Habiendo muy pocas opciones, por no decir mejor ninguna, y tomando la atípica situación como una oportunidad, Scott empujó apenas un poco la pesada hoja de la gruesa y antigua puerta..., la misma, con un agudo y largo rechinido de sus bisagras, se entornó aún más, presentando de ese modo el recibidor de la enorme mansión.
—¡Hola! ¡Hooola! ¡¿Hay alguien en casa?! —preguntó Alice con su voz quebrándose del miedo que sentía, pero no hubo respuesta...
—¡Vamos!, es mejor que entremos —le dijo Scott parcamente sin más, e ingresó con una impostada decisión; su amiga, agarrándolo fuerte de la ropa, lo secundó de cerca, guareciéndose por detrás de él:
—Definitivamente, no creo que esto sea una buena idea, Scott —le comentó mirando para todos lados asustada.
Pronto, el devenir de acontecimientos le daría la razón...
Cuando estaban ya un par de metros dentro, la puerta se cerró dando un portazo, ante el inesperado y fuerte ruido Alice reaccionó con un intenso alarido de terror ; todo ocurrió de una manera tan sorpresiva que Scott se sobresaltó:
—¡¿Qué diablos?! —exclamó el joven, sumido en un completo estado de alerta y, de inmediato, se acercó para tratar de abrir la, ahora, cerrada salida—.
No puedo abrirla... no puedo... ni aún utilizando todas mis fuerzas... está como trabada —agregó forcejeando con el picaporte.
—¡¡Mira, mira por la ventana, Scott, junto a la puerta. Rápido!! —le gritó Alice de una manera desesperada.
—¡¿Qué, qué cosa?! —preguntó el joven asomándose nervioso, tal y como ella le instaba.
—¡Vi algo, te juro que vi algo... Fue medio borroso, pero había alguien afuera, estoy segura de eso! Y creo que era el mismo hombre que nos encontramos en la ruta...
¡¡Nos hizo venir hasta aquí y ahora nos encerró, todo fue una trampa, y caímos en ella!!
—¡Yo no veo a nadie afuera!... Me parece que solo te lo imaginaste.
La puerta debe haberse cerrado por una ráfaga de viento, y ahora, con lo vieja que es, se quedó trabada; seguramente el mecanismo está roto, fue por eso que se abrió cuando usé el llamador.
—¿Ah sí, el viento otra vez, igual que en el bosque? ¿Sentiste una brisa al menos? ¡Porque yo sigo sin sentir nada!
—Bueno, no discutamos, da igual, estamos encerrados...
Ahora, además de conseguir ayuda, también tenemos que encontrar una manera de salir de aquí —concluyó Scott y comenzó a examinar el lugar.
El vestíbulo lucía espacioso, tal y como era de esperarse en una casa de aquel tamaño.
La madera reinaba por doquier, siendo así el principal material a la vista y, por ende, la iluminación se percibía más bien lúgubre, a pesar de ser eléctrica, lucía pobre e insuficiente.
—¡Ay, nooo!, dejé el cargador de mi teléfono en el auto, de haberlo traído podría enchufarlo y comunicarme con la civilización... ¡Soy una tonta!
—Yo también olvidé el mío... De todos modos, aún habría que ver si obtendríamos señal en un área tan apartada como esta —le planteó Scott mientras revisaba los dos portones de la entrada, que parecían estar inmovibles—.
Por estas ventanas que rodean a las puertas no saldremos, los barrotes de hierro que tienen son fijos —evaluó al tiempo que abría y cerraba una de las delgadas y largas estructuras articuladas de vidrio—... y por esas otras de allá tampoco, de aquí ya se ven que son rejas de seguridad —agregó.
—Siento que me arrepiento de ser tan fanática del terror... Las casonas solitarias, como esta, son siempre escenario de historias de fantasmas y monstruos de toda clase —se lamentó Alice.
