danzaba al compás de la brisa marina.

—Es de mala educación, no es esperar, a la compañía antes de comer —lo vio girarse con una ceja levantada.

—Por favor, siéntate —un guardia ayudó a Bianca con la silla. Ella le agradeció y se sentó—. Me dijeron que no diste una respuesta...

—Bueno, pensé que podría sorprenderte —agregó a la conversación.

Leonardo aprovechó el silencio, para pedirle al guardia, que fuera por un plato para Bianca. 

—¿Qué estás comiendo? —observó lo que era, pero quería escucharlo de él.

—Pez con ensalada, muy vegetariano, eh.

Bianca sonrió, pero entonces, recordando con el codo sobre la mesa y su mano sobre el mentón, dijo: 

—Los peces me recuerdan a Franchesco... Una vez fuimos a pescar, debo creer que esa fue la primera vez que pesqué algo, además, de mi mala suerte en la vida.

Leonardo dejó el cubierto sobre la mesa y respondió luego de limpiarse los labios:

—No es de buena educación hablar de otros hombres, con tu futuro esposo.

—¿Celoso? —inquirió ella divertido. 

—¿Debería estarlo? —respondió.

—Franchesco es muy lindo, incluso se me declaró —rio, y él frunció el ceño.

—Sabía que ustedes no estaban comprometidos de verdad... Astuto.

Bianca se echó reír, viendo como las mentiras salían a la luz.

—En mi defensa, si él no mentía, tú me hubieses matado.

—Por favor, con ese rostro que tienes, ¿quién podría hacerte daño? 

Bianca sonrió y él hombre observó como sus coloradas mejillas se pronunciaban, hermosas y perfectas.

—Mi belleza solo me ha traído desgracias, tú mismo me lo hicistes saber —contestó, con un trago amargo. 

Leonardo no dejaba de mirarla, incluso, cuando trajeron el plato para ella: La observó comiendo, delicada, con gracia, era interesante ver como sus pestañas se movían y sus ojos miraban con brillo, estaban vivos, increíble. 

Se preguntó cómo diantres alguien como ella fue a parar a su isla, porque ni siquiera él sabía. Ella le echó la culpa, pero él no tenía idea de cómo ella llegó a sus pies. Solo que cuando la vio por primera vez quiso acercarse más y más a ella, hasta ahora, que estaban comprometidos. 

—No siempre será así. ¿Te has puesto a pensar sobre qué pasará, cuando te pongan la corona de Albani sobre tu cabeza? 

—La verdad, es que eso es, en lo que menos he pensado... —fue sincera dejando el plato vacío sobre la mesa. «Menos mal, que no tenía hambre...»

—Bianca, todo un reino se pondrá a tus pies, ¿comprendes bien el asunto, la responsabilidad? Tendrás poder sobre la isla, sobre todo lo que en ella se encuentra.

—¿Y podré saber la verdad? ¿Podré saber por qué estoy aquí? 

—Todo te será revelado —Bianca quedó boquiabierta. ¿Leonardo hablaba en serio? 

—Pues, dime ahora... por favor.

Él negó con la cabeza y miró como ella se decepcionaba. 

—Ni yo mismo sé quién eres, Bianca Visconti. Tú eres un misterio para todos... 

Bianca abrió los ojos con sorpresa.

—Debes estar mintiendo... 

—Sé los secretos de mi isla, de quienes viven en ella. Tú no eres de aquí, no te conozco. Ni siquiera mi gabinete saber cómo fuiste a parar aquí. 

Bianca quiso llorar, no podía ser posible, ¿acaso le estaban jugando una broma? ¿Era esto un reality show, como aquella película de ese hombre que no sabía que estaba dentro de una película en un estudio inventado? Todo era demaciado irreal, Leonardo era irreal. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.