Noche espectral

En una ruta apartada...

«Recién fue cuando amaneció, que los brillantes rayos del sol rompieron el maleficio de aquella niebla maldita, aquella niebla cargada de fantasmas vengativos y muertos sedientos de sangre, que había azotado al pueblo durante toda esa interminable y fatídica noche de terror.
Con el correr de los años, la historia se transformaría en apenas una leyenda, creada con el mero fin de asustar.
Los sobrevivientes, por su lado, envejecerían sin siquiera hablar de ella, tratando de olvidarla y solo recordándola en sus peores pesadillas por el resto de sus vidas.
De ese modo, convertida en un inofensivo cuento de miedo más, la pavorosa niebla infernal volvería otra vez a reclamar nuevas almas dentro de exactamente 75 años...
Fin».
Así, terminaba el relato de terror que sonó durante casi media hora en el sistema de audio del automóvil, mientras este continuaba con su nocturno viaje por aquel camino silencioso.
A bordo de él, viajaban solamente dos pasajeros: Alice y Scott, y era ella quien iba sentada en el lugar del acompañante.
—Puse toda una selección de mis relatos de terror favoritos en este reproductor —expresó satisfecha, deteniendo el pequeño dispositivo digital portátil que había utilizado—.
Y tengo muchos más —agregó canturreando.
Scott, al volante, y como respuesta, apenas si la miró de reojo...
—¡Vamos, Scott... dime que te pareció! —le instó Alice impaciente.
—No lo sé... Una niebla fantasmagórica que azota a un pueblo cada cierto tiempo, es como... una trama algo trillada, diría yo; es más, hasta creo que la vi en una vieja película de los años 80, cuando era niño.
—¿Vieja película?... ¡Película clásica, de culto!, querrás decir —lo corrigió Alice ofendida.
—Perdón, señorita cinéfila —le contestó él con tono sarcástico—, es que no soy tan fanático del terror como tú...
Lo que a ti te asusta, a mi me hace gracia —remató con una burlona media sonrisa.
Cualquier persona que viera a esta singular pareja pensaría que eran novios o que, al menos, cultivaban alguna clase de relación romántica entre ellos, al fin y al cabo, sus edades eran bastante cercanas: 25 años él, 22 ella; ambos de aspecto atractivo: Scott, más bien alto, fornido y atlético, Alice, un poco más baja que él, de cabello negro, lacio y no muy largo, y siempre llevando unos enormes anteojos redondos de marco oscuro y delgado, y poco aumento... Sin embargo, no era así, ellos eran solamente un par de muy buenos amigos.
La universidad, en la cual cursaban los últimos años de sus carreras, los había unido, prácticamente, desde el comienzo de las mismas.
El carácter de Scott, aventurero, interesado en hacer excursiones de todo tipo y vivir aventuras en la naturaleza, contrastaba con el de Alice, mas bien introspectiva, con un sutil aire de chica gótica, siempre avocada a ver películas, principalmente de terror, leer mucho y encerrarse en sus libros, los cuales devoraba con avidez..., y eso, lejos de separarlos, los hacía complementarse perfectamente.
Ya era pasada la medianoche y se encontraban viajando por una solitaria ruta que atravesaba una zona boscosa de densa espesura, la cual estaba alejada de cualquier núcleo urbano.
—¿Quieres un vaso de café? —le preguntó Alice mientras servía uno del termo que había preparado antes de salir.
—¡Oh sí, te lo agradecería!, me viene muy bien, este es un camino tan poco transitado que me está haciendo dormir con su monotonía.
Hace como una hora que no nos cruzamos ni con un solo auto... Solo hay árboles a diestra y siniestra, sin siquiera una casa.
Me gustaría permanecer atento —le contestó Scott tomando gustoso aquel vaso.
—A ti, tal vez, te parecerá algo raro, pero a mí todo este ambiente nocturno me encanta: la luna llena, con esas nubes negras y densas pasando a gran velocidad frente a ella, la oscuridad, el desamparo, y la sensación de estar siendo observada desde las sombras por algo sobrenatural, peligroso, aterrador...
¡Me dan escalofríos de solo decirlo! —comentó Alice sonriendo excitada mientras miraba por la ventana.
—Siempre lo he pensado, y a veces hasta te lo he dicho, ¡estás algo loca!
—Lo que pasa es que tú no lo entiendes. Como no te asustas con nada, no sientes la adrenalina que eso genera.
—Vamos, Alice, por favor... ¡¿Cómo va a gustarte el miedo?!
—Pues, no soy yo sola, a mucha gente le gusta. Es como si fuera una especie de juego, y es bastante adictivo —se justificó la joven.
