Nochebuena

Epílogo

Pasaron los años y Salomón, quien ya se había recibido como médico, esperaba a Calista que recién salía de la universidad.

―¿Cómo te fue? ―le preguntó. Ella le mostró un papel firmado y sellado.

―Mención honorífica. Oficialmente, soy licenciada en medicina.

―¡Felicidades! ―Salomón la abrazó dándole un beso en los labios―. ¿El doctor Gutiérrez no te insistió en continuar una especialidad?

―Sí. ―Cali encogió los hombros―. Pero no le voy a decir que mi especialidad la llevo preparando desde hace años con un sanador.

―Pues ya está ―dijo Salomón―. El apá ya está en tratos con un señor del pueblo para que nos rente un local muy bien ubicado para que pongamos el consultorio. Mucha gente sabe que él estará un día a la semana con nosotros atendiendo así que, de entrada, ya tenemos fila de pacientes esperando.

―Sí te lo creo ―respondió ella―. Vamos a casa, quiero enseñarles esto a la familia.

Fueron hasta el rancho de don Nabor, estaban por entrar cuando un hombre muy delgado y demacrado se acercó a ellos.

―¡Calista!, ¡Salomón! ―ambos jóvenes lo miraron con el entrecejo fruncido.

―¿Padre Miguel? ―preguntó Salomón al reconocerlo al fin.

―Sí, sé que me veo tan mal que nadie me reconoce a la primera. Voy a ir al grano, sé que recurrí a un brujo para que les quitara la vida, pero me dicen que don Gerardo me mandó un embrujo mucho más fuerte.

―Mi apá no es un brujo ―reclamó Salomón―, es un sanador.

―¡Por favor! ―el hombre parecía desesperado―, díganle que ya me perdone. ¡Me está yendo de la chingada! La arquidiócesis se niega a darme ayuda, mi salud está empeorando, no hay alimento que no me hinche el estómago… ¡por favor! Estoy sufriendo mucho.

―Mi apá no le hizo ese daño ―habló Calista―, sino usted mismo. Lo que se lo está acabando es su propio karma.

―Agradezca que lo está pagando en vida ―intervino Salomón―. Don Jacinto tenía una carga tan pesada que ya no hubo nada qué hacer por su alma, él murió…

―¡Olvídate del alma! ―gruñó el demacrado sacerdote―, ¡estoy sufriendo mucho en vida!

―Si tanto así está sufriendo ―dijo Calista―, vaya usted mismo con don Gerardo para que lo ayude.

―¡Ese pinche brujo sólo me va a chingar más!

―Lo siento ―Salomón tomó a su novia por la cintura―, nosotros no podemos hacer nada ―y se encaminó con ella al interior de la casa.

―En verdad que lo está pagando ―Calista suspiró―. Al igual que mi abuela, no acepta su castigo. Mi abuelo temía que ella también lo pagaría con enfermedades, pero le dieron donde más le duele, se inició el chisme de que ella era cómplice del padre Miguel y de que ella le ayudaba a atraer niños y ahora la gente del pueblo la odia, y es algo que no soporta.

―Que agradezca que su castigo sea sólo en su ego ―refunfuñó Salomón―. Y en cierto modo la gente tiene razón, quizá ella no le llevaba niños, pero calló y lo justificó a pesar de ser testigo de lo que te hizo y eso la convierte en su cómplice.

Ambos entraron a la casa en donde los esperaban los padres de Calista, sus abuelos, don Gerardo y Mili, quien ya era una adolescente.

―¿Qué pasó? ―preguntó don Nabor―, ¿ya eres médico? ―Calista sacó el papel y lo mostró por toda respuesta.

―¡Felicidades, hermanita! ―Mili se acercó a ella para ser la primera en abrazarla.

―¡Oye! ―reclamó el hermano menor de Calista―, ¡ella es mi hermana!

―¡Yo soy hermana honoraria! ―exclamó Mili y sacó la lengua en un gesto socarrón―. Además, seguiré sus pasos, también estudiaré medicina.  

―Felicidades, mi niña ―don Gerardo fue el segundo en abrazarla―, te mereces este triunfo.

―El primero de muchos, apá ―dijo Calista―. Aún me falta mucho por aprender para ser tan sabia como usted.

―Entonces ―don Nabor se acercó a su nieta―, ¿ya van a abrir su consultorio en el centro?

―Ya ―dijo Calista―, Salomón continuará trabajando en la clínica un tiempo, pero poco a poco dejará todo para dedicarse de lleno al consultorio.

―Y creo que ahora que están todos ustedes es buen momento para darles la noticia ―Salomón intercambió sonrisas con su novia―. Cali y yo nos hemos comprometido, pero sé que ella le hizo una promesa a usted, don Nabor, así que, si tenemos su bendición y si lo acepta, después de casarnos, vendremos a vivir con usted.

―¡Claro, m’hijito! ―exclamó el anciano―, ¡son más que bienvenidos a esta casa!

―¡Gran cosa! ―refunfuñó doña Ana desde una silla de ruedas―, otro hereje que alimentar. ―Pero nadie le hizo caso, todos celebraron brindando y compartiendo la comida.

Por la tarde, los padres y hermanos de Calista se despidieron, así como don Gerardo, Salomón y Mili. En cuanto se fueron, don Nabor se acercó a su nieta.

―Pues ya es 1 de diciembre ―le dijo―, ¿quieres ir a elegir el árbol de navidad conmigo!

―¡Claro! Esta vez quiero uno que llegue hasta el techo. Y vi un nacimiento enorme que podemos poner en el jardín, las figuras son tan grandes que parecen de tamaño real. Esta vez quiero un niño dios que tenga el tamaño de un bebé de verdad.



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En el texto hay: brujeria, polémica, guias espirituales

Editado: 22.12.2023

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