Noche Oscura

CAPÍTULO 27

John miró atentamente el rostro de Nerea y como si diera la explicación más obvia cuando habló.

—Muchas personas suelen verse más joven a la edad que tienen, eso no es una razón válida, Nera.

Lo intentó mirar seriamente a los ojos, pero terminó desviando la mirada al suelo, nuevamente comenzaba a sentirse insegura y temerosa de lo que pasaría cuando él comprendiera lo que ella quería demostrar.

Hizo a un lado eso tontos pensamientos y trato de buscar otra forma de mostrar la verdad sin aterrarlo de paso.

—¿Qué tendría que hacer para que me creas? —preguntó levantando la mirada para observarlo al tiempo que permitía que el fantasma oscuro de su esclerótica se hiciera presente unos segundos, igual que en aquella ocasión en el cementerio.

—¿Qué les pasa a tus ojos? —soltó acercándose más— Lo había visto antes, pero pensé que era imaginación mía.

—Dame tu mano —ordenó acercándose un poco y extendiendo su mano.

Sin decir nada, la obedeció mirando atentamente cada movimiento que hacía. Cuando la uña del dedo índice de Nerea creció y se convirtió en una especie de garra negra, abrió la boca asombrado, pero pronto convirtió su gesto en una mueca de dolor cuando le hizo un pequeño corte en la palma. Nerea miró la poca sangre en su uña y la lamió con lentitud, saboreando aquella exquisitez. Alzó la vista para revelar el cambio completo en sus ojos y con calma habló al ver que su amigo seguía sin poder articular palabra.

—Antes de que lo preguntes, no puedo responder lo que soy. Llevo gran parte de mi vida intentando entender que soy realmente —cerró los ojos y tensó la mandíbula para controlar la creciente necesidad de comer a su amigo—, no soy un vampiro como tal, ni un demonio, ni mucho menos soy un humano con alguna enfermedad extraña o poseído por un ser del submundo, así que tiendo a encasillarme en el simple término de monstruo —concluyó recordando la extraña definición que le había dado Ezequiel, pero decidió guardar esa última definición para ella.

John la miró con una expresión extraña y como si de pronto hubiera tenido una revelación en sus pensamientos gritó:

—¡Esto es lo mejor que me ha pasado en la vida! —exclamó eufórico— Jamás imaginé que mi colega, mi amiga, fuera un vampiro real.

—John, me estás escuchando, no soy un vampiro —gruñó enseñando los dientes, dejando al descubierto sus largos colmillos.

—Claro que sí, bebes sangre humana, te lastima el sol, tus colmillos crecieron y tus ojos se tiñen de negro —argumentó emocionado—, qué más necesitas para darte cuenta que eres un vampiro.

—A mí no me matas con una estaca en el corazón, los objetos religiosos no son nada para mí, ni tampoco duermo en un ataúd —objetó molesta.

—Esos solo son clichés del cine —soltó restando importancia a su argumento—. No hay excusa, eres un vampiro. Ahora dime cómo es que te volviste uno, ¿Alguien te mordió? ¿Naciste así? ¿No te interesaría hacerme uno de ustedes?

Nerea comenzó a reír falsamente y sin ánimos ante el actuar de su amigo.

—John, nadie me ha mordido ni tampoco nací como un fenómeno —contestó seria—, aunque es verdad que nací como humana y después de “morir” volví a la vida, pero créeme cuando te digo que no soy vampiro y que no te gustaría ser lo que soy.

—No has pensado que tal vez las personas como tú inspiraron las leyendas de los vampiros —explicó un poco más calmado— y no veo porque tienes tan mala percepción de lo que eres. ¿Nera, no te das cuenta? Eres un ser superior a los humanos, tienes habilidades que nadie más tiene.

—Todos vemos lo que no tenemos con una belleza inefable, pero cuando vives las consecuencias de poseerlo descubres que no siempre es tan acendrado como pensabas. Quizá es la simple irracionalidad del humano por querer desear lo que no se tiene.

John levantó las cejas asombrado de encontrar cansancio en sus palabras. Jamás en la vida la había escuchado hablar de esa forma, siempre había sido animada, en algunas ocasiones sombría y terrorífica, pero nunca así.

—La otra vez dijiste que las personas enterradas en el cementerio hace más de 400 años fueron tus padres ¿Eso también era verdad? ¿En serio eres tan vieja? —mencionó recordando sus palabras del pasado.

—Sí y según los registros yo dejé de vivir en 1617, quizá lo hice de cierta manera —respondió haciendo una mueca.

—¿No fue pintado el cuadro del museo en ese mismo año? —mencionó pensativo.

—Ya te había dicho que fue un regalo de mis padres, pero el pintor desapareció tan pronto como se dio la noticia de que había brujas en el pueblo y con todo el caos creado, a nadie nos importó recuperar una simple pintura —admitió.




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