Nobleza Negra

19: Sueños

Bianca tenía horas despierta, con dolor de cabeza, debido a que le dio vuelta a su cerebro, tratando de entender por qué esas pesadillas llegaban cada vez que cerraba sus ojos. 

Abrieron la puerta, era una doncella.

Bianca seguía con la mirada en el techo, divagando sin parar en sus pensamientos. Ni siquiera se dio cuenta cuando la doncella dejó un vestido sobre la mesita de noche y salió de la habitación. 

Tampoco notó cuando alguien entró a la habitación y dejó su desayuno sobre una mesa que empleaba para tomar té. 

—Mi señora..., ¿se encuentra bien? —Al fin la rubia devolvió la mirada al presente, era Angelo, quien con inquietud inquirió. 

—Hola, Angelo. ¿Qué haces aquí? —Ahora sí, el consejero del rey se preocupó.

Se acercó a ella con el ceño fruncido y dijo:

—¿No recuerdas que hoy irás con tu familia? Dime, ¿te encuentras bien? Tienes ojeras... ¿Has dormido?

Ella recordando la conversación que tuvo con Leonardo, se levantó fingiendo una sonrisa y respondió:

—Me siento maravillosa... Y no, no he dormido de tanto pensar en que hoy al fin, veré a mi familia. ¿Tú en mi lugar habrías dormido? 

Angelo comprendió la mentira de Bianca. 

—Supongo, pero no es mi paraje... Ahora bien; le esperan para desayunar. 

Bianca negó con la cabeza.

—No iré... —Se disculpó con la mirada.

—Bianca, te irás hoy, la reina madre desea compartir un desayuno contigo y su hijo. 

—Ya me han traído la comida, pedí que lo hicieran... De todas maneras, diles que dentro de un momento iré a tomar el té con ellos, ¿sí?

Angelo solo asintió, hizo una reverencia y partió de la alcoba. 

Cuando estuvo fresca, después de una ducha, se encontró con los guardias que la recibieron en el comedor real. Uno la anunció y se adentró a la estancia que estaba repleta de postres, bebidas, y lo más importante: 

—Leonardo —saludó con asentimiento de cabeza. 

—¿Ya no me llamas Leo? ¿Tu tigre? —sonrió e hizo a Bianca sonrojarse.

La reina aclaró su garganta modestamente. 

Bianca abrió sus ojos con estupor y bochorno.

¡Leonardo era un...! 

Bianca fingió relajo, ascendió sus comisuras e inclinó su cuerpo en una leve reverencia por el cariño que sentía hacia ella:

—Buen día, reina madre. 

—Buen día, preciosa. ¿Te sientas con nosotros? 

Un guardia añadió una butaca justo frente a la reina y allí tomó asiento. 

Un empleado arribó junto a una bandeja con tres tasas de té. Las sirvió y se marchó luego de una reverencia.

—¿Cómo te encuentras, Bianca? —La reina se encontraba con una sonrisa, maquillada perfectamente y joyas preciosas sobre su cuerpo.

—Estupendamente, bien —contestó amable—. Seguro su hijo le contó que esta tarde salgo a Milán...

La reina prescindió de su sonrisa y dijo:

—Claro... Todo el castillo habla de eso. 

Con razón, pensó Bianca, que las doncellas murmuraban mucho esta mañana. 

—Bianca —Ella observó a Leonardo—, debo decirte algo...

La reina madre bebió el último sorbo del té y se levantó para que los jóvenes altezas charlaran en la soledad que ambos urgían

Bianca dirigía su vista a la tasa de té que ahora estaba vacía, esperando que el rey dijera lo que tenía en mente. 

Leonardo tomó su mano y ella con la mirada advirtió exaltada.

—¿Puedo tocarte? —cuestionó esperanzado. No sabía si continuaba molesta por culpa de Antonella.

Ella sonrojada, porque su piel lo hacía tan fácil, asintió.

—No estoy molesta si es que eso te preocupa... es que creo que me tomé las cosas muy apresurada. Lo siento.

Él sujetó sus dos manos y las besó. 

—No te disculpes, mi reina, jamás deberá hacerlo ante nadie. 

—Gracias —dijo sincera—. ¿Eso era lo que querías contarme?

Leonardo negó con la cabeza.

—En realidad... Anoche casi no dormí analizando algo. 

Ella sonrió.

—Dime —prestó atención a sus ojos que irradiaba el sentimiento que sentía por ella.

—Me dijiste en aquella pequeña isla, que si quería algo contigo, debía dejarte ir...

—Lo has hecho —respondió sonriendo emocionada, pero él volvió a negar—. ¿Pasó algo, Leo?

—Voy a darte la oportunidad de poder quedarte en tu casa con tu familia...

Bianca abrió sus ojos, con sorpresa y consternación. 

¿Leonardo hablaba en serio? 

—¿Ya no quieres que vuelva? Porque... eh, bueno, se supone que temes que me quede y...

Él se levantó y besó su mejilla, luego abrazó su cuerpo y respiro el exquisito perfume femenino que gritaba el nombre de la mujer que lo estaba volviendo loco.

—Mi deseo más anhelado es que vengas de vuelta conmigo, ¿sí? —Ella afirmó recostada a los brazos de él. Leonardo se encontraba todavía detrás de la silla abrazado a ella—. Pero quiero que esto sea sincero, Bianca. Mira, todo a mi alrededor es una mentira, lo que menos quiero es que tú también lo seas. Quiero que por lo menos, la mujer que duerma conmigo para siempre, me ame y no esté aquí por obligación.

Justo con esas palabras, Bianca Visconti, comprendió que esto iba en serio. Leonardo era sincero con respecto a su relación. Ella, se enderezó y lo abrazó con todas sus fuerzas, escuchando sobre el pecho del hombre, como el corazón del príncipe negro, revoloteaba por la emoción.

—Cuando te vea llegar, tú; Bianca, desde ese momento, serás mía para siempre.

La rubia lo observó divertida, enamorada, sin poder creer que este mismo hombre, que hablaba sobre el amor, era el mismo que la amenazó cuando recién llegaba a la isla.

—Seré tuya por siempre...

Las horas fueron pasando y todo el castillo hablaba sobre la ida de Bianca, algunos se atrevían a mirarla, abatidos.

¿Por qué?, preguntó Bianca a Angelo, caminaban a la salida, era el mediodía.

—Porque los reyes desde el pasado, han hecho lo que les daba la gana, pero ahora al fin, hay una reina que tiene verdadera autoridad y puede interceder por ellos ante su majestad. Eso lo vieron ese día con el panadero y su familia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.