Nochebuena

Los prófugos

Calista no sabía cómo abordar el tema con sus padres, seguramente no le creerían, de hecho, ella misma comenzó a dudar si realmente lo vivió o fue un sueño, pues lo recordaba muy lejano.

No le quedó otra más que volver a acompañar a su abuelo en los siguientes fines de semana, sin embargo, en día de muertos buscó pretexto para ir a casa de sus padres. Había escuchado a su abuelo hablar con don Gerardo de algo de la apertura de portales y el paso de los muertos en ese día, no tenía idea de qué era, pero no deseaba estar ahí para averiguarlo.

Era la segunda semana de noviembre cuando se cumplió lo que dijo su abuelo, un par de personas la interceptaron en la calle, cuando regresaba de la universidad. Le mostraron la fotografía de un hombre joven, tal como lo describió don Nabor: delgado, tez clara, pecas y cabellera negra e hirsuta que llegaba a su hombro.

―Estudias en la FES de Cuatitlán, ¿no? ―preguntó uno de ellos―, ¿lo conoces?

―No ―y no mentía―, hay demasiados alumnos en esa escuela y yo sólo convivo con los de mi secuencia.

―Quédate con la foto ―el hombre se la entregó―, si llegas a verlo, da aviso de inmediato al ayuntamiento.

No supo si fue coincidencia, pero al siguiente día lo vio, también en la facultad de medicina, era el mismo que vio en esa fotografía, un alumno que, por lo que vio, ya llevaba un par de años en la carrera. No tenía idea de por qué buscaban a ese muchacho, pero pensó que lo mejor era no meterse en problemas, así que simplemente lo soslayó.

Sin embargo, era muy curioso, a pesar de ser atractivo era como si fuera invisible, nadie parecía prestarle atención, siempre andaba solo, incluso a la hora de comer. Y le resultó aún más increíble cuando el rostro del joven apareció en un diario local, marcándolo como un presunto agresor sexual y nadie prestaba atención a eso, era simplemente como si ella fuera la única capaz de verlo.

Pero el temor a lo que su abuelo pudiera hacer si ella abriera la boca la obligó a callar.

A un par de semanas de iniciar diciembre, Calista salió después de clases para buscar algo de comer y vio algo que la sorprendió todavía más, afuera estaba la camioneta de su abuelo, y ese chico, Salomón, salió de la escuela para subir en la parte trasera. Tenía clase de natación y canto ese día, pero decidió que lo mejor era ir a casa a ver qué pasaba, así que le gritó a su abuelo.

―¡Calista! ―refunfuñó el anciano―. ¿Qué haces afuera de la escuela?

―Me preparaba para ir a casa, hoy no va a haber actividades deportivas. ¿Vas para allá? ―el anciano titubeó.

―Sí, sube a la cabina.

El anciano condujo por el camino de regreso a Tepotzotlán y, llegando a la casa, Calista bajó de inmediato, yendo hacia la caja de carga.

―¿Qué haces? ―gruñó el anciano a ver que ella intentaba abrirla.

―Te ayudo a bajar la mercancía.

―¡No hagas cosas cuando no te las pido! ―gruñó el anciano―. ¡Anda a la casa!

Calista entró a la casa y ese día corroboró que su mejor decisión era evitar estar en casa, apenas su abuela la vio, comenzó a darle órdenes por todo y por nada, insultándola en todo momento, siendo como ella era realmente.

A eso de las 4 de la tarde la mandó al huerto a recolectar fruta y, al ir allá, se dio cuenta de que entre los trabajadores estaba ese muchacho prófugo de la justicia. No entendía qué pasaba, pero su propio abuelo cada vez le daba más miedo. Recolectó rápidamente lo que le pidió su abuela y regresó en seguida.

Ya eran las 8 de la noche y Calista estaba descansando cuando escuchó a una persona llegar a la casa, solicitando a doña Ana algún remedio para la diarrea ya que el padre Miguel había atrapado una infección intestinal.

―Tengo aquí un remedio muy bueno ―escuchó decir a su abuela.

―¿Cree que se lo pueda llevar, Anita? ―respondió la visita―, yo tengo que atender algunos asuntos.

―No hay problema, le diré a mi nieta que se lo lleve.

Calista reaccionó al escuchar esas palabras. Por nada del mundo iría sola en la noche donde ese pederasta, se apresuró a salir de la casa, yendo a ocultarse en el huerto, sin embargo, ahí escuchó a su abuela gritar a uno de los empleados, pidiéndole que buscara a Calista. Ella, al ver que el hombre se acercaba al huerto, corrió de inmediato al granero. Pero justo ese día lo habían vaciado, no había dónde ocultarse, así que se arriesgó, subió por aquellas escaleras hacia el ático y apenas cruzó la trampilla cuando se escuchó el sonido de algunas armas cortando cartucho. No entendía qué pasaba, en el ático había varias camas y una veintena de personas en ese lugar, de las cuales, 4 le apuntaban con armas.

―¿Quién eres? ―dijo uno de ellos en lo bajo. Calista entró en pánico y no supo qué decir―- ¡Responde o te vuelo la cabeza!

―Espere don Juan ―Salomón se abrió paso entre ellos―, es Cali, la nieta de don Nabor. ¿Qué haces aquí? ¿No te ha dicho…? ―pero en ese momento se escuchó la voz de una persona llamándola por su nombre.

―Por favor ―Calista susurró―, no dejen que me encuentre.

Salomón la llevó de la mano hasta la parte posterior y le pidió que se ocultara debajo de una de las camas. Ella escuchó algunas voces murmurando, pero no les ponía atención, sus ojos estaban fijos en una figura que se formaba justo bajo esa cama, era ese pentáculo rodeado de un círculo, el mismo que recordó hacía poco. Asustada, sólo esperó a que le indicaran que podía salir. Salomón llegó por ella ofreciendo su mano para ayudarla a salir y al hacerlo se vio rodeada por esas personas.



#2996 en Fantasía
#326 en Paranormal
#140 en Mística

En el texto hay: brujeria, polémica, guias espirituales

Editado: 22.12.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.