—¿Casona solitaria?, yo no diría que es tan solitaria, estas luces están prendidas y ¡mira! —le dijo Scott apuntando con su rostro hacia una puerta cerrada que se hallaba justo por detrás de Alice; la misma era de estilo doble, sus hojas eran de vidrio repartido, y a través de los gruesos cristales biselados se podía observar, de manera prístina, lo que era una lujosa sala de estar, cuyas lámparas se encontraban todas encendidas.
Una gran alfombra, que exhibía bellos motivos, vestía casi todo el suelo, el cual era de una madera oscura; sobre lo anterior, un completo juego de cómodos sillones, que rodeaban a una elegante mesa de tipo ratona, invitaban al descanso y reposo.
Detalladas pinturas de estilo barroco, con elaborados marcos y oscuros motivos esotéricos, alusivos a brujas, hechiceras y adivinas, decoraban todas las paredes, encontrándose cada una de estas artísticas obras iluminada por apliques a ambos lados; había un solo ventanal que daba al exterior, el mismo contaba con imponentes cortinados.
El más grande de todos esos inquietantes cuadros era el que colgaba en la parte superior de la pared principal; por debajo, se hallaba una imponente estufa hogar a leña, la cual, en ese momento, estaba apagada.
Aquel enorme calentador era, de por si, una auténtica obra de arte, ya que se encontraba profusamente ornamentado en todo su contorno e interior por siniestras molduras de diferentes clases de demonios y dragones medievales, simulando así ser una representación, a pequeña escala, del mismo infierno.
La quietud de aquel ambiente era rota por el constante sonido del mecanismo de un robusto reloj con fase lunar, que era de péndulo... y que marcaba la hora exacta.
—Evidentemente hay gente viviendo en esta casa, ese reloj está en hora, por lo que veo..., al menos eso es lo que supongo —dijo Scott mirando el de su muñeca, el cual, siendo digital, se había apagado hacía un buen rato ya, al quedarse con su pila agotada junto al resto de los dispositivos que había en el auto—.
Bueno, ese reloj no es eléctrico, es de tipo manual y se encuentra andando; eso significa que alguien tiene que darle cuerda de vez en cuando.
¡Hola, hola! ¿Hay alguien ahí? —preguntó entonces al tiempo que golpeaba repetidamente con sus nudillos sobre el centro de una de las puertas... pero nadie le contestó.
Manipuló entonces los picaportes para abrir y pasar..., mas solo confirmó que aquella entrada se encontraba firmemente cerrada.
—¡Cerradas con llave... y la llave no está! —se quejó frustrado al tiempo que examinaba el bocallave bajo el picaporte—.
¡¿En que casa normal se cierran con llave las puertas interiores de las áreas comunes... y encima quitan las llaves para que nadie las pueda abrir?! —remató molesto, reiterándose con énfasis.
—Mira los pomos, Scott —le apuntó Alice, en ese momento, más calmada y analítica que él.
—¿Los pomos?... Sí, ¿qué tienen?
—Estas casas suelen tener muchas puertas, decenas diría yo, lo cual hace que el organizar las llaves de las mismas sea siempre algo muy problemático. Imagino que es debido a ese motivo que en los picaportes de estas en particular se encuentra grabado el emblema de un sol; creo que así es como se indica cual es la llave que las abre —supuso.
—Vaya, muy observadora, yo ni siquiera había notado ese detalle... Estaré atento, si veo una llave con un sol, lo recordaré.
Por lo pronto, solo nos queda una puerta más —concluyó dirigiendo su mirada hacia otra puerta que allí había, era de tipo individual en este caso.
La misma era toda de madera y tenía un picaporte común, sin ningún emblema, y sin la cerradura echada; al abrirla, esta les dio paso hacia otro sector de la casa:
—¡Vaya comedor!, sí que es opulento..., muy propio de una familia rica —evaluó Scott silvando.