Se hizo un silencio y pasó así un breve instante...
—¡Uf! ¿Soy yo o refrescó? —expresó entonces Alice incómoda.
—No, no eres tú, yo también lo siento. Está haciendo algo de frío aquí dentro; mejor enciende la calefacción.
—Qué raro se siente esto, y más aún estando en verano —comentó la joven mientras prendía el calefactor del vehículo.
Transcurrieron así unos minutos más... y ese extraño frío que habían comenzado a experimentar dentro del habitáculo solo empeoró:
—Mejor súbele más al calefactor, realmente está helando aquí dentro —dijo Scott activando el sistema desempañador de los vidrios del auto, anticipando que, en cualquier momento, se volvería necesario.
—Pues, ya se encuentra al máximo —le aclaró su compañera al tiempo que se abrazaba tiritando de frío, contemplando como el vaho salía de su boca... y entonces, sus grandes anteojos, de golpe, se empañaron completamente.
Fue en ese preciso momento, que el vehículo comenzó a evidenciar fallas, el motor traqueteaba, parecía que estaba a punto de detenerse, y las luces parpadeaban como si algo las debilitara:
—¡¿Qué es lo que está pasando con el auto, Scott?! —preguntó Alice asustada.
—No lo sé... Es como si tuviera alguna clase de falla de tipo eléctrica —alcanzó a responderle su amigo cuando, de repente, el vehículo se apagó totalmente.
Sorprendido y extrañado, el joven solo atinó a intentar darle arranque una y otra vez con la llave... sin tener ningún éxito, hasta que el rodado, al final, perdió todo lo que le quedaba de impulso y se detuvo completamente:
—Parece que nos hemos quedado sin batería —dijo el joven evaluando la situación—; no puedo, ni siquiera, prender las luces.
Esto sí que es algo muy, pero muuuy raro, este auto tiene solo tres meses de empezar a circular, es casi un cero kilómetro, la batería esta prácticamente nueva —agregó.
—¡Ay, Dios mío! —expresó entonces Alice con preocupación.
—¡¿Qué, que te pasa?!
—Mi teléfono también, Scott —destacó la joven con una marcada angustia; había encendido su móvil y veía como la atípica situación se repetía allí—.
No lo entiendo, lo cargué antes de salir y ya solo le queda media..., no espera, es todavía menos, ¡apenas un cuarto de carga!
Llamaré a casa antes de que se le agote la batería —agregó y en ese momento el celular se apagó ante su atónita mirada, la cual, un segundo después, desvió hacia su compañero.
—¡Vaya suerte! —se quejó Scott manipulando su propio teléfono sin siquiera poder encenderlo—, el mio está igual.
¡Maldita sea, no podemos ni siquiera llamar a una auxilio para que nos asista!
—Esto está definitivamente mal, terriblemente mal.
¿Qué está pasando aquí, Scott? ¿Todas las baterías agotadas al mismo tiempo?, eso no puede ser normal... No me gusta en absoluto.
—Sí, bueno... admito que es algo extraño, pero ¿qué puede ser?; es una casualidad ¡y punto!
No te sugestiones con tanto cuento de terror, que el peor problema que tenemos ahora es el estar varados en medio de la nada.
Mejor pásame una barra de luz de la guantera, esas cosas no necesitan baterías y siempre llevo algunas para emergencias, como esta —le pidió Scott a su amiga mientras él se bajaba y procedía a mover a mano el auto hacia el borde del camino, empujándolo—.
¡Voy a ver si se ha soltado un cable en el motor, tal vez sea solo eso y podamos continuar en un momento! —agregó.
De ese modo, con la potente, aunque de poco alcance, luz que la reacción química de aquel implemento le brindaba, el joven fue en busca de una rápida solución al preocupante problema que los aquejaba...
—¡¿Y, Scott, que pasa, ya encontraste el problema?! —le preguntó Alice impaciente desde el habitáculo; ella se encontraba con la ventanilla de su puerta baja , mientras que su amigo, capot levantado, inspeccionaba cuanto podía.
—¡Aquí parece estar todo bien, no veo nada fuera de lugar! —le contestó Scott mientras continuaba revisando... y, unos instantes después, algo pasó:
—¡¡Scott, Scott... Viene alguien por el camino, ten cuidado!! —le alertó Alice observando por uno de los espejos del auto como la figura de un hombre se acercaba de a pie por la ruta, justo por detrás de ellos.
—¡Qué suerte, seguramente podrá ayudarnos! —dijo Scott, más que nada para no asustar a su amiga, al tiempo que cerraba su puño hábil con fuerza por si tenía que defenderse de aquel extraño.
