Condujo por la única autopista que cruzaba el bosque cercano a la ciudad y en un espacio terroso estacionó el coche.
Se adentró en la oscuridad con solo una linterna en mano que no alumbraba demasiado en aquella espesura, pero no necesitaba la linterna para ver por dónde iba, sino para ubicar un extraño agrupamiento de árboles, donde un par se habían pegado tanto al crecer que ahora parecían un solo, lo único que los delataba era la diferente especie de ambos.
Cuando los encontró dejo la linterna a un lado y comenzó a escarbar en la tierra cerca de las raíces de dichos árboles hasta que se topó con una tapa de metal. La abrió rebelando un oscuro hoyo con una escalera para descender.
Hizo una mueca de asco al percibir el hedor del interior y bajo por las escaleras con la linterna en la boca. Alumbró a un lado de escalera, en dirección a una pequeña mesa en la cual había varias velas usadas junto con un extraño collar de cuero que estaba en la mesa, similar a una correa para perro, pero con una canilla incrustada, después alrededor para ubicar donde estaba lo que buscaba.
Iluminó lo necesario como para revelar que la cueva subterránea escondía a tres hombres inconscientes y encadenados entre su propia porquería, así como un cofre cerrado con un candado simple del lado opuesto al de los sujetos.
Caminó directo al cofre para abrirlo, dentro contenía varias herramientas típicas de un carnicero. Comenzó a sacar los cuchillos de arriba para buscar más a fondo.
—Aquí la había olvidado —exclamó sacando una credencial de conducir del fondo del baúl.
Días atrás la habían detenido por pasarse un alto y al tener que mostrar su credencial descubrió que no la traía. Esa cueva olvidada era el único lugar que le faltaba revisar.
Guardo la tarjeta en el bolsillo de su pantalón, regreso todo a su lugar y se encaminó a los sujetos.
Los pateó para que despertaran y tan pronto como entreabrieron los ojos habló.
—Espero que pronto le den una cálida bienvenida a su próximo compañero, no quiero que se sienta excluido —soltó sonriendo—. Olvide traerles comida, quizá la próxima vez no lo olvide. Tengan linda noche.
Tomó la linterna y salió del lugar sin esperar una respuesta. Sabía que los tipos estaban en tan mal estado que eran muertos en vida, cuerpos esperando a ser ejecutados.
***
Eran las ocho de la mañana cuando Nerea bajó de su automóvil para ir a su trabajo que quedaba a la vuelta de donde se había estacionado. Sacó su teléfono de la pequeña bolsa que llevaba y tras soltar un largo bostezo, revisó la hora para corroborar que estaba llegando a buena hora.
Entró al lujoso edificio sin tomarse la molestia de saludar a alguien al paso y atravesó recepción esquivando a las personas que caminaban de un lado a otro.
Siempre se preguntaba por qué había tantas personas caminando o hablando en ese lugar si solo eran las oficinas administrativas de una marca de ropa, perfumes y bolsos.
Presionó el botón del elevador y esperó a que este se abriera e indicó el piso al que iba. Observó aburrida la pantalla arriba de las puertas esperando que marcara el piso siete.
Salió del ascensor, avanzó hasta su pequeño escritorio y se sentó para revisar los correos de la empresa.
Se recargó en la silla soltando un largo suspiro. El día apenas comenzaba y su ánimo ya se encontraba por lo el subsuelo.
Estaba cansada de hacer lo mismo día tras día, de estar atada a una infinita monotonía, pero ese ciclo sin fin al que llamaba día era lo que muchos llaman libertad. Quizá lo era, pero una con limitaciones impuestas por una sociedad. Se preguntó si alguna vez conocería lo que es realmente la libertad o si solo sería otro sueño más para agregar a su lista de cosas imposibles.
Trató de convencerse a sí misma que debía ver el lado bueno a su día en lugar de ver su libertad como una clase de prisión.
—Buenos días, Nerea —saludó Carmen, su jefa. Una mujer regordeta y de baja estatura con el cabello corto y teñido de rubio.—. Necesito que saques copias de estos documentos —le entregó una carpeta— y que le envíes al señor Hughes el estado de cuenta del sector B.
—¿Quiere que lleve las copias a la sala de reuniones o se las dejo en su oficina? —preguntó revisando los documentos.
—A la sala de juntas. También lleva en una memoria el archivo que te envié el otro día —soltó y, sin esperar a que Nerea respondiera, dio media vuelta rumbo a su oficina.
Sonrió con falsa amabilidad hasta que su jefa cerró la puerta y cambió su expresión por una impasible y comenzó a hacer lo que se le ordenó. Tras enviar el correo con el estado de cuenta al socio y pasar el documento a una memoria. Tomó la carpeta para ir por las copias.
—Creo que es una falta de respeto para la empresa que alguien que no sabe vestir a la moda trabaje aquí —comentó Alexia, una compañera con la que no llevaba una buena relación, quien la miró de pies a cabeza para juzgar su insípido atuendo: un pantalón de vestir negro y una blusa blanca, tacones bajos, el cabello pelirrojo amarrado con desorden en una coleta y sin una gota de maquillaje en su rostro. Estaba claro que a Nerea no le interesaba estar al último grito de la moda, para su trabajo solo intentaba traer algo “decente” y fuera de su horario laboral, normalmente portaba la primera ropa cómoda que encontraba.
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Editado: 14.02.2022