Connor dejó su desayuno en la mesa y comenzó a caminar por todo el departamento. Sabía que algo había detonado ese extraño actuar en su amigo, pero nada se veía diferente. No entendía que había accionado ese escondido interruptor.
Miró la hora en su reloj de muñeca y se apresuró a terminar su comida. Ya era pasadas las diez y él aún seguía en pijama, cuando debía estar en su taller a las once para entregar el carro de un cliente.
Tras comer lo más rápido que pudo, corrió a ponerse la primera ropa que vio y salió del lugar con paso apresurado, pero no le servía correr si al final debía detenerse a esperar el elevador.
Miró nuevamente la hora en su reloj. Las diez con cuarenta. Entró en el ascensor y tan pronto se abrió en el piso que indicó, corrió a su coche.
Para cuando llegó al taller, el cliente ya se encontraba ahí.
—Pido una disculpa, tuve un pequeño problema esta mañana —habló cuando estaba a una distancia prudente del señor regordete que lo esperaba.
—No te preocupes muchacho.
Asintió agradecido dirigiéndose a la cortina del taller para abrirlo.
—He cambiado el alternador por uno nuevo —comentó entrando al taller buscando las llaves del vehículo.
—Gracias.
Le entregó las llaves al señor y a cambió él le tendió el dinero acordado. Con una sonrisa amable subió a su carro para irse.
Era su día de descanso, pero no tenía ánimos de regresar a casa a pasar todo el día encerrado viendo alguna serie o película y, por las prisas, había olvidado su teléfono en casa, así que no podía marcarle a su novia para hacer algún plan de último momento, por lo que decidió quedarse en su amado taller a perder el tiempo.
Recordó que tenía un motor a medio armar que podía tenerlo entretenido por un rato. Puso algo de música y, coreando la letra de las canciones en voz baja, comenzó con su labor.
De pronto, apareció un hombre bien vestido en el taller.
—Pensé que tu berrinche de vivir solo, te duraría cuando mucho unos meses —espetó el hombre analizando todo el local con indiferencia.
El taller estaba medianamente ordenado, pero la limpieza daba mucho que desear.
Connor no necesitó de voltear para saber quién era. Lo ignoró y siguió trabajando sin decir palabra. Siempre que hablaba con ese hombre, que ahora estaba a un par de pasos de distancia, las cosas terminaban alzando la voz y diciéndose cosas hirientes.
—Supongo que has de ganar lo suficiente para seguir vivo —miró a Connor de pies a cabeza.
—Lo dices como si te importara si lo estoy —soltó con pesadez. Fue hasta ese momento entonces que lo observó; portaba un costoso traje de diseñador y unos zapatos bien lustrados. Su rostro tenía más arrugas de las que recordaba o quizá eran las mismas, pero acentuadas por tener el ceño fruncido— ¿Qué quieres?
—Necesito que firmes unos documentos —sacó unos papeles doblados de su saco y se los tendió.
—Llevas tres años sin verme en persona y para lo único que te presentas es para que firme tus asquerosos papeles —ladró poniéndose de pie.
—Tú fuiste el que decidió alejarse y hace medio año que no contestas mis llamadas. La única forma de poder hablar contigo era viniendo a este deplorable lugar.
Y era verdad, hacía meses había cambiado de teléfono para evitar seguir recibiendo llamadas con súplicas de su madre o amenazas de su padre.
Lo miró un momento y entonces tomó los papeles para saber qué era lo que su padre quería que firmara. Eran papeles de la herencia que le correspondía y las firmas que él tenía que poner era para declinar de todos los bienes que en algún momento su padre decidió otorgarle a él.
—No lo firmaré.
—Hace cuatro años que no tienes derecho a reclamar nada de lo que se estipula en esos documentos.
—El que no haya hecho lo que tu querías, no significa que ya no soy merecedor —le devolvió los papeles poniéndoselos frente a su rostro—. Puedes desheredarme sin mi maldita firma.
—Firma estos documentos o no volverás a ser mi hijo —amenazó tomando las hojas.
—Hasta donde sabía, dejé de serlo hace tiempo —dijo volviendo a sentarse para seguir armando el motor—. Si eso era todo, puedes irte —hizo un ademan con la mano sin voltear a verlo.
El hombre guardó lo papeles.
—Te arrepentirás de tus palabras, Connor. Ten un agradable día mientras tanto.
Tan pronto se fue, comenzó a lanzar todo lo que le quedó a la mano. La mayoría se estrellaban en la pared y caían al suelo. Miró la mesa de trabajo y un segundo después estaba tirando todo al suelo mientras gritaba molesto.
Nuevamente las cosas habían salido como era costumbre.
De pronto, alguien lo tomó por la espalda alejándolo de la mesa para que no siguiera tirando cosas.
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Editado: 14.02.2022