Nobleza Negra

28: Mua, Mua

Los vecinos salieron de sus casas alarmados por el alboroto que causó la caravana de autos cuando dejaron a Bianca en su hogar.

Los niños estaban dormidos, pero sus hermanos, la esperaban trasnochados solo para saber el cuento completo de todo lo que no se vio en televisión.

Primero ayudaron a Bianca a quitarse el vestido, y al fin una vez la rubia estuvo en pijamas, los tres se reunieron en la cama de Bianca.

—¿En serio te dijo que volvieras? Bianca, ese hombre es un desvergonzado —agregó Lorena a la conversación, muy indignada.

—¿Qué piensas hacer, hermana? —inquirió Adriano. 

Bianca se recostó entre las almohadas, sin saber cómo le iba a hacer de ahora en adelante que todos sabían sobre ella y que Leonardo sí la quería con él.

—No tengo idea —expresó agotada—. Por un lado, él me lastimó al no venir por mí. 

—¿Y por el otro? —preguntó Lorena echándose a un lado de ella al igual que Adriano.

—Por el otro, sigo enamorada de ese idiota... Sé que tienes sus razones por no haber venido hasta aquí. ¿Debería darle una oportunidad?

—¿Eres feliz aquí sin él? —preguntó su hermano.

Ella pensó y pensó hasta que no hubo una respuesta certera.

—Tengo a mis niños... A ustedes... ¿Sería egoísta si pido más? 

Lorena dijo:

—Sería egoísta si te niegas a ti misma ser feliz con ese hombre.

—Pero él me ha dejado.

—Tienes que escucharlo decirte por qué no te buscó. A veces, tenemos que ser más inteligentes y, aprender a escuchar las razones de los hechos, de estás personas.

Los tres hermanos se tomaron de las manos y asintieron. 

Al cabo de unos minutos dos terremotos llegaron recién levantados y se tiraron sobre ellos. 

La mañana siguiente, Bianca pensó, que podía continuar con el rumbo de este día, como normalmente lo hacía, a excepción, de que estaba desempleada. 

Y hablando de eso, la empresa donde trabajaba la llamó para pedirle disculpas al darse cuenta de quién se trataba y la rubia los mandó a la basura, después de un discurso de ética profesional hacia los empleados.

No dejaba de recibir llamadas de su familia y mensajes felicitando su encuentro con el supuesto padre de su hijo, más a ninguno le respondió. El orgullo siempre por delante. 

Adriano se ofreció a llevar a Alessandro a la escuela, pero Bianca le dijo que ella podía a hacerlo ya que no tenía nada más que hacer. 

Su niño que cada día tomaba más de la belleza de ella, al igual que su hermano menor, estaba uniformado para su escuela, para cuando acabó el desayuno fue al auto, antes que su madre, el cual estaba estacionado frente a su casa. 

—Yo quiero ir, ¿ti? 

—Lein, sabes que te portas mal con tu hermano en el auto. 

El niño hizo un puchero.

—No más... mami... 

Bianca no podía resistir esa mirada de su padre que heredó su niño y al segundo de haber quitado su pijama, vestido con una chaqueta y pantalones de algodón largos, fue con él hasta el auto.

Los dos niños iban en la parte trasera con sus respectivos cinturones de seguridad. Una vez listos, Bianca emprendió camino a la escuela de su hijo.

Había notado que en cada esquina que cruzaba de su calle había mucho movimiento de guardias, seguro esto era obra de Leonardo. Siempre hubo guardias y ella supo que era por ella, pero ahora habían muchos más.

Llegando a la salida del barrio, supo por qué tanto movimiento; habían muchos periodistas intentando cruzar, seguro para llegar hasta su casa.

Como los vidrios del auto eran ahumados no hubo problema con las personas que llegaran a reconocerla y la persiguieran. 

Quince minutos después llegaban a la escuela, gracias al cielo no había ningún periodista. 

Estaba era Leonardo en la entrada con una docena de guardias custodiando todo el perímetro y las personas mirando al rey, con la directora que hablaba fluidamente con él.

Se preguntó: si debía bajar del auto con los dos niños, o seguir de largo y no darle el gusto de que la viera tan pronto. 

Igual los guardias reconocieron la placa y el auto, confirmando a los oídos de Leonardo que su esposa se encontraba en el lugar. 

El rey miró el auto y todos lo hicieron. Leonardo se despidió de la directora y se encontró caminando hasta ella que todavía ni bajaba los vidrios. 

Él tocó el cristal pero ella hizo caso omiso. Todo el mundo lo veía y Bianca reía porque podía sentir los nervios que le causaba a Leonardo y su impaciencia. 

—¿No vas a bajarlo? 

Bianca seguía riendo.

—Mami, es el rey, ¿no vas a saludar? —inquirió Alessandro.

—El rey es feo —dijo Lein riendo—. Por eso mami se ríe...

La risa de Bianca aumentó y al cabo de unos minutos decidió que debía bajar. Pero antes, le dijo a sus hijos:

—Niños, sea lo que escuchen dentro de unos minutos, tienen el derecho de reclamarme por no haberlo sabido antes. Ustedes son lo más sagrado para mí y siempre voy a querer que estén bien. ¿Sí? —ellos asintieron—. Mami los ama con todo su amor.

Bianca bajó del auto a mirada de toda la escuela. 

—Creí que no eras tú y me había equivocado de auto. Te ves preciosa esta mañana... 

El rey se acercó y le dio un beso en la mejilla que causó risa, ternura y asco, en los niños de la escuela.

—¡Oye! ¡Mi mamá es mía! —dijo un pelirrojo bajando el vidrio.

—¡Y mía más! —siguió el otro niño con apariencia del individuo.

Leonardo estaba en shock. 

—Leo, te presento a mis hijos.

Los niños lo miraban con el ceño fruncido desde la ventana del auto. 

—Bianca... ¿por qué ese niño se parece tanto a mí?

Ella sonrió y dijo:

—Sorpresa, te perdiste los primeros tres años de tu propio hijo.

A Leonardo le comenzaron a temblar sus manos y la comisura de sus labios. Bianca al notarlo fue hasta él lo abrazó. 




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