Justo en el centro de aquel bello ambiente, del techo pendía una impresionante araña de cristal con quince luces, las cuales estaban todas encendidas.
En el suelo, por su lado, una gran alfombra rectangular servía de asiento a una larga mesa de madera con patas labradas, la cual, a su vez, se encontraba rodeada por ocho sillas y en cuyo centro había, a modo de adorno, una hermosa y pesada estatua ecuestre que mostraba un rampante caballo y estaba hecha toda de bronce macizo.
A un costado, había una enorme vitrina con cajonera, en la misma se apreciaba una amplia colección de vajillas y cubiertos para todo tipo de ocasión.
Frente a esta, y a los costados de la puerta utilizada, se hallaban dos armarios gemelos, eran bajos y anchos, similares a cómodas, en ellos se guardaban los elementos para vestir la mesa, tales como manteles y servilletas.
Un par de hermosos espejos biselados coronaban aquellos muebles.
Todo ese mobiliario hacía perfecto juego con otros tantos de menor porte que allí estaban.
La habitación era alargada y una sola de sus paredes, la que daba al exterior, era la que tenía ventanales, dos en este caso; hacia ellos fue de inmediato Scott:
—Rejas, rejas y más rejas... ¡Todas las ventanas tienen rejas! ¿A quien se le ocurre enrejar de este modo a una casa que se encuentra en medio de la nada? —se quejó airadamente.
—Más aún siendo una casa de tipo victoriana, no es algo propio del estilo, lo afea..., para mi gusto —le comentó Alice y en ese momento se quedó mirando hacia una puerta de vidrio repartido similar en todo a la del vestíbulo—.
¿Te fijaste que todas las puertas de la casa exhiben el emblema de una rosa en ellas? —preguntó retóricamente—.
Las de la entrada las tenían en esos enormes llamadores de bronce, una rosa en cada llamador; ahora, en estas, que son interiores, eso se repite, solo que de otro modo: las que son de madera, la llevan como un sobrerelieve labrado y del mismo material en el medio de la hoja, y las que son de vidrio repartido, las tienen grabadas en el cristal del centro de cada una.
Creo que aquí la rosa debe ser una especie de símbolo heráldico familiar, o algo por el estilo...
En heráldica la rosa simboliza el silencio, el secreto, ¿lo sabías?
La connotación de la rosa como secreto proviene de la mitología griega. Afrodita le dio una rosa a su hijo Eros, el dios del amor; él, a su vez, se la dio a Harpocrates, el dios del silencio, para asegurarse que las indiscreciones de su madre no fueran descubiertas.
En la Edad Media, una rosa suspendida del techo de una Sala del Consejo era un recordatorio para todos los presentes, que estaban bajo la rosa, de guardar el secreto.
También, pinturas de rosas en las paredes de las salas de banquetes recordaban que las cosas dichas bajo el influjo del vino debían siempre permanecer sub rosa, una expresión latina que significa «bajo la rosa» y que se usa para denotar secreto o confidencialidad.
Scott estaba ya acostumbrado al exceso de datos no requeridos por parte de su amiga; sin prestarle mucha atención, solo se limitaba a escucharla y participar con preguntas de cortesía:
—¿Cómo es que sabes todas esas cosas?
—Ya me conoces, me gusta la simbología en general y la heráldica en particular... es por eso.
—Vaya, vaya, vaya... pero, ¿qué tenemos aquí? —comentó Scott acercándose a una muy moderna videocámara que se encontraba sobre un trípode y que recién en ese momento notó—.
Es una videocámara infrarroja —dijo examinándola.
—¿Videocámara e Infrarroja?, eso si que es extraño.
—Sí que lo es... pero revisando lo que tiene grabado se resuelve el misterio del reloj —agregó el joven contemplando la pequeña pantalla con la que contaba el aparato—. Aquí se ve claramente la silueta de una mujer que cruza por delante de la lente.