Al acercarse el hombre, su aspecto fue algo más claro: traía una caja similar a la que llevan los pescadores y una vara que recordaba a una caña de pescar; un impermeable amarillo con una capucha que le cubría la cabeza por completo, un resistente pantalón de trabajo y unas negras botas de goma completaban su atuendo.
—Parece ser un pescador, debe haber un lago por aquí cerca —le comentó Scott a Alice en voz baja—.
No quiero que te preocupes pero, de todos modos, y solo por las dudas, quiero que subas la ventanilla y te encierres bien en el auto, asegura todas las puertas —le aconsejó y ella, rápidamente, lo obedeció asustada.
Al llegar hasta ellos, el extraño saludó:
—Buenas noches...
—Sí, buenas, por así decirlo, en realidad no se me ocurre un peor momento para quedar con la batería del auto completamente muerta.
—Ni un peor sitio —agregó el hombre—, la ciudad más cercana se encuentra a decenas de kilómetros, y la señales radiales apenas si llegan a esta parte del valle.
Soy entomólogo —agregó mostrando lo que de lejos parecía ser una caña de pescar y que, en realidad, era una red para atrapar insectos—, y acabo de salir de cacería nocturna, hay insectos fascinantes por toda esta zona.
Estoy acampando, en soledad, aquí cerca, y no he venido con vehículo propio, pasarán a recogerme unos alumnos míos, pero eso será recién el lunes por la mañana.
Realmente disfruto el apartarme del mundo entero cuando realizo estas excursiones, de hecho, ni siquiera traigo un teléfono conmigo, estoy aislado de la civilización.
Me encantaría poder brindar algo de ayuda, pero me temo que va a ser imposible, al menos por este fin de semana —se excusó.
—Comprendo... y creo que entonces no me queda otra opción que ponerme a caminar por la ruta —se lamentó Scott—.
Esperaré a que amanezca, tal vez tenga suerte y pase algún vehículo en lo que queda de la noche.
—O, tal vez, podrías ir hasta la casona que se encuentra en la colina y allí pedir ayuda; de aquí no se la puede ver, pero la ubicarás cuando llegues a la cima —le sugirió el extraño señalando con su dedo el punto al que se refería—.
Estimo que estará a menos de un kilómetro de aquí.
Scott se quedó dudando que hacer...
—Debo continuar con mi noche de caza, si me disculpas... y ¡suerte! —agregó el hombre para finalizar, y al pasar junto al auto, por el lado del conductor, se agachó un instante dándole así una inquietante mirada a Alice, quién solo emitió un gemido de temor y atinó a acurrucarse contra su puerta, temblando de miedo, al tiempo que trataba de verle el rostro al misterioso samaritano en la negra oquedad que quedaba bajo su capucha.
Así, el extraño se alejó, con la mirada de Alice clavada en él...
—Pásame el contenedor con el resto de las barras de luz de la guantera —le pidió entonces Scott, sacándola así del trance en el que había quedado.
—¿Qué piensas hacer? —le preguntó ella.
—Iré hasta la casa que mencionó ese sujeto, y allí pediré ayuda.
—Claro, muy bien... ¡Muy buena idea! —le contestó su amiga con un marcado tono de ironía—.
Me dejarás completamente sola aquí, esperando, preocupada y sin saber que te pasó... ¡Pues, olvídalo!
Yo voy contigo, sola no me quedo ni loca... Se perfectamente lo que les pasa a los personajes que se quedan solos en las historias de horror, no hay ni uno que se salve —remató levantando su dedo índice para enfatizar.
—Por mí, haz como prefieras... Solo quería evitarte una buena caminata.
Fue de ese modo, que ambos jóvenes se adentraron en la espesura de aquella foresta.
Una nocturna bruma cubría, densa por sectores, el húmedo suelo de la boscosa zona... y el desplazamiento no era nada sencillo, en un terreno agreste y cuesta arriba, de noche, este se mostró rápidamente como algo difícil.
—Estoy en medio de una película de terror —susurró Alice con su voz quebrada al tiempo que se aferraba al brazo de Scott.
La poca luz del plenilunio, que se filtraba por el cerrado follaje, era apenas de penumbra, solo el azul resplandor químico de las barras de Scott iluminaba el camino de la pareja, y esas luces se iban agotando una tras otra:
—¿Tan poquito tiempo alumbran? Creí que esas cosas duraban por horas —criticó Alice.
—Y algunas son así, duran bastante, pero estas son de alto brillo, y solo funcionan durante cinco minutos cada una. Las compré para ver con claridad, no por mucho tiempo.
La caminata continuó...
