Bianca despertó oyendo murmullos entre el chófer y Leonardo. Llevaba su cabeza recostada al hombro, del hombre, que le propuso matrimonio de una manera que nunca imaginó.
—Han ofendido a su prometida, así que los han castigado —Bianca abrió despacio sus ojos al escuchar que la nombraban, alrededor todo estaba a oscuras, en un auto, solo el destello de las lámparas que se reflejaban en el cristal de las ventanas.
—Bianca no me dijo nada —respondió Leonardo, confuso.
El auto estaba estacionado, apenas se dio cuenta la rubia. Pero siguió escuchando con los ojos cerrados, no quería interrumpir la conversación para así ver a dónde iba.
—Seguro, la señorita, no quiso preocuparlo.
—Si la ofendieron bien merecen la pena de muerte. A la reina, se respeta.
—Han quemado toda la panadería y han sentenciado a los dueños y a sus hijos a cincuenta latigazos.
Bianca abrió sus ojos y se despegó del hombro de Leonardo, recordando a los panaderos que la atendieron y pidieron perdón de rodillas, pero que ella había ignorado.
Observó por la ventana como un pelotón de guardias sostenían a un montón de personas que intentaban avanzar para apagar el fuego del local.
—Leonardo, ¿por qué han hecho esto? —preguntó molesta y consternada con la escena devastadora que miraba desde el cristal.
—Me han dicho que te han ofendido. Eso poco castigo, para que lo que yo hubiera hecho.
Bianca observó ceñuda a Leonardo, ¿cómo podía decir eso? Habían personas inocentes, estaban de rodillas con esposas, esperando la sentencia que les habían dado.
—¡Leonardo ellos no tienen la culpa! Los dueños me trataron bien, fue un hombre quien me provocó —estaba desesperada, esto era inaudito.
—¿De qué hablas Bianca? —Leonardo miró ceñudo al chófer—. ¿Me puede explicar esta situación?
—Mi señor, yo solo sé lo que me dijeron cuando venía a buscarlos... lo lamento, si le he ofendido u algo.
Bianca en desespero abrió la puerta del auto y salió a la escena de una panadería en llamas y muchas personas gritando clemencia por los que estaban sentenciados.
Leonardo gritaba que se devolviera al auto, pero ignorado su petición fue hasta la escena. El rey, tuvo que salir tras ella, poniendo su vida en riesgo, no era prudente salir en una revuelta como esta.
—¡Por favor, perdóneme! —rogaba el panadero al guardia que pronto le pegaría con un látigo.
—¡Ha sido en tu negocio que han humillado a nuestra reina, mi deber es hacerte pagar por eso! ¡No pidas perdón porque no lo obtendrás!
Un niño y una niña lloraban por ver a su papá apunto de ser golpeado, para luego someterse ellos también a este castigo, junto a su madre.
Las personas lloraban y otras gritaban furiosos. Cuando el primer latigazo sonó, fue horrible para los oídos de cualquiera, incluído el de Bianca que estaba por llegar a la escena y se detuvo en seco, con un jadeo que la dejó sin respiración.
—No... —logró pronunciar, apenas audible.
En el segundo latigazo reaccionó y tomando fuerzas se acercó a la escena, las miradas de todos cayeron en ella. Algunos con repudio y otros con esperanzas, pero igual debieron bajar sus cabezas ante su presencia.
—¡Les ordeno que paren y suelten a ese inocente hombre!
El guardia que era moreno, dejó el látigo y confuso, preguntó:
—Majestad, ¿qué hace usted aquí? Esto... es por usted.
—¿Por mí? —respondió Bianca indignada—. ¿Siquiera esperaron a que llegara del viaje para preguntar sobre que fue lo que pasó? ¡¿Si en verdad yo quería esto?!
—Nosotros...
El panadero y todos mantenían la cabeza baja. Pero la niña que era hija de este hombre, miraba a la futura reina con esperanza, admiración.
—Nosotros nada. —Bianca con mirada helada observó a todos los guardias que enseguida bajaron sus cabezas e inclinaron sus cuerpos. Los civiles sonreían—. ¿Quién les hizo creer que así se trata al pueblo?
—Siempre ha sido así.
—Bien. —Dijo Bianca decidida y con voz gruesa, nada de femenina, por meses estaba siendo entrenada como un soldado—: Llegó el momento de que las cosas vayan cambiando por aquí, una vez suba al trono quien pase una de estas órdenes por encima de mí pagará como las leyes de la isla lo indican.
Bianca sintió los brazos de Leonardo, la sujetaba de un brazo, luego lo soltó y sintió que él cubría su cuerpo con una capa. Entonces, al sentir el calor de aquel abrigo, supo que estaba llevando mucho frío desde hace un buen rato.
—Veo que haz hecho un buen trabajo —dijo Leonardo, orgulloso—. Pero no los culpes a ellos, solo siguen órdenes. Estos son tus soldados Bianca, ellos darían la vida por ti de ser necesario. Una reina en estás tierras, incluso sin aún ser coronada, es un símbolo de respeto. Para nosotros, las mujeres son lo más sagrado del mundo. Bien es cierto que hay unas que merecen ir a la orca, pero debemos sobrellevar.
Bianca sonrió porque sabía que eso último hablaba de ella. Se giró hasta tenerlo de frente y clavó un beso en sus labios.
—Sé que es tu reino, Leo. También sé que hay leyes que no pueden cambiar para mantener a la monarquía...
—Veo que has estado investigando...
Ella asintió y se sonrojó.
—Pero... si voy a ser la reina, algunas cosas deben cambiar.
El rey suspiró.
—Lo que diga mi reina, será —Bianca lo abrazó y Leonardo se sintió seguro en ella—. Ahora, debemos irnos.
Ella se despegó de su cuerpo.
—Ah, sí. Pero antes —Bianca se giró hasta el gentío que al verla girarse bajaron las miradas tímidos. A Leonardo le causó gracia, que le tuvieran más miedo a Bianca que a él—. Guardias, lleven a estás personas a sus casas. Y a este señor, y su familia, que ustedes han quemado su casa; irán a un lugar seguro, el rey les dirá.
Leonardo levantó las cejas.
"¿Y yo que tengo que ver?", se preguntó en sus pensamientos.