“Pero cuando la noche hubo extendido su sudario
sobre el lugar aquel, y sobre todos,
y el viento místico, acercado
su melodía silbante
¡Oh!, entonces se despertó en mí
el terror de ese lago solitario”
El Lago, Edgar Allan Poe
La luna se alzaba majestuosa sobre el oscuro firmamento decorado con miles de estrellas, mientras una mujer de larga cabellera pelirroja caminaba por una calle olvidada de la ciudad, absorta en sus pensamientos preguntándose por cuánto tiempo más podría disfrutar de aquella calma o si esa noche sería la última vez que caminaría con tanta libertad.
La luz de un automóvil que pasaba en ese momento la hizo volver a su presente y mirar al vehículo pasar. Soltó un largo suspiro, que demostraba lo cansada que estaba de esa interminable carrera por seguir en una aparente libertad, y continuó su andar por la desolada calle. Sabía lo peligroso que era, para una persona, caminar sola a las tres de la mañana, pero no le importaba realmente. Amaba pasear por las calles de la ciudad en la noche. Bajo aquella oscuridad no existía la definición del miedo, quizá, por sentirla como una extensión más de ella misma.
Un par de cuadras adelante, se encontraba un coche estacionado con la música algo elevada —quizá solo era el silencio del entorno lo que hacía parecer que estaba en un volumen más alto— con un grupo de hombres, evidentemente tomados, conversando alegremente.
—¿Qué hace una mujer tan sola a estas horas de la noche? —preguntó uno de ellos levantándose para seguirla al tiempo que la miraba de pies a cabeza.
Ella solo lo miró sin expresión alguna y siguió caminando. No era estúpida, sabía cuáles eran las intenciones de aquellos hombres, pero no le pareció entretenido seguirles su tonto juego.
—¿Quieres pasar un buen rato con nosotros? —soltó otro desde donde estaba. Todos la miraban divertidos mientras se imaginaban un sin fin de perversiones.
—No somos malos tipos, solo estamos un poco aburridos —gritó otro levantándose para ir con ella.
—Idiotas —fue todo lo que ella comentó sin detener su andar.
El tipo que iba de tras de ella la tomó por el hombro.
—¿Acaso me llamaste idiota? —soltó molestó.
—Déjame en paz si valoras tu inútil existencia —amenazó quitando la mano de su hombro.
—¿Qué puede hacerme una mujercita como tú? —la tomó por la barbilla— ¿Darme una cachetada? —se burló.
Con calma lo miró a los ojos mientras sacaba una pequeña jeringa oculta bajo su blusa y se la inyectó al sujeto en el cuello, haciendo que él la soltara desconcertado de sentir el piquete.
—¡¿Que me hiciste?! —soltó quitándose la aguja.
Ella solo sonrió y miró a los otros hombres acercarse.
—¿Qué te causa tanta gracia? —bramó el tercero aproximándose con una navaja en mano— ¿Crees que estas segura por librarte de uno de nosotros?.
Miró a su espalda y comprobó que la droga ya había surtido efecto en él, lo había paralizado, entonces volvio su atención a ellos.
—Yo les advertí que no me molestaran —comentó con una sutil risa.
Aquello fue todo lo que dijo antes desplazarse con una velocidad inhumana para tomar por el cuello al que tenía más cerca y levantarlo con una sola mano. Volteó a ver a los dos hombres restantes y sin quitarles la mirada de encima uso su otra mano para romperle el cuello, sonrió diabolicamente en el momento que sus rostros refrejaron el más sincero terror. Soltó el cadaver sin mucho interes y se encaminó a sus victimas restantes.
Los dos hombres que quedaban emprendieron una carrera por la desolada calle, olvidando por completo el vehículo que les habría dado una oportunidad de salvar sus insignificantes vidas.
En un pestañeo ella apareció enfrente de ambos haciéndolos caer de espaldas por la impresión.
—¿Van a algún lado sin mí? —preguntó con la mirada fría y salvaje— Pensé que nos divertiríamos.
Uno se tropezó haciendo que la atención de ella se centrara en él.
—¡D-demonio! —bramó mientras se arrastraba por el pavimento aterrorizado.
Ella prestó atención al entorno un instante y tras esbozar una sonrisa, habló:
—Pero qué niño tan grosero.
Caminó con calma digna de un depredador. Se inclinó frente a él y lo miró.
—Parece que mamá no te enseñó a respetar a tus mayores, pero no te preocupes, yo haré que aprendas —dijo sacando una nueva jeringa que inyectó en el brazo.
El último joven había aprovechado ese valioso tiempo para salir corriendo del lugar tan rápido como sus inútiles piernas le dejaron avanzar.
Ella se levantó chasqueando la lengua al verlo huir del lugar y sin ánimos corrió en la misma dirección que él.
—¿A dónde con tanta urgencia? —preguntó a un lado de él.
Él la miró horrorizado sin comprender cómo había llegado a alcanzarlo tan pronto.
A estas aturas solo una cosa estaba clara para aquel hombre; ella no era humana.
El hombre siguió corriendo como alma que lleva el diablo con ella pisándole los talones hasta que un golpe en el rostro lo hizo caer de bruces al pavimento. Lo tomó por el cuello de la camiseta y lo arrastró hasta donde estaba el segundo cuerpo, el cual, también comenzó a arrastrar sin cuidado alguno.
Cuando reunió los cuerpos, resopló molesta de su propio descuido, ahora tendría que eliminarlos.
Miró en dirección al vehículo que aún seguía reproduciendo música y entonces comenzó a buscar entre los sujetos quien traía las llaves, encontrándolas en el bolsillo de uno. Despojó a otro de la sudadera negra que portaba y tras examinar las condiciones de la prenda, la dejó en el asiento del copiloto.
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Editado: 14.02.2022