Noche Oscura

CAPÍTULO 32

—No tienes que ir allá para ver mi rostro, te aseguro que soy más bonita en persona —habló Nerea a un par de pasos de ellos, con John parado detrás mirando en otra dirección.

Connor y Ezequiel voltearon al escuchar a Nerea hablar. Cada uno reaccionó de manera diferente, mientras el primero mostraba emoción y alegría; el segundo la miraba impasible, pero se podía ver su molestia en su mandíbula que mantenía tensa.

—¿Qué? —soltó Connor sin comprender del todo las palabras de Nerea.

—Es un chiste local —aclaró John para restarle importancia.

El ambiente se sentía incómodo y hasta un tanto tenso.

—No esperaba verte tan pronto —dijo Ezequiel sin apartar la mirada.

—Lo mismo digo. Cuando preguntaste donde estaba, nunca me esperé que preguntabas para venir a visitarme.

—Las cosas se hablan mejor en persona —aclaró con desinterés.

—Y de preferencia sentados y con una buena bebida... ¿Les parece si continuamos esta conversación en el hotel donde nos hospedamos? —interrumpió John mirando a todos.

—Tú, dijiste que Nerea no estaba contigo —incriminó Connor ignorando la propuesta.

—Y no mentí, ella no estaba conmigo, se fue por su lado mientras yo iba a mi paseo por lo sobrenatural —contestó sonriendo—. Debiste plantear mejor tu pregunta.

—No juegues con mis palabras —bramó Connor molesto—. Yo te pregunte que si estabas aquí con ella y...

—Yo respondí que no —interrumpió John terminando la explicación con sorna—, porque ella se fue a quien sabe dónde, sola.

—Pero mínimo pudiste aclarar que ella había viajado contigo.

John sonrió divertido y entonces respondió con el único fin de fastidiarlo más.

—Ni siquiera viajamos juntos, cada uno llegó por sus medios.

—Eres un maldito... —intentó acercarse a John, pero Nerea que estaba más cerca se interpuso en su camino.

—Basta los dos, parecen niños. Dejen de discutir por estupideces.

Ezequiel, quién miraba todo en completo silencio, solo se acercó y golpeó a Connor en la cabeza.

—Deja de hacer tonterías —lo regañó.

A espaldas de Nerea y John pasaron tres vehículos negros sin ningún distintivo en general, pero para alguien estaba claro que esos sospechosos carros eran de los policías de la investigación criminal o BKA, por sus siglas en alemán. Al divisar los coches, Ezequiel miró disimuladamente a su espalda en un inútil intento de ocultar su identidad y tras esperar unos segundos volteó cubriendo su rostro con su mano simulando una picazón en la nariz.

—Me parece bien que hablemos en otro lugar, como lo sugirió él —expuso señalando a John.

 

***

 

Cuando los tres vehículos negros avanzaron por la calle en medio de la selva negra, nadie les detuvo el paso, a pesar de no tener ninguna señalética, parecía que todos en el pueblo sabían exactamente quienes eran y a que iban.

—¿En serio trabajaremos en este lugar? —preguntó una mujer que iba sentada en el asiento del copiloto mientras observaba aburrida la naturaleza tras la ventanilla. Era una mujer de unos 30 años de edad, con una casi perfecta melena pelirroja, que bien podría ser anaranjada, ojos azules que hacían contraste con su fría mirada.

—Puedes renunciar cuando gustes, Jenell —contestó el hombre que iba sentado en el asiento de atrás sin quitar la mirada de la laptop en la que estaba trabajando. Era el más viejo de los pasajeros, un hombre mayor que oscilaba entre el leve sobrepeso y la gordura, con el cabello algo cano y unos grandes lentes de aumento.

—Cierra la boca, Ferdinand —espetó molesta—. Tú tampoco querías venir.

El tercer integrante, quien era el conductor solo torció la mirada divertido. Herman era su nombre y era, por meses, el más pequeño de los tres; tenía un cuerpo trabajado y buena apariencia, pero lo que tenía de atractivo físico le faltaba de cerebro, o por lo menos así lo solía describir Ferdinand.

—¿Y tú de qué te ríes? —volteó a verlo con el ceño fruncido.

—¿Es demasiado para su majestad el venir a trabajar fuera del palacio? —preguntó Herman con sorna.

Ferdinand levantó la mirada de la computadora solo lo suficiente para comprender mejor la situación. Una riña tonta ente su compañera quejumbrosa y el conductor burlón que solo quería fastidiar con sus comentarios.

—¿A quién estás llamando majestad, troglodita?

—¿Aún no es ni medio día y ya van a estar peleando? —inquirió cansado. Quitó sus lentes y se masajeó la sien para relajarse un poco.

—¡Oh, vamos Fer, no seas un amargado! —animó Herman— Casi nunca se presenta un asesino en serie, los alemanes son bastante aburridos, pero ahora que tenemos a un extranjero demente en nuestras tierras hay que aprovechar la oportunidad.

—¿Te emociona que haya un extranjero demente suelto en nuestro país? —soltó Jenell sorprendida— Parece que el demente es otro.

Ferdinand suspiro cansado.

—Cuando lleguemos a la oficina ambos cierran la boca, si alguno habla, tengan por seguro que lo lamentaran —amenazó con la calma digna de un depredador.

Ambos se miraron de reojo respondieron al unísono un simple "sí, señor".

 

***

 

Al inicio, planeaban continuar la conversación en el restaurante del hotel, luego fue cambiada por la sugerencia de la habitación, pero, por alguna razón, que solo Ezequiel sabía, se descartaron esos todos los lugares. Por lo que Nerea terminó llevándolo al lago, dentro de la selva negra.

La espesura del lugar, el sutil ruido de la naturaleza que parecía tragarse los ruidos de la propia civilización que estaba a un par de metros, le daba al entorno un aire mágico y tenebroso al mismo tiempo por la inminente oscuridad que ya comenzaba a reinar en el lugar. No faltaba mucho para que el día terminará y le diera paso a una fría noche. 




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