—¿Qué son esos ruidos que se escuchan por todos lados? —preguntó en un momento Alice con miedo.
—Son solo pequeños animales nocturnos que nosotros asustamos al pasar y, antes de que lo preguntes, son los mismos que mueven los arbustos a medida que avanzamos; serán conejos, ardillas y bichos así.
—¡No, esos ruidos no, Scott!... ¡Esos otros!... Escucha bien... Suenan como si fueran ¡susurros!
—¡Bah! Eso es solamente el viento.
—¿El viento?, ¿cual viento?, ¡yo no siento ningún viento!
—¿Para esto fue que quisiste venir? ¿para aterrarte y ponerte como loca? ¡Ya cálmate un poco, mujer! —le contestó Scott molesto y displicente, sin embargo, su confiada actitud valiente solo era para enmascarar su creciente intranquilidad ante todos aquellos sonidos de origen sobrenatural que se escuchaban en las inmediaciones, y que él sabía, como excursionista aficionado, no eran para nada habituales.
—Este frío no es normal, aparece de repente y desaparece como si se alejara —expresó Alice cambiando el foco—.
¡Mira!, hasta se puede ver el aliento saliendo de nuestras bocas por momentos...
¡Y no me digas que me calme, porque eso solo me irrita más!, mejor déjame hablar y limítate a escucharme; suelo hablar más de lo normal cuando estoy nerviosa, es mi manera de hacer catarsis.
Scott guardó silencio...
Así, llegaron finalmente a la cumbre y, un poco más adelante, se toparon con una reja de aspecto antiguo, la cual dio un largo rechinido en cuanto fue entornada por Scott.
—Vamos —le dijo el joven a su amiga y pasaron.
El pasto, más allá de ese punto, se encontraba por demás crecido, también había arbustos secos, con formas retorcidas, de hecho, el aspecto en general de aquello era bastante descuidado, todo indicaba que se habían adentrado en una propiedad abandonada...
Llegaron finalmente a una gran mansión cuyo estilo era una mezcla entre victoriano y gótico; una residencia de aspecto más bien aterrador, que parecía haber surgido de una de las historias a las que tan asidua era Alice: con dos pisos de altura, más un ático y un gran torreón, sus techos lucían irregulares y sus paredes eran tanto intrincadas como perturbadoras, tras sus múltiples y variadas ventanas había solo penumbra y oscuridad, mas desde donde reinaba esta última se proyectaba la inquietante sensación de estar siendo observado por alguien, o por algo...
—Exactamente igual que en mis libros —comentó Alece con voz temblorosa al ver aquello.
—Bueno, admito que es una casona antigua, todo un cliché dentro del terror, pero no luce para nada derruida; además, se ve como un resplandor que proviene del interior, quiere decir que hay luces prendidas, por lo tanto hay gente, y eso que es bien tarde ya.
—No creo que debamos entrar, Scott... Piénsalo bien, por favor.
—¿Prefieres que nos quedemos aquí afuera entonces, sentados en la escalinata de la entrada esperando a que amanezca... O, tal vez, que volvamos hasta el auto, caminando en medio de la noche y viendo solo con la luz de la luna? Esto último lo aclaro porque, viniendo hasta aquí, nos agotamos todas las barras lumínicas que tenía, y volver hasta el vehículo en medio de la oscuridad no me parece algo muy sensato que digamos, lo más seguro es que nos lastimemos con algo o que nos terminemos perdiendo en el bosque —le contestó Scott con un claro tono irónico y de reproche.
—¡Bueno, está bien! —refunfuñó Alice.
Se acercaron así a las enormes y pesadas puertas de madera que guardaban la entrada...
—Mira los impresionantes llamadores que tienen estos portones, son como grandes rosas de bronce —destacó Alice al tiempo que Scott utilizaba uno para llamar a la puerta...
Nadie se presentó y el joven insistió con un poco más de fuerza... En ese momento, la puerta se entornó...
Por un instante, los jóvenes se quedaron expectantes, aguardando a que alguien se presentara, pero no había nadie del otro lado.
—¿Está abierta acaso? —preguntó Alice dudando con su voz ahogada.
—Pues, eso es lo que parece —le respondió Scott sin poder ocultar su resquemor.
De ese modo, la vieja mansión parecía invitarlos a ingresar en ella; una vez dentro, podrían encontrar la ayuda que tanto necesitaban o, tal vez, estarían a punto de vivir una historia de la que nunca hubieran querido ser protagonistas.



#916 en Terror
#1050 en Paranormal

En el texto hay: fantasmas, zombies, casa embujada

Editado: 01.07.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.