Noche Oscura

CAPÍTULO 12

Ezequiel caminaba entre los árboles buscando algún rastro del asesinato que Matthew le había mencionado, pero debido a la falta de información específica del lugar donde había sido encontrado el cadáver, desperdició gran parte del día en encontrar la escena del crimen. Al hacerlo, gracias a los restos de sangre aún presentes en el suelo, se sorprendió de no ver un solo humano del gobierno o, como mínimo, la zona acordonada. Probablemente se confiaron en lo desolado que era el lugar y no creyeron necesario acordonar por más tiempo.

Ya estaba cansado de buscar entre toda esa maleza, hasta que algo brilló llamando su atención semi oculto por las hojas caídas. Se agachó a recoger lo que era una pequeña bala mugrosa, la cual inspeccionó de cerca notando que tenía lo que parecía ser sangre seca con tierra, sin embargo, su pigmentación era más oscura de lo usual.

—Si llevo esto con los humanos —miró la bala en su mano— confirmará la sospecha de que no ha sido un animal lo que mató al hombre y eso creará una investigación para encontrar a un posible culpable.

Guardó el hallazgo en una pequeña bolsa de plástico y se levantó sacudiendo su pantalón.

Un fuerte viento se creó de pronto obligándolo a cubrirse el rostro. Cuando por fin cesó la ventisca, miró lo que había aparecido frente a él; una frase tallada en la tierra, como si alguien hubiera tomado una rama y escrito con ella.

—Encuentra la víctima de esa bala cuanto antes —leyó en voz alta y chasqueó la lengua.

Era una orden clara.

—¿Ahora también seré tu sirviente? —preguntó molesto y confundido mirando la frase.

Leyó el escrito una vez más en su mente y borró el mensaje con el pie.

Había algo extraño en esa orden, “él” nunca era tan directo con sus órdenes.

 

***

 

—¿Cuánto más voy a ser tu chofer, John? Te dije que quería ir a dormir —exclamó fastidiada de tener toda tarde bajo el sol.

—Necesito ir a pagar mis cuentas como ciudadano normal de este país. Ya te dije que te pagaré con lo que desees —revisó la hora en su teléfono.

Nerea desvió la mirada del camino un segundo hacía sus manos puestas en el volante e hizo un ligero gesto de dolor.

Estacionó el vehículo frente al banco y habló:

—No te tardes tanto. Te esperaré aquí afuera —recargó la cabeza en el asiento llevando sus manos lejos de los rayos del sol.

—Bien, ya vuelvo —bajó del carro y entró al banco.

Cuando quedó sola, observó el dorso de sus manos con detenimiento. Su piel se estaba descarapelando en pequeñas áreas e incluso ya comenzaban a aparecer diminutas manchas grisáceas. Ya había excedido el tiempo que su cuerpo podía soportar bajo el sol y sus manos, que eran las más expuestas en ese momento, ya le estaban causando un poco de dolor. 

Esta era la razón primordial por la que odiaba los días soleados, si se exponía demasiado se arriesgaba a salir lastimada y nada de lo que ingiriera aceleraba el proceso de curación. Nada de lo que había utilizado funcionaba para curarla, quizás se debía a que ningún humano en la tierra sufría de la misma forma que ella. A pesar de no tener una cura para sus lastimadas manos, si deseaba cumplir la única solución que tenía, alejarse del sol e ir a casa.

Su error había sido el confiarse de su capacidad para regenerarse y del hecho de que el sol solo la lograba dañaba después de exponerse por un tiempo prolongado o, en su defecto, después de estar varios días seguidos bajo sus rayos.

—Todo listo, solo falta ir a tu casa y ya podrás dormir como el oso perezoso que eres —habló John, pero se percató que Nerea estaba ensimismada en sus propios pensamientos— Nera —la tocó del hombro haciéndola dar un respingo— ¿Ocurre algo? —preguntó preocupado.

—No, nada, solo estaba pensando en algo —dijo levantando la mirada.

Él asintió y se acomodó en el asiento, pero al ver que Nerea seguía teniendo su atención puesta en sus manos, observó las manchas raras en la piel de ella y entonces preguntó:

—¿Qué les pasa a tus manos?

—No es nada —respondió encendiendo el motor del carro.

—Seguro, es muy normal que a todo mundo le salgan manchas grises en la piel —comentó sarcástico.

—Solo es una extraña enfermedad en la piel que me causa esto al estar en el sol, no es nada grave —mintió tomando el volante con una sola mano y dejando la otra fuera de los rayos del sol.

—Deja que yo maneje. El sol te va a seguir dañando las manos si sigues conduciendo ¿No?

Nerea lo miró mientras se debatía si lo dejaba conducir o no.

—Bien —fue todo lo que dijo para bajar y darle la vuelta al carro.




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