Nobleza Negra

21: "La bella durmiente"

Bianca caminaba hacia el altar vestida de blanco, con un velo y un ramo de flores azules y blancas. Niños caminaban con cestas tirando pétalos a los lados, reían emocionados.

Leonardo la espera vestido con su uniforme real que está vez tenía todas sus insignias de jefe de estado. Su fiel soldado, Angelo, se encontraba a su lado esperando a la mujer que venía descendiendo lentamente.

Todos los invitados vestían con sus mejores trajes y vestidos, la Nobleza Negra estaba presente. Los hombres y mujeres más influyentes del mundo criminal se encontraban admirando el momento. 

Se escuchaba fuera del palacio, el cual se situaba en medio de la ciudad central de Albani, como el pueblo alababa a la reina que estaba apunto de ser coronada y casada con el monarca.

Bianca llegó hasta Leonardo y él le ayudó a subir un escalón para que ambos estuvieran a la altura. 

El hombre tomó el velo y lo levantó para así admirar a la hermosa mujer que sus ojos atesoraban desde el primer momento.

—Te he estado esperando tanto tiempo, pensé que te irías y no vendrías al altar. 

Ella sonrojada, respondió:

—Jamás me perdería mi propia boda, mucho menos si es como mi Príncipe Negro. Ya estoy aquí, para entregarme a ti por siempre. 

El hombre encargado de casarlos por la lay, se aclaró la garganta y comenzó a recitar cada dialogo que se describía en una ceremonia como esta. 

—Los hijos de Dios hemos nacido para amar, porque, ¿qué sería de la vida si nunca se ama? El que no ha amado no ha conocido a Dios, porque nuestro Dios es amor. Por eso yo bendigo este matrimonio, que sea próspero y duradero. 

Ambos aceptaron ser marido y mujer, rey y reina, eternos enamorados. 

—Nunca me dejes, Leonardo Bonaccorsi.

—Yo nunca te dejaré, Bianca Bonaccorsi, reina de mi corazón —él descansó su frente con la de ella y todos comenzaron a aplaudir. 

—¿No vas a besarme? —inquirió Bianca.

—Te besaré incontables veces, hasta que te canses y ruegues que me detenga. Pero eso no creo que sea un problema... 

Sus labios hicieron contacto y probaron el rico sabor que ambos compartían. 

Las campanas de aquel palacio sonaron y dieron la noticia de que el rey y la reina se habían casado. 

De pronto Bianca giró su cabeza y observó que las personas habían desaparecido. Pero él seguía a su lado, mirándola fijamente con amor, emoción, era maravilloso. 

Tanto que no quería despegarse de sus brazos, sintiendo que en ellos se encontraba con un sentimiento de paz. Una suave melodía de piano comenzó a sonar y el altar se convirtió en un gran salón con muchas personas bailando el vals, ahora la música era con violín, las mujeres danzaban con grandes vestidos y los hombres con ellas.

Leonardo la dirigió al centro y comenzaron a danzar al ritmo de los demás. Ella reía como nunca, este momento había sido tan anhelando por ambos, que ahora que estaba saliendo perfecto, no deseaban que esto acabara.

—¿Cómo fue que llegamos tan rápido hasta aquí? —preguntó entre risas.

Leonardo la pegó a su cuerpo cuando la música se hizo más íntima. Ambos se miraban radiantes, ella con su vestido de novia y él con su traje. Por eso todos los admiraban, era el rey y la reina como en los cuentos de hadas.

Pero todo este cuento de hadas se fue tornando oscuro cuando el vestido de Bianca se fue manchando del rojo de la sangre que comenzó a salpicarle. 

Las personas corrían y gritaban desesperados.

—Leo... ¿qué está pasando? —Leonardo alzó la mirada y vio que todo se había vuelto un desastre.

La miró a ella con el ceño fruncido y la alejó de su alcance.

—Tú... —la señaló duramente.

Bianca veía todo alrededor y vio como su vestido se había bañando en espesa sangre; también que su amor la señalaba con odio.

—¿Qué pasa conmigo? 

—Eres una asesina... ¡Eres asesina! ¡Asesina! ¡Asesina! ¡Asesina!

Cada vez que decía esa palabra era como un balazo más para Bianca. Leonardo y todos los que estaban a su alrededor desaparecieron, quedando ella sola en el salón.

Miró a todas partes, pero ni siquiera comprendía que estaba pasando. Ni donde rayos estaba. 

Una puerta gigante se abrió y de ella descendieron hombres, entre ellos, Ruso. 

—¿Sabes quiénes somos nosotros, Bianca? —ella se tapó la boca consternada, todos esos hombres eran los que ella había matado. 

—Yo a ti...

Ruso y los demás rieron, una risa que atormentó en los oídos de la rubia. 

—Me asesinaste, sí. —Ruso observó a sus acompañantes y dijo—: Así como también mataste a ellos. Y mira, hemos venido hasta aquí a darte la bienvenida.

—¿Bienvenida? ¿De qué hablas? 

«Bienvenida al infierno, Bianca Visconti», dijeron todos al unisono. 

Todo alrededor comenzó a agrietarse y el salón se fue cayendo a pedazos. Ruso, tendió su mano a Bianca, y le dijo:

—Ven conmigo...

—Ni en el infierno tomaría tu mano, vil hombre —ella dio la vuelta comenzó a correr al lado contrario de estos hombres. 

El suelo se abrió y entre un grito desesperado, la tierra se comió a la rubia, parte de su vestido se rasgó y quedó en la superficie. 

Bianca sentía que caía en un vacío hasta que su cuerpo sintió caer al agua y sumergirse, en ese momento su respiración colapsó y quedó suspendida en el agua que era de un color rojizo.

Y miró como dos siluetas nadaban hasta ella desde donde sea que fuera la superficie. Eran niños, uno de ellos más pequeño que el otro, tomaron sus brazos y la llevaron a arriba. 

—No puedes morir todavía, mamá —escuchó la voz de Alessandro. El otro niño estaba en silencio, apenas Bianca podía mirarlo, su rostro era borroso. 

—Hijo, lo siento...

—No te preocupes, mamá, tú estarás bien cuidada...

Miró como Alessandro tomaba la mano del otro niño y caminaban lejos de ella.




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