¡Es ella quien le da cuerda! —concluyó entusiasmado, Alice no le dijo nada—.
¡Oye! ¿Me estás escuchando? —le preguntó, pero su amiga continuó sin contestarle— ¿Te ocurre algo, Alice? —insistió Scott levantando esta vez su vista y dirigiéndola a ella.
—Mira—le indicó la joven—, y observa las puertas a las que apunta la cámara.
—Sí, las veo... ¿Qué hay con ellas?
—Ambas son iguales a las que están en el vestíbulo, ¿no?; hasta tienen el mismo emblema del sol en sus picaportes ¿verdad?... y, por su ubicación, también tienen que dar hacia la sala de estar que vimos hace un momento.
—Sí, y también están cerradas con llave —agregó Scott mientras intentaba abrirlas—. ¿Qué hay con eso?
—¡¿Cómo que qué?! ¡Qué las luces de la sala están ahora apagadas y no hay nadie allí! ¿Quién lo hizo?, fue acaso un...
—¿Un qué?, ¿un fantasma?... ¡Sí que eres exagerada!, te asustas sola —la criticó Scott de manera displicente—.
Debe haber un sistema automático que las prende y las apaga, tal vez sea por seguridad, para aparentar que hay alguien despierto a esta hora, apuesto a que lo instaló el mismo individuo que puso las rejas en todas las ventanas.
Apenas terminó de decir eso, la enorme estufa hogar de aquel recinto aislado se encendió sola.
—¡¡Hay, Dios mío!! ¡¿Viste eso, Scott?! —exclamó Alice, ahora ya aterrada, al tiempo que su amigo, boquiabierto por un instante, buscaba una explicación lógica para aquello también...
—Pero si es lo mismo que con las luces: un sistema automático que enciende la estufa cuando hace frío, como en esta noche destemplada, y la apaga al llegar a cierta temperatura para mantener el ambiente a una temperatura agradable... Seguramente es una estufa a gas y los leños que tiene son falsos, solo de adorno.
Ya tranquilízate, Alice, por favor, te vas a volver loca así.
—No, no..., no lo sé Scott —dijo ella titubeando—. Me quiero ir de esta casa, no deberíamos quedarnos aquí por más tiempo.
—Justamente en eso estamos, ¿o no es así?, buscamos una manera de salir, ¿verdad? La puerta de la entrada se cerró, ¿lo recuerdas? —le contestó su amigo evaluando las alternativas: quedaban dos caminos más allí, ambos resguardados por puertas de madera—.
Ahora bien, solo nos queda un par de opciones...
La primera es pasar por esta puerta de doble hoja, tipo vaivén y sin picaportes que, dado que este es el comedor, debe dar a la cocina —dijo intentando abrirla—.
¡Y que se encuentra firmemente cerrada del otro lado por alguna maldita traba! —agregó con bronca—.
Lo cual nos deja solo esta otra —continuó abriendo la última puerta que quedaba.
De ese modo, ingresaron a un cuarto que era bastante más pequeño que el anterior, aunque no por ello menos interesante: una sala para juegos.
Allí, había varios muebles con cajones y espacios para guardar cosas no muy grandes; de entre todos, destacaba una gran vitrina, dentro de la cual se observaban diferentes tipos de tableros y cajas con piezas que pertenecían a los más variados y diversos pasatiempos; principalmente destacaban: ajedrez, backgammon, damas y mazos de naipes, con todo tipo de barajas, así como también piezas de dominó, dados y cubiletes varios.
También había repisas en las paredes, sobre las cuales continuaba la copiosa exhibición de entretenimientos.
Había, además, tres mesas de madera, todas con sus respectivas sillas y forradas con pana de colores que hacían juego entre si y con el resto del mobiliario; la mesa del centro era la única ovalada, y la más grande de todas.
Sobre la misma, había una partida de ajedrez interrumpida.
