Noche mala

VI. Los policías

5 minutos después.

—Manito yo me voy.

—¿Cómo que tú te va? Tú no a esperar a tu amigo.

—¡Mi amigo…! A ese tipo yo no lo conozco.

—¿Cómo que tú no lo conoces? Tu andaba con él.

—Pero… yo estoy contigo y yo no te conozco.

—Bueno, no te puede ir, tienes que esperar que él venga.

—Y tú crees que él va a venir. A ese no lo vuelve a ver tú ni en pintura mi hermano. Así que yo me voy, dame lo mío.   

—¿Lo tuyo? ¿De qué tú me hablas?

—¿Qué tú crees que yo me quedé haciendo aquí… cuidarte de balde? No… manito —desmintió con la cabeza—. Yo quiero lo mío por la buena o por la mala, tú eres que sabe. Yo no trabajo de balde y tú a él le diste 500 jáquima y a mí me quiere dejar boqueando como un pecao fuera del agua. No… ¡y eh, kiki!, dame lo mío, dame lo mío, si no quiere problemas, sino va ve sangre, porque la gente no es así, la gente no abusa.

—El que quiere abusar eres tú y por lo visto el amigo tuyo.

—Que ese pana no es amigo mío, loco. Saca, saca dame lo mío, aunque sea…  

—¡Cómo que te de lo tuyo! ¿Es loco que tu esta?

—Si no me da lo mío te voy a hacer un show.

—Haz lo que tú quiera azaroso. No te voy a dar nada, además ya no tengo ni un quiqui.

—¡Ah…! No tiene ni una canoa, pero a él le diste 500 tululuse.

El sonido de un motor interrumpió la discusión. Era una patrulla motorizada con dos policías.

—¡Hey policía! Policía, por aquí, por favor. Vengan rápido que se atreve a salir corriendo; este bandido quiere robarme lo mío —vociferó el joven a todo pulmón, saltando y agitando las manos de forma desesperada, como si su vida dependiera de ello. Kevin mantenía la calma, guardaba la esperanza que todo se iba a solucionar cuando lo escucharan y recuperaría los bienes perdidos.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó uno de los agentes. Cuando motocicleta se detuvo frente a los dos jóvenes.

—Este desgraciado que después que le hago un servicio no me quiere pagar.

—¡Ah, sí! ¿Cómo va a hacer? Eso no se puede, usted esta a punto de ir preso mi amigo y mal preso —garantizó el agente que conducía la moto, mirando a Kevin directo a los ojos. Enseñando ese rostro de frescura, atrevimiento y falta de escrúpulo.

—Entonces, tú eres un mala paga... —aclaró el otro policía desmontándose del motor.

El extraño que reclamaba el pago se fue como si no hubiera hecho nada, una serpiente, una que se aleja rauda por el suelo, entre las tapizadas calles del parque Enriquillo.

—Señor oficial la cosa no e...

—¡Cállese la boca y pase los documentos?

Kevin sacó su cartera del bolsillo y buscó, pero sólo descubrió la cartera vacía, ni siquiera la cédula le devolvieron.

—Me robaron...

—Le dijimos que pase la cédula y cuidado se tenemos que repetirlo de nuevo.

—No...

—¿No que…? Mira ni una sola palabra más, montante ahí —indicó el agente.

—Agente…

—Que te monte ahí —gritó señalando el asiento del motor.

—Ese tipo que va ahí junto con otros dos....

—Acaso eres sordo que no ve —dijo el que conducía—. Tú no entiende que te monte, ¿cómo es que hay que hablarte?

—La próxima vez que no haga repetir es con esta que te vamos a dar —sacando la pistola afirmó el policía.

Kevin sintiéndose impotente, lleno de rabia y viendo como el joven se perdía en la distancia, serpenteándose como la escoria que era, a escondida se había ido, como una culebra que se escabulle en la verde hierba.

Kelvin se montó en el motor como le habían señalado, esperando aclarar el asunto al llegar al comandancia. Pero ya había perdido todos los ánimos. Llegando a la avenida México. Los policías empezaron a parlotear:

—Bueno… manito tu esta feo, feo, feo. Mañana es día de fiesta, si te descuida fácilmente sales el lunes. Mínimo pasado mañana jueves.

—¿Piensa tirarte esa vuelta?

—Pasarse noche buena y navidad encerrado no es un maíz, no.

—Pero… si tú nos ayuda nosotros podemos ayudarte. Incluso podemos llevarte a tu casa para que no te vaya a pasar nada.

—Nosotros somos «vacano» pana.

—Tu eres que abe. Usted es el patrón.

—Nosotros dos con dos milonga lo hacemos.

La impotencia no le permitía a Kevin pronunciar palabras; la tenía atorada en la garganta, en la epiglotis, se había convertido en jirafa y había perdido la voz. Se lamentaba por no haber tomado aquel bendito taxi, como le indicaron su prima y su tía. El tratar de ahorrarse esos dos mil pesos le estaba saliendo bastante caro «le salió más cara la sal que el chivo» y lo peor era que había perdido el deseo de juntarse con la novia en el parque de la luces. Escuchaba el blablá de esas dos sanguijuelas sin vergüenza, queriéndole chupar la última dos gotas de sangre.

—Está bien —carraspeó Kevin, sollozando con voz apagada. Sentía que le habían robado no solo aquellos artículos materiales, sino un gran pedazo de su alma.

—Llévenme a mi casa y se lo entregaré.

—¿A dónde hay que llevarte menor?

—A Quitasueño de San Cristóbal.

—¡Ah…! Esta medio lejos eso, pero te llevamos.  

Después que ambos oficiales lo llevaron a su casa; le pago los dos mil pesos que tenia guardado en el bolsillo chiquito del pantalón, llamo a la tía, a su novia y se acostó en la cama lleno de melancolía,  y no salió de su habitación por dos días.

 




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