Otra noche despertando por sus gritos, otra noche sintiendo el frio recorriendo sus cuerpos al salir al patio para ir por ella, otra noche viendo las manchas de café en su ropa, otra noche en la que la escuchaban maldecir el llanto del bebe de alguna vecina, otra noche en la que las miraba esperando que le creyeran, otra noche en las que ellas le miraban cansadas.
Grace y Blair eran sus nietas mayores y desde hace un tiempo estaban a cargo de ella. Ambas habían sido enfermeras en un psiquiátrico, pero fueron obligadas a dejar dicho trabajo para hacerse cargo 24/7 de su abuela y sentían que cada segundo, minuto, hora, día y noche era una pesadilla. Pidieron que se les ayudara de alguna forma, pero sus padres y tíos pensaron que era suficiente hacer las compras y pagar las cuentas. No preguntaban por las pesadillas, por las noches en vela, por las citas a las que la debían llevar cada dos semanas. No llamaban ni preguntaban por ella y cuando hacían las compras una de las dos debía ir a casa de alguno de ellos a retirar las bolsas.
-Abuela, si seguimos con esto tendremos que llevarte nuevamente con el psiquiatra- le dijo Blair con toda la paciencia que le quedaba. Estaba cansada, sentía que no podía soportar una noche más y por más que su abuela le mirara con terror, ya no sentía compasión.
Tanto ella como su prima Grace sabían del odio que tenía su abuela para con aquel hombre; alegaba que desde que iba a sus citas sus pesadillas eran más consecutivas, por ese motivo la compadecieron y dejaron de llevarla, pero ya era suficiente, no podían más, necesitaban ayuda y si su familia no les apoyaba buscarían alguna solución.
-Sabemos que no quieres eso- le dijo Grace con voz cansina- ¿O sí?
Ella negó efusiva, detestaba tomar cualquier tipo de fármaco y él siempre le enviaba tranquilizantes o pastillas para dormir y aunque no quisiera tomarlas, sus nietas se encargaban de triturarlas y diluirla en alguna bebida.
Ellas como todas las noches la ayudaron a quitar su ropa mojada, limpiar su cuerpo con toallitas húmedas y con delicadeza masajeaban con ungüento las quemaduras de primer grado que iban de su cuello hasta su pecho.
La llevaron a la cama, le dieron de beber té de manzanilla y esperaron pacientes a que se quedara dormida.
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Editado: 12.10.2020