Alice, siendo una gran entusiasta del juego ciencia, se distrajo por un instante, analizando la jugada en curso...
Vio que junto al tablero había una pequeña libreta en la cual se encontraba anotados los movimientos de la partida, era el turno de las negras, así que hizo una jugada.
Casi de inmediato, sintió un frío intenso.
—¡Está helando aquí dentro! —expresó al tiempo que se abrazaba a si misma, frotando sus manos en sus brazos, y se dirigió hacia la vitrina solo para ver de cerca su contenido, tal y como lo haría alguien curioseando en una casa de antigüedades o dentro de un museo—.
Esta mansión es extraña, no luce como una casa abandonada, pero tampoco parece que alguien viviera aquí...; es como si, de algún modo, estuviese detenida en el tiempo o algo por el estilo —agregó y, en ese momento, notó una tapa de metal, negra, no muy grande, que estaba en medio de la pared—.
Aquí hay una caja fuerte empotrada, y tiene una cerradura de combinación: son siete ruedas individuales, todas con números que van del uno al siete —dijo mientras hacía girar los engranajes al azar, jugando con ellos—, y el mecanismo no deja que se repita ningún número... son 5 040 combinaciones posibles —comentó, Alice era muy buena en matemáticas—.
Dado que estamos en una sala de juegos, me imagino que esto es para guardar valores, de cuando se hacen apuestas aquí —dedujo.
Mientras tanto, Scott, lejos de prestar a tención a lo que ella decía, se había acercado a otra puerta de vidrio repartido similar a las vistas previamente, con la salvedad de que esta era de una sola hoja, y trataba de abrirla:
«Cerrada con llave, igual que las otras dos, y con el emblema del sol en el picaporte», pensó y, justo en ese momento, le pareció ver que uno de los objetos que se encontraban sobre la mesa ratona frente a la estufa de la lindera sala de estar se movía.
«¿Qué rayos fue eso? ¡¿Algo se movió solo ahí dentro?!, ¡Lo vi con el rabillo del ojo!
No, no, no puede ser... seguro que, con el movimiento del fuego, una sombra me engañó.
Alice me está sugestionando con sus historias de terror, y si dejo que eso pase, ambos vamos a peder la cabeza esta noche aquí dentro», continuó tratando de desestimar lo que efectivamente había visto.
Fue así que prefirió no decirle nada a su ya muy preocupada compañera, quien continuaba hablando y hablando, tal y como ella misma había admitido hacía cuando estaba nerviosa:
—Esa videocámara que vimos recién, en el comedor, indica que alguien se encuentra realizando alguna clase de investigación en esta casa...
¿Sabías que las cámaras infrarrojas se utilizan para ver fantasmas, Scott? —le preguntó de manera sugerente y, como su amigo no le devolvía nada, se volteó para verlo, y al hacerlo notó que algo había cambiado en el cuarto, específicamente, sobre el tablero de ajedrez—.
Ja, ja... ja, muy gracioso —expresó con ironía.
—¿Me lo dices a mí? —le preguntó Scott desconcertado.
—¿Y a quién más?... Por cierto, fue un muy mal movimiento, así será jaque mate a las blancas en tres jugadas.
—De veras, Alice que no tengo idea de lo que me estás hablando.
—¿En serio?, no me digas —le refutó ella con un marcado tono de incredulidad—.
Ni pienses por un segundo que no me di cuenta de lo que hiciste, ¡hiciste una jugada en el tablero de ajedrez que está en la mesa del centro de la sala!, y lo hiciste solo para asustarme, Scott...
Conozco muy bien como puede llegar a ser tu retorcido sentido del humor y no me hace gracia, estoy con miedo y esto es muy inmaduro de tu parte —agregó entrecerrando sus ojos.
—Pues, lamento decepcionarte pero, más allá de mover solo un poco las piezas, no sé casi nada de ajedrez —se excusó él, ella solo lo miró reluctante—.
