Nobleza Negra

29: ¿No te has dado cuenta, mi rey?

Lorena y Adriano habían venido a conocer el palacio, que estaba ocupando el rey, mientras creaban el nuevo, más grande y lejos de la ciudad donde pudiera descansar con tranquilidad. 

También se quedarían un poco más de un día debido a que Bianca y Leonardo irían a Inglaterra a conocer al rey y la reina en Londres, se habían ofrecido a cuidar de Alessandro y Lein.

Esa mañana Lorena caminaba por un pasillo en el que se había perdido desde hace... ¿había perdido la noción del tiempo? Desde luego, llevaba minutos tratando de encontrar la salida. 

Hasta que se encontró con un apuesto hombre; él era alto y elegante como todos en el palacio. 

—¿Necesita ayuda, señorita? 

Lorena pestañeó varias veces: ¿De verdad le estaba hablando a ella? ¿A ella? 

—¿...hola? 

Ella reaccionó de su trance y sonrió apenada.

—Oh... Eh, sí —se sonrojó, y al hombre le pareció conocido ese mismo gesto—. Me he perdido. Lo siento.

—No se disculpe, ¿me permite saber su nombre, y así, ayudarla? O bueno, en algo podrá servir.

Él también rio y sintió vergüenza.

—Lorena Visconti, un gusto. 

El hombre dibujó una larga sonrisa.

—¿Es usted familia de la reina? 

Ella asintió toda orgullosa de su hermana mayor.

—Así es, ella es mi hermana.

—Ah, que gusto, de verdad. Mi nombre es Franchesco, parte de la Costa Nostra.

Lorena dio en el clavo y recordó la historia que su hermana le contó de este hombre en la isla.

—Gracias. Mi hermana, me contó sobre usted, y su valentía, al ir por su hermana. También otras cosas...

Él se sonrojó con vergüenza.

—Su hermana es una gran persona, déjeme decirle —Lorena asintió—. Ahora, supongo que debe ir a su aposento o cuidar de los niños. 

—De hecho, han salido con mi hermano y unos guardias a comer helado, son sus pasatiempos favoritos. Pero, sí, debo ir a esperarlos.

—Bueno, viendo que no tiene nada mejor que hacer, sin ofender —ella sonrió—, permítame acompañarla.

Lorena miró a ese hombre guapo, que deseaba pasar tiempo con ella, y no pudo creerlo, hasta que, sin que él viera, se pellizco el brazo y supo que todo era real.

Un hombre de verdad le estaba hablando. ¡Le estaba hablando! 

—Me parece bien, Sr. Franchesco.

—Fran, para ti... 

Bianca y Leonardo estaban por tomar un avión, se encontraban en la habitación de este hombre, donde habían pasado la noche más dulce de su vida. 

Ella llevaba un vestido de un color crema, joyas preciosas sobre su piel y guantes sobre sus manos. En su cabeza, Leonardo le había puesto una corona más pequeña en comparación a la que usó el día del baile, pero no por esto dejaba de ser hermosa y elegante. 

—Tú cabello... 

Él llevaba su uniforme, con chaqueta blanca e insignias, bordado en dorado y un pantalón negro del mismo uniforme. En sus manos guantes blancos y en su cabeza una corona de oro sobre su frente. 

—¿Te gusta?

Leonardo acarició con sus dedos el rubio de su cabello y lo llevó hasta su nariz donde pudo oler la fragancia tan exquisita de este. 

—Sabes que amaba tu largo cabello, pero eso no quita nada de tu belleza. Con o sin cabello largo, tú eres hermosa. Mi reina oscura...

Ellos dos se abrazaron y se dijeron cosas hermosas. 

—Leo...

—Dime, cielo.

Bianca tomó sus mejillas y las acarició, él era tan bello...

—Sabes, todo lo que he hecho. ¿Qué pensaste al enterarte?

Leonardo sabía que ella llegaría con esta pregunta, tarde o temprano.

—Lo primero que pensé fue que no podía ser cierto... Te ves tan inocente, que es imposible solo pensar que puedas matar una hormiga. Pero era cierto, así supe que estabas en peligro, me dije que debía protegerte. 

—¿Quién me quería hacer daño?

—Todos... Absolutamente todos quieren todavía hacerte daño. Ahora más que eres la reina. Tenerte aquí es un privilegio para mí, pero existe el temor de que un día no pueda protegerte. 

—No debes preocuparte por eso, sabes que bien puedo hacerlo sola.

El hombre la atrajo hasta su cuerpo y la abrazó, plantando un beso sobre su cabeza.

—Lo sé, mi Bianca. Pero daría mi vida por ti y quiero que lo sepas... 

Bianca se separó, pero tomó las manos de Leonardo entre las de ella.

—Y quiero que sepas, mi príncipe negro —él estaba locamente embobado mirándola decir—: Que yo mataría otra vez si con eso, tú estarías bien. Leonardo, tú y mis hijos son mi vida.

—Gracias, sé que lo harías. Porque Bianca Bonaccorsi, es poderosa... 

—Hablando de eso, no volveré a firmar un papel sin un abogado.

Ambos rieron.

Ya era hora de salir y se encontraron con sus hijos en la salida, antes de cruzar la puerta del palacio. 

Adriano y Lorena hicieron una reverencia, pero el rey dijo:

—No hace falta, ustedes pertenecen desde hoy a la Nobleza. 

Ellos dos agradecieron. 

El niño más inteligente, dijo:

—Jamás imaginé que en mi vida iba a ser el personaje bastardo. 

—¡Alessandro! —exclamó Bianca furiosa.

—Madre, es cierto. Si Lein es el príncipe, yo soy el personaje bastar...

Antes que terminara, Leonardo tapó su boca y se inclinó a su altura. Ya con el niño calmado, dijo quitando su brazo de él:

—Al igual que Lein, tú eres un príncipe, tienes todo el derecho de ser heredero al trono, siempre y cuando tu hermano no pueda ejercer el cargo. Quiero que tengas esto pendiente, que aunque no seamos parientes de sangre, tú eres mi hijo y el apellido Bonaccorsi es tuyo de ahora en adelante. 

El niño abrazó al rey y Bianca estaba sorprendida y llorando a la vez. 

—¿Me vas a enseñar a usar la espada? —inquirió.

—Yo te voy a enseñar a ser el hombre más respetado en el mundo. Te lo prometo. 

Lein llegó por atrás y abrazó a su hermano, seguido por Leonardo que tomó a los dos entre sus brazos y los besó.




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