¡Ni me acerqué a ese tablero, te digo, mujer! Es más, recién ahora que me lo mencionas, es que noto que está ahí —insistió.
Alice se quedó pálida, sabía reconocer perfectamente cuando Scott le era sincero y cuando no... y esta vez lo era, absolutamente.
—Es tu imaginación la que te está jugando una broma pesada, y no yo —le explicó él.
—¿Y esa libreta? —preguntó Alice enfocándose en un anotador que le llamó poderosamente la atención—.
Parece actual, el papel está nuevo y mira su membrete, luce como una letra «V» muy moderna... hasta futurista —agregó abriéndola, y comenzó a leer las anotaciones en voz alta:
«Entrada nº 3. El ambiente presenta una entidad que encuadra dentro de la tipología de fantasma, de la subclase dinámica».
Alice abrió grandes sus ojos y continuó:
«Entrada nº 17. Suele interactuar con las piezas de los diversos juegos presentes en la sala, solo hay que desplegarlas y esperar un poco, eventualmente efectúa algún tipo de jugada, la cual siempre termina siendo poco inteligente y falta de análisis, apoyando así la teoría de que a los inmateriales se les dificulta mucho el raciocinio y la deducción lógica, funciones que son propias de un cerebro biológico funcional».
Con la boca abierta, miró a Scott a la espera de que él dijera algo...
—¿Qué? Piensas que voy a creer en fantasmas porque alguien dejó una tonta broma escrita en una libreta...
¡Vaya!, sí que hace frío en este sitio —agregó al ver el aliento salir de su boca sin darle más vueltas al tema—.
No tenemos nada más que hacer aquí, es mejor que prosigamos —concluyó Scott y Alice no supo que decir.
Al abrir la única puerta restante que quedaba allí, se encontraron ante un pasillo, el mismo no era muy largo ni tenía tampoco muchas puertas, solo dos.
No había alfombra ni madera decorándolo, empero se encontraba exquisitamente adornado en sus paredes por pequeños cuadros de diferentes tamaños y motivos, la mayoría paisajes, los cuales le daban en conjunto un cierto aire artístico.
Entre las pinturas había apliques lumínicos que, si bien iluminaban las obras con una total suficiencia, también presentaban esporádicas anomalías, parpadeando por momentos:
—Eso no es normal. No, no... Definitivamente, no es para nada normal —insistió Alice nerviosa.
—Sí, sí que lo es, sobre todo en una casa que seguramente tiene una instalación eléctrica que data de hace más de un siglo —le comentó Scott con fastidio—.
¿Quieres calmarte un poco, Alice?
En serio te lo digo, ya me estas... —dijo cortando su frase—.
Mira... ¡No hay fantasmas aquí ni en ningún otro lado!, no existen los fantasmas; ¿de acuerdo? —le recalcó en tono de ultimátum y enfatizando sus palabras con un ademán de su mano, Alice se limitó a mirarlo seria y con una expresión de desacuerdo.
Sin embargo, apenas un segundo después, Scott sintió como su amiga le tocaba el hombro, llamándole la atención...
—¿Y ahora qué pasa?
—Dime, eso... ¿es acaso normal? —le preguntó desafiante al tiempo que le señalaba en el suelo un reguero de manchas rojas, ya secas, que discurrían entre las inexploradas puertas del pasillo.
—¿Eso es sangre? —preguntó él.
—No lo sé, tú eres el que lo sabe todo aquí —ironizó ella.
—Bueno, si se trata de sangre, va desde esta puerta hacia esa otra —dijo Scott.
—¿Y eso cómo lo sabes?
—Porque solo aquella tiene manchas de sangre en el picaporte, ¿las ves?. Quien haya sido, salió por esta puerta, la cual habrá manchado desde el otro lado, y fue hacia aquella que, al abrirla, manchó de este.
Así que ahora decidamos con cuidado que camino vamos a tomar...